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Pocos son los que saben que en el terreno que hoy ocupa el Capitolio habanero, existió una ciénaga, dragada y convertida –a mediados del siglo pasado- en el primer jardín botánico que tuvo la capital. Tampoco se conoce mucho que la ejecución definitiva de ese emporio estuvo sujeta a demorados plazos debido a su elevado costo, por un lado, y a las indecisiones políticas, por otro. Fue por fin, en marzo de 1926, cuando arrancó de una vez la construcción del Capitolio de La Habana pese a que, años antes, se habían echado sus cimientos.

El majestuoso edificio fue inaugurado el jueves 20 de mayo, en horas de la tarde, con la presencia del presidente de la República y el cuerpo diplomático acreditado en la Isla.

El equipo que participó en la ejecución de los planes definitivos del Capitolio, estuvo integrado por ingenieros y arquitectos cubanos bajo la dirección artística y técnica del también arquitecto, Eugenio Raynieri Piedra.

Fue necesaria una superficie de 388 700 metros cuadrados, para que la casa constructora Púrdy Hénderson –la misma que construyó el Centro gallego, el Palacio de los Asturianos y el Banco de Obispo y Aguiar, todos en La Habana Vieja, levantara, en apenas 3 años y 2 meses, el impresionante inmueble.

Su costo total se acercó a los 17 millones de pesos, equivalentes a la misma cantidad de dólares. 25 000 metros cúbicos de piedra de capellanía fueron utilizados en el Capitolio habanero.

A cualquier transeúnte puede llamarle la atención la cúpula del Capitolio de La Habana, quinta en el mundo de estilo renacentista que, por sus proporciones y siluetas, recuerda a la Basílica de San Pedro, en Roma. La cúpula es el segundo punto más alto de la ciudad, precedido por el Monumento a Martí en la Plaza de la Revolución.

Otro detalle que atrae es el pórtico central, soportado por 17 columnas jónicas de granito. En él se destacan, además, las tres grandes puertas de bronce que dan acceso a la planta principal y los bajorrelieves o metópas del escultor italiano Angelo Zanelli.

Más de 7 décadas de fundado cuenta ya el Capitolio de La Habana. El monumental edificio, que no tiene similares en otras partes del mundo y que está considerado como el tercero en importancia por su construcción monolítica, constituye el único de su tipo en este siglo.

Del Capitolio de La Habana –que no es Nacional-, parte el kilómetro 0 de todas las carreteras del país. Fue diseñado para que en él funcionaran las dos cámaras del cuerpo legislativo de la República, que sesionaron hasta finales de la década del cincuenta.

Para levantar esa monumental obra arquitectónica se emplearon 25 000 metros cúbicos de piedra de capellanía, y la decoración en yeso fue ejecutada por 400 obreros.

Ocupa el tercer lugar en el mundo de las más altas bajo techo, y fue instalada en 1929, en el Salón de los Pasos Perdidos, formado por la gran rotonda bajo la cúpula y las dos salas con techos en bóveda de cañón erguido.

La estatua de la República de Cuba, inspirada en la modelo habanera Lily Válty, surgió de las manos del escultor italiano Angelo Zanelli, quien también la utilizó para esculpir las metópas del pórtico central.

La majestuosa escultura de bronce laminado en oro de 22 kilates, mide alrededor de 17 metros, incluyendo su base de mármol ónix antiguo egipcio. Solamente el Buda de Oro de Nava, en Japón, y el Memorial Lincoln, en Washington, superan la altura de nuestra colosal estatua.

Acorde con los nuevos tiempos y ante la creciente demanda del turismo internacional, el Capitolio de La Habana se transformó definitivamente en un Centro de Convenciones que brinda servicios y facilidades a eventos, ferias y exposiciones.

Colidante –por su posición geográfica- con varios hoteles del centro de la capital, su ala norte puede recibir exposiciones de elevado nivel artístico en pequeño y gran formato, actividades protocolares y recepciones.

Las salas Baire, Bolívar, Baraguá, Yara y Jimaguayú, también están dotadas de modernos equipos de telecomunicaciones y servicio de traducción simultánea. Oportunidades exclusivas en un sitio que no advierte los embates del tiempo.

Por Pedro Quiroga