VINCULACIÓN RAZONADA DE DOS DE LOS MILAGROS MÁS IMPORTANTES DE JESUCRISTO
Autor: Rafael García Ramos
Mt.14,13-23;Mc.6,33-46;Lc.9,11-17;Jn.6,2-15 Primera multiplicación de los panes (APARTADO 4.32 DEL LIBRO)
Al buscar la palabra “mujer”, el Programa Concordante me encaminó hacia este milagro que es el único, en todo el Evangelio, en cuyo relato intervienen los cuatro Evangelistas y cada cual lo hace según su personal interpretación de un mismo hecho sobrenatural.
Al hilo de este trabajo sobre “La mujer en el Evangelio”, me he fijado en algunos detalles que revelan datos con los que enjuiciar el supuesto trato de la sociedad de aquel tiempo con la mujer de aquel tiempo. Veamos los versículos de este pasaje donde de manera explícita e implícita se hace mención de ella:
Mt 14,21 Y los que habían comido eran como cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
Mateo es un discípulo que ha visto con sus propios ojos el milagro que relata. Su Evangelio va dirigido fundamentalmente al lector judío, en general, al posible converso judío a quien trata de demostrar que Jesucristo es el Mesías. El destinatario principal de su mensaje es un hombre de raza judía, educado en una sociedad no propicia a entender que una hija de Dios es tan dueña del Corazón de su Padre como lo pueda ser el hombre más hombre por ser hombre.
Mi querido Mateo, ¿qué pretendes que se interprete cuando no tienes en cuenta el nº de mujeres que comieron, como los varones, de este pan, que milagrosamente se multiplicaba en las benditas manos de Cristo? Solo tú, en dos ocasiones, nos informas del nº de varones, 5.000 en un caso y 4.000 en otro, que se hartaron de comer el pan y el pescado, haciendo la observación de que no se tuvo en consideración el nº de mujeres. ¿Eran más o menos que los hombres? Pues yo creo, mi buen amigo Mateo, que esta puntualización hay que entenderla en función de la forma de ser de tus incipientes lectores más que en relación a la forma de ser de tu persona, porque de tu integridad y bien hacer nos has dejado como muestra tu Evangelio, una Joya que brilla para siempre como una Luz que lleva Vida en Sí misma. Solo un hombre de Dios, un hombre noble puede ser el autor de semejante Escrito.
Lc 9,14 Porque eran como unos cinco mil hombres. Y dijo a sus discípulos: Hacedlos recostar por ranchos como de cincuenta cada uno.
Lucas, el evangelista de la mujer, no hará de ella expresa referencia en este pasaje. En su descripción, obvia elegantemente, el muy respetable nº de mujeres que también se beneficiarían del milagro de Cristo. Este gentil médico no fue discípulo que conviviera con Cristo, no le conoció personalmente, sin embargo redactó su Evangelio recibiendo información de primera mano de aquellas mujeres que fueron testigos oculares de la vida de Cristo. La primera Mujer de la que Lucas recibió información fue de la Virgen María. Mi buen amigo Lucas es un hombre de notable cultura y amable trato, que empleó la cortesía y el respeto a la mujer, como no se podía esperar menos de un caballero que escribió el Evangelio de la Misericordia.
Mc 6,44 Y eran los que habían comido los panes cinco mil hombres.
Sabemos que Marcos escribe su Evangelio al dictado de Pedro. La idiosincrasia de Pedro se manifiesta por la manera contundente con el que relata lo que vieron sus ojos, lo que sus oídos oyeron y lo que tocaron sus manos. Amiga lectora, amigo lector, observa como los anteriores evangelistas dan como aproximado el nº de cinco mil los hombres que presenciaron el milagro de Jesucristo. Observa así mismo como Pedro no da opción a la aproximación, fueron cinco mil hombres, ni uno más, ni uno menos. “Dime como escribes y te diré como eres”, esto bien se puede aplicar al Evangelio de Marcos y si damos por hecho que el espíritu de Pedro está patente en esta sintetizada Escritura, comprenderemos que jamás se ha descrito, con tanta realidad imperativa, hechos de semejante trascendencia divina y con menos palabras. Mi buen amigo Pedro, con respecto a la referencia de la mujer en este pasaje evangélico, está en la misma línea de mi buen amigo Mateo. Escribe para una sociedad de su tiempo no propicia a hacer intervenir a la mujer en los asuntos públicos que supusiesen debate en la interpretación de las ideas con las que se pretendía ganar la mente y el corazón de tus interlocutores. En Roma habían senadores y no senadoras, en Israel habían doctores de la Ley y no doctoras de la Ley, habían fariseos y no fariseas.
Jn 6,10 Dijo Jesús: Haced que los hombres se coloquen en el suelo. Había mucha hierba en aquel lugar. Se colocaron, pues, los varones, en número como unos cinco mil.
Amiga lectora, amigo lector, a la vista de este versículo de San Juan y puesto que estamos contemplando el mismo suceso redactado por otros tres evangelistas, no podemos evitar el hacer concatenación de datos que nos llevan a las siguientes conclusiones:
a. San Juan tampoco hace mención al importante nº de mujeres y niños que allí estaban.
b. Jesús manda que los varones se coloquen en el suelo en grupos separados de 50.
c. Con 50 varones por grupo tendríamos 100 grupos.
d. Por lo que se aprecia en San Marcos también se formaron grupos de 100 que, probablemente, serían de mujeres y niños exclusivamente.
e. Los varones estaban en una zona y separadas, en otra zona, las mujeres y niños.
f. Posiblemente, contando con las mujeres y los niños, los grupos de 50 y de 100 personas que se formaron separados entre si, para poder circular entre ellos, ocuparían una superficie superior a los 200.000 M2, es decir la superficie de 20 campos de fútbol.
g. En la distribución de estos panes y peces es posible que intervinieran más de 150 discípulos de Cristo.
Ante estas deducciones, amiga lectora, amigo lector, nos surgen las siguientes preguntas:
1) ¿Por qué el Señor quiso los grupos con solo varones separados de los grupos con solo mujeres y niños?
2) Dice el Evangelio que el día comenzó a declinar, estamos hacia la mitad de la tarde. Antes de que la noche se cerrara y viniera la oscuridad consecuente, ¿cómo pudo distribuirse, en tan corto tiempo, comida para tantas personas?
3) Un experto en acústica se preguntaría como fue posible que la voz de Cristo llegara a los oídos de un gentío, probablemente, cercano a las diez mil personas contando con las mujeres y los niños. ¿Cómo puede oírse la voz de un Hombre, sin megafonía, que habla, sin gritar, a una multitud semejante, esparcida por una superficie de 20 hectáreas?
A la primera pregunta se puede responder con la sencillez del que sabe que Dios conoce el corazón del hombre y el corazón de la mujer. El Señor interviene con prudencia divina, con la prudencia de un Padre que conoce perfectamente a sus hijos y a sus hijas.
A la segunda pregunta se contesta con el sentido común y a la vista de lo que se lee entre líneas puede confirmarse que en las manos de Cristo se multiplicaban los panes y los peces, pero también se multiplicaban en las manos de sus discípulos que los repartían, sin agotarse, por los grupos de varones, de mujeres y niños.
A la tercera pregunta se contesta con la Fe. Solo a Dios se le puede atribuir semejante poder para hacer posible que su palabra llegue al oído humano nítida y perfectamente entendible sin necesidad ni de la técnica, ni de la ciencia. Cristo habló a sus oyentes con palabras de Hombre y Omnipotencia divina. En este acontecimiento histórico, realmente sucedido en nuestro tiempo y en nuestro espacio, se han dado un conjunto de hechos inexplicables para la razón humana. Poner en duda la divinidad de este Hombre, Jesucristo, después de haber asistido a tan sorprendente relato, es como encender una cerilla para alumbrar al sol en la hora cenital. Jn 1,11 Vino a lo que era suyo, y los suyos no le recibieron.
Jn.6,34-47 “Yo soy el Pan de la vida”(APARTADO 4.34 DEL LIBRO)
Siguiendo cronológicamente los acontecimientos evangélicos y parándonos solo donde se hace mención de la mujer, nos volvemos a encontrar con la referencia que en este pasaje se hace de la Madre de Jesús. Ya hemos llegado al final del 2º año de la vida pública. Estamos, todavía, bajo el influjo de unos hechos sobre los cuales nunca habíamos reflexionado. El Programa Concordante nos ha mostrado los matices diferentes con los que se ha redactado un inaudito milagro por cuatro hombres distintos y con personalidades distintas.
Solo San Juan nos mantendrá la atención sobre lo que estupefactos hemos contemplado con nuestros ojos. Ahora el Águila de Patmos nos lleva a la sinagoga de Cafarnaúm para oír palabras inauditas en boca de un Hombre, el mismo Hombre que acaba de consumar un portentoso milagro. ¿Qué le oiremos decir? Pues le oiremos decir cosas como estas: “…he bajado del cielo…”; “…el que cree en Mí tiene vida eterna…”; “…lo resucitaré en el último día…”. De estas afirmaciones los oyentes se escandalizan con: “…he bajado del cielo…” y murmurando manifiestan conocerle a El, a su padre José y a su Madre Maria. ¿Cómo podemos creer que viene de otro mundo, que ha bajado del cielo, si ha crecido con nosotros en nuestro mismo pueblo? Sin pestañear, sin perder detalle, fijamos la mirada en Jesús que todavía eleva más el tono de su discurso y entre otras cosas viene a decir: “…nadie ha visto al Padre…”; “…solo Yo, que vengo de parte de El, soy el Único que ha visto al Padre…”.
Amiga lectora, amigo lector, aquí podría terminar la exposición del trabajo que me ocupa sobre la mujer en el Evangelio en este 2º año de predicación pública, sin embargo, al no poder dejar de asombrarme con las manifestaciones que oigo de este Hombre prolongo mi atención y la tuya oyendo cosas como estas: “…Yo soy el Pan de la vida que baja del cielo…”; “…el que coma de este Pan vivirá para siempre…”; “...este Pan es mi Carne…”;
No puedo entender de diferente manera a como entendieron los que escucharon en la sinagoga. Este Hombre está ofreciendo su Carne para que yo la coma, aún más, me ofrece su sangre para que, también yo la beba. Si esto hago, Jesucristo permanecerá en mí y yo en El, viviré de El, me promete la vida eterna y la resurrección en el último día. Por último como colofón a su discurso, Jesús me asegura que las palabras que me ha hablado son Espíritu y vida.
La misma multitud que pretendía hacerlo Rey en virtud del maravilloso milagro que acababan de contemplar, al oír estas palabras, lo abandona. Jesús solo se queda con los Doce y en este momento también se queda solo contigo y conmigo, amiga lectora, amigo lector. A dos mil años vista de estas palabras, yo ya entiendo cuando como el Pan y bebo el Vino del Sacrificio Eucarístico que estoy comiendo y bebiendo la Carne y la Sangre de mi Señor. Las palabras del Amado tienen sentido real y literal. Jesús me da a comer su verdadera Carne y a beber su verdadera Sangre, lo hace de la forma en la que yo puedo gustarlo, con sabor a pan y sabor a vino, pero con la seguridad incuestionable de que gusto su Carne de Hombre y su Sangre de Hombre y esto es así porque toda la Persona de mi Señor está viva, como vivo yo, en el Pan y el Vino que se consagra en la Misa. El Jesús, que hace dos mil años, ofrecía su Carne y su Sangre para que fuera comida y bebida por aquellos que le escuchaban, es el mismo, así como suena, el mismo que se deja caer en mi boca cuando el sacerdote pone en mi lengua o en mi mano la hostia consagrada. Aquellos hombres contemplándole con sus ojos y oyéndole con sus oídos no le creyeron y le abandonaron. Tu y yo amiga lectora, amigo lector, no le vemos ni le oímos y sin embargo lo reconocemos tal y como es en ese trocito de Pan que, cuando podemos, cada día procuramos gustar y asimilar en lo más noble e íntimo de nuestro espíritu.
Ahora que me he quedado a solas con Cristo, no puedo evitar repasar lo que he visto y lo que he oído. He visto las manos de un Hombre en las que se multiplicaban los panes y los peces por miles. He visto comer hasta saciarse a cinco mil hombres y a un número indeterminado de mujeres y niños, en conjunto una multitud, supuestamente, cercana a las diez mil personas esparcidas en grupos sobre una superficie de quizás 200.000 M2. He contemplado como la comida llegaba a las manos de miles de comensales en brevísimo tiempo. He deducido que de manera inexplicable la voz de este Hombre era escuchada por todos, con independencia de la distancia del oyente. He oído a este Hombre decir que viene del cielo, que solo El ha visto al Padre Dios, que es el Pan de la vida, que el que cree en El no conocerá la muerte eternamente, será resucitado en el último día. A este mismo Hombre le escucho, atónito, ofrecer su Carne y su Sangre para que sea comida y bebida del que crea en Él, porque el que así lo hiciere vivirá de Él y para siempre. He visto como a pesar del gran milagro vivido por la multitud, ésta no da crédito a las palabras de este Hombre y lo abandona.
En este momento, en el que se mezclan en mi alma la Fe, del que cree y quiere creer, con el pragmatismo de una razón acostumbrada al razonamiento técnico como ejercicio de la profesión de ingeniero, trato de justificar a la inteligencia la viabilidad complementaria entre dos acontecimientos históricamente incuestionables, la multiplicación por miles de cinco panes y dos peces y unas afirmaciones realizadas por el mismo Hombre, que asumidas en su sentido literal me caen fuera de la lógica. Con solo el simple uso de la razón me ocurre como a sus oyentes: no lo comprendo. Sin embargo, en virtud del inmenso atractivo que este Joven genera en mi alma, mi voluntad apela a la Fe con la que me llego a este Hombre, que por la multitud ha sido abandonado, para decirle: “Te he visto y te he oído, dime cómo y cuándo me das a comer y beber la Carne y la Sangre que me ofreces, dime de qué modo te he de comer y beber porque estoy determinado a comerte y beberte aunque no conciba de qué forma lo he de hacer”.
La respuesta no se ha hecho esperar, he buscado en el Programa Concordante la frase: “mi cuerpo” y la he encontrado 5 veces, 3 de ellas recogen la frase en el momento solemne de la institución de la Eucaristía. Mateo, Marcos y Lucas vienen a manifestar lo mismo cuando Cristo toma un trozo de pan y lo ofrece a sus discípulos diciendo: “Tomad, comed: éste es mi cuerpo”.
Con la misma atención con la que escuché sus palabras en la sinagoga de Cafarnaúm, he escuchado estas palabras de Jesús en el Cenáculo. En ambas ocasiones, la solemnidad y contundencia con las que fueron dichas no me deja opción a interpretarlas en sentido metafórico. Con la voz grave y el gesto serio, Cristo pronuncia estas palabras para que el oyente las interprete en su sentido estrictamente literal y al asumirlas tal y como suenan, ante mis ojos tengo un trozo de Pan que me viene ofrecido de la mano de un Hombre que me asegura que este Pan es su Carne y que este Vino es su Sangre. Pero para que este Hombre, ni se engañe ni me engañe, ha debido ocurrir algo extraordinario que no he detectado con mis sentidos. Se ha producido un hecho misterioso que se define como Transubstanciación, en virtud del cual el pan y el vino, que como tales reconozco con mis sentidos, se han transformado, de manera irreversible, en la real y verdadera Persona de Cristo, es decir, veo, palpo y gusto al Hijo de Dios oculto bajo las especies de pan y vino. Tiene que ser verdad que este Hombre es el Pan que me ofrece, la Sangre que me ofrece, solo así puedo entender lo que hasta ahora no había entendido: que yo me lo pueda comer y beber en el modo y forma con la que se hace posible según mi naturaleza humana.
”…dime de qué modo te he de comer y beber porque estoy determinado a comerte y beberte aunque no conciba de qué forma lo he de hacer”. A este requerimiento del que pretende consumar el acto de comer a su Interlocutor, sin saber como será posible, manteniendo la compostura intelectual en virtud del ilimitado crédito que me da la Persona de quien me está ofreciendo comer su Carne y su Sangre, quedo a la espera, sin más elucubraciones, de que mi Autobiografiado, el mismo Cristo, dé el siguiente paso. Todas mis facultades están al limite de sus posibilidades y con suprema atención observo al Hombre, que en tantas ocasiones ha suspendido las leyes de la naturaleza, que fija sus bellísimos ojos en los míos, que toma un trozo de pan, que alarga su mano y me lo ofrece pronunciando estas palabras: ”…toma y come, porque este es mi Cuerpo”.
Evidentemente, yo no esperaba que este Hombre se desprendiera a jirones de su carne humana para dármela a comer o se abriera las venas para darme a beber su sangre. He tomado el trozo de Pan que el Señor me ha dado, miro al Pan y lo miro a El que me está confirmando que le tengo en mis manos. Mis sentidos no me han detectado nada extraordinario y sin embargo se ha consumado un hecho sobrenatural sin precedentes, en virtud del cual la Persona que me da el Pan y el Pan mismo son la misma cosa. Y esto es así porque así me lo asegura el Hombre en quien es imposible que haya engaño y que me engañe, el Hombre a quien las potencias de mi alma le dan más crédito que a la meridiana evidencia de mis sentidos, porque para mí este Hombre es mi único Dios, el Ser Fontal por el que he venido ser en este mundo en el que vivo, me muevo y existo. Esta es mi Fe, la Fe de la Iglesia Católica.