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Figli spirituali di Benedetto XVI

VIAJE APOSTÓLICO A BRASIL (9-14 de mayo de 2007)

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    VIAJE APOSTÓLICO
    DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
    A BRASIL CON OCASIÓN DE LA V CONFERENCIA GENERAL
    DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE

    ENTREVISTA CONCEDIDA POR EL SANTO PADRE
    A LOS PERIODISTAS DURANTE EL VUELO HACIA BRASIL

    Miércoles 9 de mayo de 2007



    Papa: Buenos días. Estamos sobrevolando el Sahara y vamos hacia el "continente de la esperanza". Yo voy con gran alegría, con muchas esperanzas, a este encuentro con América Latina. Tenemos varios momentos significativos: primero en São Paulo, el encuentro con la juventud; y luego, también en São Paulo, la canonización del primer santo nacido en Brasil, que también me parece una manifestación importante de lo que quiere significar este viaje. Se trata de un santo franciscano que encarnó en Brasil el carisma franciscano y es conocido como un santo de reconciliación y paz. Por tanto, es un signo importante de una personalidad que supo crear paz y así también coherencia social y humana.

    Asimismo, otro encuentro importante, en la "Hacienda de la esperanza" (n.d.r., la comunidad de recuperación de drogadictos que el Papa visitaría el sábado por la mañana), un lugar donde se manifiesta la fuerza de curación que posee la fe y que ayuda a abrir los horizontes de la vida. Todos estos problemas de droga, etc., nacen precisamente de una falta de esperanza en el futuro. Es la fe la que abre el futuro y así también sabe curar. Por consiguiente, me parece que es muy importante esta fuerza de curar y de dar esperanza, abriendo un horizonte para el futuro.

    Y, por último, el momento que constituye la finalidad principal de este viaje: el encuentro con los obispos que participan en la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe. Es un encuentro que, de por sí, tiene un contenido específicamente religioso: dar la vida en Cristo y ser discípulos de Cristo, sabiendo que todos queremos tener la vida, pero la vida no es plena si no tiene un contenido en sí y además una dirección que seguir. En este sentido, responde a la misión religiosa de la Iglesia y también abre la mirada a las condiciones necesarias para las soluciones a los grandes problemas sociales y políticos de América Latina.

    La Iglesia como tal no hace política —respetamos la laicidad—, pero ofrece las condiciones en las que puede madurar una sana política, con la consiguiente solución de los problemas sociales. Por tanto, queremos hacer que los cristianos tomen conciencia del don de la fe, de la alegría de la fe, gracias a la cual es posible conocer a Dios y así conocer también el porqué de nuestra vida. De este modo, los cristianos pueden ser testigos de Cristo y aprender tanto las virtudes personales necesarias como las grandes virtudes sociales: el sentido de la legalidad, que es decisivo para la formación de la sociedad. Conocemos los problemas de América Latina, pero precisamente queremos movilizar esas capacidades, esas fuerzas morales que existen, las fuerzas religiosas, para responder así a la misión específica de la Iglesia y a nuestra responsabilidad universal con respecto al hombre como tal y con respecto a la sociedad como tal.

    Santidad, ¿la Iglesia puede hacer algo para superar la violencia, que en Brasil alcanza dimensiones inaceptables?

    Papa: Quien tiene fe en Cristo, quien tiene la fe en este Dios que es reconciliación y que con la cruz ha puesto el signo más fuerte contra la violencia, no es violento y ayuda a los demás a superar la violencia. Por eso, lo mejor que podemos hacer es educar en la fe en Cristo, educar a asimilar el mensaje que brota de la persona de Cristo. Ser realmente hombre o mujer de fe significa automáticamente resistir a la violencia; y esto moviliza las fuerzas contra ella.

    Santidad, en Brasil hay una propuesta de referéndum sobre el tema del aborto. En la ciudad de México hace dos semanas se despenalizó el aborto. ¿Qué puede hacer la Iglesia para frenar esta tendencia, para que no se extienda a otros países latinoamericanos, teniendo presente que en México incluso el Papa ha sido acusado de injerencia por haber apoyado a los obispos? ¿Está de acuerdo con la Iglesia mexicana en que los parlamentarios que aprueban estas leyes que van contra los valores de Dios deben ser excomulgados?

    Papa: Hay una gran lucha de la Iglesia en favor de la vida. Vosotros sabéis que el Papa Juan Pablo II hizo de ella un punto fundamental de todo su pontificado. Escribió una gran encíclica sobre el evangelio de la vida. Naturalmente, seguimos difundiendo este mensaje según el cual la vida es un don y no una amenaza. Me parece que en la raíz de esas legislaciones está, por una parte, cierto egoísmo y, por otra, también una duda sobre el valor de la vida, sobre la belleza de la vida y también una duda sobre el futuro. Y a estas dudas la Iglesia responde sobre todo diciendo: la vida es hermosa, no es algo dudoso, sino un don; incluso en situaciones difíciles la vida sigue siendo siempre un don. Por tanto, es preciso volver a despertar esta conciencia de la belleza del don de la vida. Además, está la duda sobre el futuro: naturalmente, hay muchas amenazas en el mundo, pero la fe nos da la certeza de que Dios siempre es más fuerte y sigue estando presente en la historia, y de que, por consiguiente, también podemos dar con confianza la vida a nuevos seres humanos. Con la conciencia que la fe nos da sobre la belleza de la vida y sobre la presencia providente de Dios en nuestro futuro, podemos resistir a los miedos que están en la raíz de esas legislaciones.

    Santidad, notamos que en sus discursos se hace referencia al relativismo de Europa, a la pobreza de África, pero se echa un poco de menos América Latina, ¿tal vez porque no es una preocupación? ¿o usted le dedicará en el futuro alguna palabra más específica? (televisión brasileña).

    Papa: No, yo amo mucho a América Latina; he hecho muchas visitas a América Latina y tengo muchos amigos; conozco cuán grandes son sus problemas y, por otra parte, cuán grande es la riqueza de este continente. En este período son "predominantes" los problemas de Oriente Medio, de Tierra Santa, de Irak, etc. Por decirlo así, existe una prioridad inmediata, que es preciso tener en cuenta. Como sabemos, también son enormes los sufrimientos de África. Pero no me preocupan menos los problemas de América Latina, porque no amo menos a América Latina, el gran —más aún, el mayor— continente católico, que por eso también constituye la mayor responsabilidad para un Papa. Así pues, me alegra que haya llegado para mí el momento de ir a América Latina, de confirmar el compromiso asumido por Pablo VI y Juan Pablo II, y de seguir en la misma línea. Naturalmente, el Papa desea que, además de ser un continente católico, sea también un continente ejemplar, donde se resuelvan de modo adecuado los problemas humanos, que son grandes. Y se trabaja juntamente con los Episcopados, los sacerdotes, los religiosos y los laicos, para que este gran continente católico sea realmente también un continente de vida y de esperanza. Para mí esta es una prioridad de primer orden.

    Santidad, en su discurso de llegada dice que se trata de formar cristianos dando indicaciones morales y que luego ellos deciden libre y conscientemente. ¿Comparte usted la excomunión que se ha dado a los diputados de la ciudad de México sobre la cuestión del aborto?

    Papa: La excomunión no es algo arbitrario; está previsto en el Código (n.d.r., Código de derecho canónico). Por tanto, en el derecho canónico está claramente escrito que matar a un niño inocente es incompatible con ir a la Comunión, en la que se recibe el Cuerpo de Cristo. Por consiguiente, no se ha inventado algo nuevo, algo sorprendente o arbitrario. Sólo se ha recordado públicamente lo que está previsto en el derecho de la Iglesia, en un derecho que se basa en la doctrina y en la fe de la Iglesia, en nuestro aprecio por la vida y por la individualidad humana, desde el primer momento.

    ¿Se siente suficientemente apoyado por los alemanes? ¿No siente un poco de nostalgia de Alemania?

    Papa: Me ha preguntado si me siento suficientemente apoyado por los alemanes y también si siento un poco de nostalgia de Alemania. Sí, me siento suficientemente apoyado; es normal que en un país mixto (protestante y católico), no todos los bautizados estén de acuerdo con el Papa; esto es totalmente normal. Pero me parece que existe un gran apoyo, también de personas que pertenecen a la parte no católica de Alemania. Por tanto, sí, existe el apoyo y me ayuda. Amo a mi patria, pero también amo a Roma, y ahora soy ciudadano del mundo. Así, en todas partes estoy en casa y me siento cercano a mi país, como a todos los demás.

    Buenos días, Santidad. En su libro Jesús de Nazaret habla de una dramática crisis de fe. En América Latina tal vez no haya esta dramática crisis de fe, pero sí un debilitamiento. La teología de la liberación se ha sustituido con la teología de las sectas protestantes, que prometen paraísos baratos de la fe, y la Iglesia católica pierde fieles. ¿Cómo frenar esta hemorragia de fieles católicos?

    Papa: Esta es nuestra preocupación común. Precisamente en esta V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe queremos encontrar respuestas convincentes y ya se trabaja con este fin. El éxito de las sectas demuestra, por una parte, que hay una sed generalizada de Dios, una sed de religión; las personas quieren estar cerca de Dios y buscan un contacto con él. Y, naturalmente, por otra, aceptan también a quien se presenta y promete soluciones a sus problemas de la vida diaria. Nosotros, como Iglesia católica, debemos hacer realidad precisamente lo que constituye la finalidad de esta V Conferencia, es decir, ser más misioneros y por tanto más dinámicos al ofrecer respuestas a la sed de Dios, ser conscientes de que la gente, y precisamente también los pobres, quieren estar cerca de Dios. Somos conscientes de que, juntamente con esta respuesta a la sed de Dios, debemos ayudarles a encontrar las condiciones de vida justas sea a nivel micro-económico, en las situaciones concretísimas, como hacen las sectas, sea a nivel macro-económico, pensando también en todas las exigencias de la justicia.

    A propósito de la pregunta del colega. Hay todavía muchos exponentes de la teología de la liberación en diversos lugares de Brasil. ¿Cuál es el mensaje específico para estos exponentes de la teología de la liberación?

    Papa: Yo diría que, al cambiar la situación política, también ha cambiado profundamente la situación de la teología de la liberación, y ahora es evidente que estaban equivocados esos milenarismos fáciles, que prometían inmediatamente, como consecuencia de la revolución, las condiciones completas de una vida justa. Esto hoy lo saben todos. Ahora la cuestión es cómo la Iglesia debe estar presente en la lucha por las reformas necesarias, en la lucha por condiciones de vida más justas. En esto se dividen los teólogos, en particular los exponentes de la teología política. Nosotros, con la Instrucción dada a su tiempo por la Congregación para la doctrina de la fe, tratamos de realizar una labor de discernimiento, es decir, tratamos de librarnos de falsos milenarismos, de librarnos también de una mezcla errónea de Iglesia y política, de fe y política; y de mostrar la parte específica de la misión de la Iglesia, que consiste precisamente en responder a la sed de Dios y por tanto también educar en las virtudes personales y sociales, que son condición necesaria para hacer que madure el sentido de la legalidad. Por otra parte, tratamos de indicar las líneas directrices para una política justa, una política que no hacemos nosotros, sino para la cual nosotros debemos indicar las grandes líneas y los grandes valores determinantes, y crear las condiciones humanas, sociales y psicológicas en las que puedan crecer esos valores. Por tanto, existe el espacio para un debate difícil, pero legítimo, sobre cómo llegar a esto y sobre cómo hacer eficaz del mejor modo posible la doctrina social de la Iglesia. En este sentido, también algunos teólogos de la liberación tratan de avanzar dentro de este camino; otros toman otras posiciones. En cualquier caso, la intervención del Magisterio no ha pretendido destruir el compromiso por la justicia, sino guiarlo por los caminos correctos y también en el respeto de la debida diferencia entre responsabilidad política y responsabilidad eclesial.

    Sabemos que usted estuvo dos veces en Colombia, cuando era cardenal, y sabemos que Colombia ha quedado muy presente en su corazón. Quisiéramos saber qué puede hacer la Iglesia para que podamos salir adelante sobre todo en esta situación de conflicto interno colombiano.

    Papa: Naturalmente, yo no soy un oráculo, que tiene automáticamente todas las respuestas adecuadas. Sabemos que los obispos ponen todo su empeño por encontrar esas respuestas. Yo sólo puedo confirmar la línea fundamental de los obispos, es decir, una fuerte indicación a poner el acento en la fe, que es la garantía más segura contra el aumento de la violencia y, al mismo tiempo, un compromiso decidido por la educación de una conciencia que salga de situaciones incompatibles con la fe. Naturalmente, están en juego condiciones económicas, donde algunos campesinos viven de cierto mercado que luego permite grandes ganancias en otros lugares. No se pueden resolver inmediatamente, de un momento a otro, estos diversos problemas económicos, políticos, ideológicos, pero es necesario seguir adelante con gran decisión, con la adhesión sincera a una fe que implica respeto a la legalidad y a la vez amor y responsabilidad con respecto a los demás. Me parece que la educación en la fe es la humanización más segura también para resolver, poco a poco, esos problemas tan concretos.

    Santidad, llegamos al continente de monseñor Óscar Romero. Se ha hablado mucho de su proceso de santificación. ¿Tendría la amabilidad de decirnos en qué fase se encuentra, si está a punto de ser santificado y cómo ve usted esta figura?

    Papa: Según las últimas informaciones sobre el trabajo de la Congregación competente, se están estudiando muchos casos y sé que siguen su curso. Su excelencia mons. Paglia me envió una biografía importante, que aclara muchos puntos de la cuestión. Ciertamente, monseñor Romero fue un gran testigo de la fe, un hombre de gran virtud cristiana, que se comprometió en favor de la paz y contra la dictadura, y que fue asesinado durante la celebración de la misa. Por tanto, una muerte verdaderamente "creíble", de testimonio de la fe. Estaba el problema de que una parte política quería tomarlo injustamente para sí como bandera, como figura emblemática. ¿Cómo poner adecuadamente de manifiesto su figura, protegiéndola de esos intentos de instrumentalización? Este es el problema. Se está examinando y yo espero con confianza lo que diga al respecto la Congregación para las causas de los santos.

    ¿Cómo ve, la cuestión del impacto que tienen los regímenes políticos de izquierdas en América Latina en el proyecto de la Iglesia para el continente? Y ¿en qué medida la cultura brasileña ha entrado en su formación personal?

    Papa: Bien, sobre los aspectos de la acción política de la izquierda no puedo hablar ahora, pues no estoy suficientemente informado. Además, como es obvio, no quisiera entrar en cuestiones que atañen directamente a la política. En cuanto a mi formación, a mi compromiso personal con Brasil, hay que tener presente que se trata del país más grande de América Latina, un país que se extiende desde Amazonia hasta Argentina. Brasil contiene en sí diversas culturas indígenas. Me han dicho que hay más de ochenta lenguas. Por otra parte, también está su gran pasado, en el que se registra la presencia de afro-americanos y de afro-brasileños. Es interesante cómo se ha formado este pueblo y cómo se ha desarrollado en él la fe católica: la fe se ha defendido en todos los tiempos y con numerosas dificultades. Como sabemos, en el siglo XIX la Iglesia fue perseguida por fuerzas neoliberales. Por tanto, en mi formación, un aspecto importante ha sido seguir el desarrollo de estos pueblos católicos de América Latina. No soy un especialista, pero estoy convencido de que aquí se decide, al menos en parte —en una parte fundamental—, el futuro de la Iglesia católica. Esto siempre ha sido evidente para mí. Como es obvio, siento la necesidad de profundizar aún más mi conocimiento de este mundo.

    Los portugueses siguen y rezan por este viaje, y coincide que usted estará en Aparecida el 13 de mayo. Esta fecha es muy importante para nosotros, porque se cumplen noventa años de las apariciones en Fátima. Por eso, ¿quiere decirnos algo respecto de esta coincidencia para el pueblo portugués?

    Papa: Para mí, realmente, es un don de la Providencia que mi misa en Aparecida, el gran santuario mariano de Brasil, coincida con los noventa años de la aparición de la Virgen en Fátima. Así vemos que la misma Madre de Dios, Madre de la Iglesia, Madre nuestra, está presente en los diversos continentes, y en los diversos continentes siempre se muestra del mismo modo como Madre, revelando una cercanía especial a todos los pueblos. Esto para mí es muy hermoso. Siempre es la Madre de Dios, siempre es María, pero, por decirlo así, está "inculturada": tiene una cara, un rostro específico en Guadalupe, en Aparecida, en Fátima, en Lourdes, en todos los países del mundo. Por tanto, se muestra como Madre precisamente haciéndose cercana a todos. De este modo todos se acercan entre sí mediante este amor a la Virgen. Me parece importante esta unión que la Virgen crea entre los continentes, entre las culturas, al estar cerca de cada cultura específica y, al mismo tiempo, unificándolas a todas entre sí; precisamente esto me aprece importante: el conjunto de especificidades de las culturas —que tienen su riqueza propia— y la unidad en la comunión de la misma familia de Dios.

    En Brasil hay gente que no quiere escuchar el mensaje de la Iglesia...

    Papa: Esto no sólo sucede en Brasil. En todas las partes del mundo son muchísimos los que no quieren escuchar lo que dice la Iglesia. Esperamos que al menos lo oigan; luego pueden disentir, pero es importante que al menos oigan lo que dice para poder responder. Tratamos de convencer también a los que disienten y no quieren escuchar. Por lo demás, no podemos olvidar que tampoco nuestro Señor logró que todos lo escucharan. No esperamos convencer a todos en un momento. Pero, con la ayuda de mis colaboradores, en este momento yo trato de hablar a Brasil con la esperanza de que muchísimos quieran escuchar y que muchísimos también se convenzan de que este es el camino que es preciso seguir, por lo demás un camino que está siempre abierto a muchas opciones y opiniones diversas.


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    VIAJE APOSTÓLICO
    DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
    A BRASIL CON OCASIÓN DE LA V CONFERENCIA GENERAL
    DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE

    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    DURANTE LA CEREMONIA DE BIENVENIDA
    EN EL AEROPUERTO DE SÃO PAULO

    Miércoles 9 de mayo de 2007



    Excelentísimo señor presidente de la República;
    señores cardenales y venerados hermanos en el episcopado;
    queridos hermanos y hermanas en Cristo:

    1. Es para mí motivo de particular satisfacción iniciar mi visita pastoral a Brasil y presentar a vuestra excelencia, en calidad de jefe y representante supremo de la gran nación brasileña, mi agradecimiento por la amable acogida con que me han recibido. Extiendo este agradecimiento, de buen grado, a los miembros del Gobierno que acompañan a vuestra excelencia, a las personalidades civiles y militares aquí reunidas y a las autoridades del Estado de São Paulo. Señor Presidente, en sus palabras de bienvenida siento resonar los sentimientos de cariño y amor de todo el pueblo brasileño hacia el Sucesor del Apóstol Pedro.

    Saludo fraternalmente en el Señor a mis queridos hermanos del episcopado, que han venido a recibirme en nombre de la Iglesia que está en Brasil. Saludo también a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, a los seminaristas y a los laicos comprometidos en la obra de evangelización de la Iglesia y en el testimonio de una vida auténticamente cristiana. Por último, dirijo mi afectuoso saludo a todos los brasileños sin distinción, hombres y mujeres, familias, ancianos, enfermos, jóvenes y niños. A todos digo de corazón: ¡Muchas gracias por vuestra generosa hospitalidad!

    2. Brasil ocupa un lugar muy especial en el corazón del Papa no solamente porque nació cristiano y posee hoy el mayor número de católicos, sino sobre todo porque es una nación rica en potencialidades, con una presencia eclesial que es motivo de alegría y esperanza para toda la Iglesia.

    Mi visita, señor presidente, tiene un objetivo que rebasa las fronteras nacionales: vengo a presidir, en Aparecida, la sesión de apertura de la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe. Por una providencial manifestación de la bondad del Creador, este país deberá servir de cuna para las propuestas eclesiales que, si Dios quiere, podrán dar nuevo vigor e impulso misionero a este continente.

    3. En esta área geográfica los católicos son mayoría; esto significa que deben contribuir de modo especial al servicio del bien común de esta nación. La solidaridad será, sin duda, una palabra llena de contenido para las fuerzas vivas de la sociedad, cuando cada uno, en su propio ámbito, se comprometa seriamente por construir un futuro de paz y de esperanza para todos.

    La Iglesia católica, como puse de relieve en la encíclica Deus caritas est, "transformada por la fuerza del Espíritu, está llamada a ser en el mundo testigo del amor del Padre, que quiere hacer de la humanidad, en su Hijo, una sola familia" (cf. n. 19). De allí su profundo compromiso con la misión evangelizadora, al servicio de la causa de la paz y de la justicia. Por tanto, la decisión de realizar una Conferencia esencialmente misionera refleja bien la preocupación del Episcopado, al igual que la mía, de buscar caminos adecuados para que, en Jesucristo, "nuestros pueblos tengan vida", como reza el tema de la Conferencia.

    Con estos sentimientos, quiero superar las fronteras de este país para saludar a todos los pueblos de América Latina y del Caribe, deseando, con las palabras del Apóstol, "que la paz esté con todos vosotros que estáis en Cristo" (1 P 5, 14).

    4. Señor presidente, agradezco a la divina Providencia el concederme la gracia de visitar Brasil, un país de gran tradición católica. Ya he recordado el motivo principal de mi viaje, que tiene un alcance latinoamericano y un carácter esencialmente religioso.

    Me siento muy feliz por poder estar algunos días con los brasileños. Sé que el alma de este pueblo, como toda América Latina, conserva valores radicalmente cristianos que jamás serán cancelados. Y estoy seguro de que en Aparecida, durante la Conferencia general del Episcopado, se reforzará esta identidad, promoviendo el respeto a la vida, desde su concepción hasta su decadencia natural, como exigencia propia de la naturaleza humana; también pondrá la promoción de la persona humana como eje de la solidaridad, especialmente con los pobres y desamparados.

    La Iglesia quiere únicamente indicar los valores morales de cada situación y formar a los ciudadanos para que puedan decidir consciente y libremente; en este sentido, no dejará de insistir en el empeño que se debe poner para asegurar la consolidación de la familia como célula base de la sociedad, y de la juventud, cuya formación constituye un factor decisivo para el porvenir de una nación; y, también, pero no por último, defendiendo y promoviendo los valores subyacentes en todos los estratos sociales, especialmente en los pueblos indígenas.

    5. Con estos deseos y, renovando mi agradecimiento por la cordial acogida que me han dispensado como Sucesor de Pedro, invoco la protección materna de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, recordada también como Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de las Américas, para que proteja e inspire a los gobernantes en la ardua tarea de ser promotores del bien común, fortaleciendo los vínculos de fraternidad cristiana para el bien de todos sus habitantes. ¡Dios bendiga a América Latina! ¡Dios bendiga a Brasil! Muchas gracias.


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    VIAJE APOSTÓLICO
    DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
    A BRASIL CON OCASIÓN DE LA V CONFERENCIA GENERAL
    DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE

    PALABRAS DEL PAPA BENEDICTO XVI
    A LOS FIELES DESDE EL BALCÓN DEL MONASTERIO DE SAN BENITO

    Miércoles 9 de mayo de 2007



    Queridos amigos:

    Esta entusiasta acogida conmueve al Papa. Gracias por haberme esperado.

    Estos días estarán llenos de emociones y de alegrías para todos vosotros y para la Iglesia.

    Es una Iglesia en fiesta. En todos los rincones del mundo están rezando por los frutos de este viaje, el primer viaje pastoral a Brasil y a América Latina que la Providencia me concede realizar como Sucesor de Pedro.

    La canonización de Fray Galvão y la inauguración de la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe serán piedras miliares en la historia de la Iglesia.
    Cuento con vosotros y con vuestras oraciones. Muchas gracias.


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    VIAJE APOSTÓLICO
    DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
    A BRASIL CON OCASIÓN DE LA V CONFERENCIA GENERAL
    DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE

    PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS JÓVENES
    EN EL ESTADIO DE PACAEMBU

    Jueves 10 de mayo de 2007



    Queridos jóvenes;
    queridos amigos y amigas:

    "Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres (...); luego ven y sígueme" (Mt 19, 21).

    1. He deseado ardientemente encontrarme con vosotros en este mi primer viaje a América Latina. He venido a inaugurar la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano que, por deseo mío, va a realizarse en Aparecida, aquí en Brasil, en el santuario de Nuestra Señora. Ella nos lleva a los pies de Jesús para aprender sus lecciones sobre el Reino y nos impulsa a ser sus misioneros, para que los pueblos de este "continente de la esperanza" tengan en él vida plena.

    Vuestros obispos de Brasil, en su asamblea general del año pasado, reflexionaron sobre el tema de la evangelización de la juventud y pusieron en vuestras manos un documento. Pidieron que fuera acogido y perfeccionado por vosotros durante todo el año. En esta última asamblea retomaron el tema, enriquecido con vuestra colaboración, y desean que las reflexiones hechas y las orientaciones propuestas sirvan como incentivo y faro para vuestro camino. Las palabras del arzobispo de São Paulo y del encargado de la pastoral de la juventud, que agradezco, testifican bien el espíritu que anima el corazón de todos.

    Ayer por la tarde, al sobrevolar el territorio brasileño, pensaba ya en este encuentro en el estadio de Pacaembu, con el deseo de daros a todos un gran abrazo, muy brasileño, y manifestar los sentimientos que llevo en lo más íntimo del corazón y que el evangelio de hoy, muy a propósito, nos ha indicado.

    Siempre he experimentado una alegría muy especial en estos encuentros. Recuerdo particularmente la XX Jornada mundial de la juventud, que presidí hace dos años en Alemania. Algunos de los que están aquí también estuvieron allá. Es un recuerdo conmovedor, por los abundantes frutos de gracia concedidos por el Señor. Y no cabe la menor duda que el primer fruto, entre muchos, que pude constatar fue el de la fraternidad ejemplar que hubo entre todos, como demostración evidente de la perenne vitalidad de la Iglesia en todo el mundo.

    2. Por eso, queridos amigos, estoy seguro de que hoy se renovarán las mismas impresiones de aquel encuentro mío en Alemania. En 1991, el siervo de Dios Papa Juan Pablo II, de venerada memoria, a su paso por Mato Grosso, dijo: "Vosotros vais a ser los primeros protagonistas del tercer milenio. (...) Sois vosotros, jóvenes, los que vais a trazar los caminos de esta nueva etapa de la humanidad" (Discurso a los jóvenes en Cuiabá, 16 de octubre de 1991, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de octubre de 1991, p. 13). Hoy, me siento impulsado a haceros esa misma constatación.

    El Señor aprecia, sin duda, vuestra vivencia cristiana en las numerosas comunidades parroquiales y en las pequeñas comunidades eclesiales, en las universidades, colegios y escuelas, y especialmente en las calles y en los ambientes de trabajo de las ciudades y del campo. Pero hay que seguir adelante. Nunca podemos decir basta, porque la caridad de Dios es infinita y el Señor nos pide, o mejor, nos exige ensanchar nuestro corazón para que en él haya cada vez más amor, más bondad, más comprensión con respecto a nuestros semejantes y a los problemas que afectan no sólo a la convivencia humana, sino también a la efectiva preservación y conservación de la naturaleza, de la cual todos formamos parte. "Nuestros bosques tienen más vida": no dejéis que se apague esta llama de esperanza que vuestro himno nacional pone en vuestros labios. La devastación ambiental de la Amazonia y las amenazas a la dignidad humana de sus poblaciones requieren un compromiso mayor en los más diversos ámbitos de acción que la sociedad viene pidiendo.

    3. Hoy quiero reflexionar con vosotros sobre el texto de san Mateo (cf. Mt 19, 16-22), que acabamos de escuchar. Habla de un joven que salió al encuentro de Jesús. Merecen destacarse sus anhelos. En este joven os veo a todos vosotros, jóvenes de Brasil y de América Latina. Habéis acudido a nuestro encuentro desde diversas regiones de este continente; queréis escuchar, de labios del Papa, las palabras de Jesús mismo.

    Como en el Evangelio, tenéis una pregunta importante que hacerle. Es la misma del joven que salió al encuentro de Jesús: "¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?". Quisiera profundizar con vosotros en esta pregunta. Se trata de la vida, la vida que, en vosotros, es exuberante y bella. ¿Qué hacer de ella? ¿Cómo vivirla plenamente?

    Ya en la formulación de la pregunta entendemos inmediatamente que no basta el "aquí" y "ahora"; es decir, nosotros no logramos limitar nuestra vida al espacio y al tiempo, por más que pretendamos ensanchar sus horizontes. La vida los trasciende. En otras palabras, queremos vivir y no morir. Sentimos que algo nos revela que la vida es eterna y que es necesario comprometernos para que esto suceda. O sea, está en nuestras manos y depende, de algún modo, de nuestra decisión.

    La pregunta del Evangelio no atañe sólo al futuro. No concierne sólo a lo que sucederá después de la muerte. Al contrario, tenemos un compromiso con el presente, aquí y ahora, que debe garantizar autenticidad y, en consecuencia, el futuro. En una palabra, la pregunta plantea la cuestión del sentido de la vida. Por eso, puede formularse así: ¿qué debo hacer para que mi vida tenga sentido? O sea: ¿cómo debo vivir para cosechar plenamente los frutos de la vida? O también: ¿qué debo hacer para que mi vida no transcurra inútilmente?

    Jesús es el único capaz de darnos una respuesta, porque es el único que nos puede garantizar la vida eterna. Por eso también es el único que logra mostrar el sentido de la vida presente y darle un contenido de plenitud.

    4. Sin embargo, antes de dar su respuesta, Jesús plantea al joven una pregunta muy importante: "¿Por qué me llamas bueno?". En esta pregunta se encuentra la clave de la respuesta. Aquel joven percibió que Jesús es bueno y que es maestro. Un maestro que no engaña. Estamos aquí porque tenemos esta misma convicción: Jesús es bueno. Quizá no sabemos explicar plenamente la razón de esta percepción, pero es cierto que nos aproxima a él y nos abre a su enseñanza: un maestro bueno. Quien reconoce el bien es señal que ama, y quien ama, según la feliz expresión de san Juan, conoce a Dios (cf. 1 Jn 4, 7). El joven del Evangelio reconoció a Dios en Jesucristo.

    Jesús nos asegura que sólo Dios es bueno. Estar abierto a la bondad significa acoger a Dios. Así nos invita a ver a Dios en todas las cosas y en todos los acontecimientos, incluso donde la mayoría sólo ve la ausencia de Dios. Al ver la belleza de las criaturas y constatar la bondad que existe en todas ellas, es imposible no creer en Dios y no experimentar su presencia salvífica y consoladora. Si lográramos ver todo el bien que existe en el mundo y, más aún, experimentar el bien que proviene de Dios mismo, no cesaríamos jamás de aproximarnos a él, de alabarlo y darle gracias. Él nos llena continuamente de alegría y de bienes. Su alegría es nuestra fuerza.

    Pero nosotros sólo conocemos de forma parcial. Para percibir el bien necesitamos ayudas, que la Iglesia nos proporciona en muchas ocasiones, sobre todo en la catequesis. Jesús mismo explicita lo que es bueno para nosotros, dándonos su primera catequesis: "Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos" (Mt 19, 17). Parte del conocimiento que el joven ciertamente ya obtuvo gracias a su familia y a la Sinagoga: de hecho, conoce los mandamientos, que llevan a la vida, lo cual equivale a decir que nos garantizan autenticidad. Son las grandes señales que nos indican el camino recto. Quien guarda los mandamientos está en el camino de Dios.

    Sin embargo, no basta conocerlos. El testimonio vale más que la ciencia, o sea, es la ciencia aplicada. No se nos imponen desde afuera, ni disminuyen nuestra libertad. Por el contrario, constituyen fuertes impulsos interiores, que nos llevan a actuar en cierta dirección. En su base están la gracia y la naturaleza, que no nos dejan inmóviles. Debemos caminar. Nos impulsan a hacer algo para realizarnos nosotros mismos. En realidad, realizarse por la acción es volverse real. Desde nuestra juventud somos, en gran parte, lo que queremos ser. Por decirlo así, somos obra de nuestras manos.

    5. En este momento me dirijo nuevamente a vosotros jóvenes, pues quiero oír también de vuestros labios la respuesta del joven del Evangelio: "Todo eso lo he guardado desde mi juventud". El joven del Evangelio era bueno; cumplía los mandamientos; andaba por el camino de Dios. Por eso, Jesús lo miró con amor. Al reconocer que Jesús era bueno, demostró que también él era bueno. Tenía experiencia de la bondad y, por tanto, de Dios. Y vosotros, jóvenes de Brasil y de América Latina ¿habéis descubierto ya lo que es bueno? ¿Cumplís los mandamientos del Señor? ¿Habéis descubierto que este es el camino verdadero y único hacia la felicidad?

    Los años que estáis viviendo son los años que preparan vuestro futuro. El "mañana" depende mucho de cómo estéis viviendo el "hoy" de la juventud. Mis queridos jóvenes, tenéis por delante una vida, que deseamos sea larga; pero es una sola, es única: no la dejéis pasar en vano, no la desperdiciéis. Vivid con entusiasmo, con alegría, pero sobre todo con sentido de responsabilidad.

    Muchas veces sentimos temblar nuestro corazón de pastores, constatando la situación de nuestro tiempo. Oímos hablar de los miedos de la juventud de hoy, que nos revelan un enorme déficit de esperanza: miedo de morir, en un momento en que la vida se está abriendo y busca encontrar su propio camino de realización; miedo de fracasar, por no descubrir el sentido de la vida; y miedo de quedar desconcertado ante la impresionante rapidez de los acontecimientos y de las comunicaciones. Constatamos el alto índice de muertes entre los jóvenes, la amenaza de la violencia, la deplorable proliferación de las drogas, que sacude hasta la raíz más profunda a la juventud de hoy. Por eso, a menudo se habla de una juventud perdida.

    Pero mirándoos a vosotros, jóvenes aquí presentes, que irradiáis alegría y entusiasmo, asumo la mirada de Jesús: una mirada de amor y confianza, con la certeza de que vosotros habéis encontrado el verdadero camino. Sois los jóvenes de la Iglesia. Por eso yo os envío a la gran misión de evangelizar a los muchachos y muchachas que andan errantes por este mundo, como ovejas sin pastor. Sed los apóstoles de los jóvenes. Invitadlos a caminar con vosotros, a hacer la misma experiencia de fe, de esperanza y de amor; a encontrarse con Jesús, para que se sientan realmente amados, acogidos, con plena posibilidad de realizarse. Que también ellos descubran los caminos seguros de los Mandamientos y recorriéndolos lleguen a Dios.

    Podéis ser protagonistas de una sociedad nueva si os esforzáis por poner en práctica una conducta concreta inspirada en los valores morales universales, pero también un compromiso personal de formación humana y espiritual de vital importancia. Un hombre o una mujer que no estén preparados para afrontar los desafíos reales de una correcta interpretación de la vida cristiana de su ambiente serán presa fácil de todos los asaltos del materialismo y del laicismo, cada vez más activos en todos los niveles.

    Sed hombres y mujeres libres y responsables; haced de la familia un foco que irradie paz y alegría; sed promotores de la vida, desde el inicio hasta su final natural; amparad a los ancianos, pues merecen respeto y admiración por el bien que os han hecho. El Papa también espera que los jóvenes traten de santificar su trabajo, haciéndolo con competencia técnica y con diligencia, para contribuir al progreso de todos sus hermanos y para iluminar con la luz del Verbo todas las actividades humanas (cf. Lumen gentium, 36).

    Pero el Papa espera, sobre todo, que sepan ser protagonistas de una sociedad más justa y fraterna, cumpliendo sus obligaciones ante el Estado: respetando sus leyes; no dejándose llevar por el odio y por la violencia; siendo ejemplo de conducta cristiana en el ambiente profesional y social, y distinguiéndose por la honradez en las relaciones sociales y profesionales. Tengan en cuenta que la ambición desmedida de riqueza y de poder lleva a la corrupción personal y ajena; no existen motivos que justifiquen hacer prevalecer las propias aspiraciones humanas, tanto económicas como políticas, con el fraude y el engaño.

    En definitiva, existe un inmenso panorama de acción en el cual las cuestiones de orden social, económico y político adquieren un relieve particular, siempre que tengan su fuente de inspiración en el Evangelio y en la doctrina social de la Iglesia: la construcción de una sociedad más justa y solidaria, reconciliada y pacífica; el compromiso por frenar la violencia; las iniciativas que promuevan la vida plena, el orden democrático y el bien común y, especialmente, las que buscan eliminar ciertas discriminaciones existentes en las sociedades latinoamericanas y no son motivo de exclusión, sino de enriquecimiento recíproco.

    Tened, sobre todo, un gran respeto por la institución del sacramento del matrimonio. No podrá haber verdadera felicidad en los hogares si, al mismo tiempo, no hay fidelidad entre los esposos. El matrimonio es una institución de derecho natural, que fue elevado por Cristo a la dignidad de sacramento; es un gran regalo que Dios ha hecho a la humanidad. Respetadlo, veneradlo. Al mismo tiempo, Dios os llama a respetaros también en el enamoramiento y en el noviazgo, pues la vida conyugal, que por disposición divina está destinada a los casados, solamente será fuente de felicidad y de paz en la medida en la que sepáis hacer de la castidad, dentro y fuera del matrimonio, un baluarte de vuestras esperanzas futuras.

    Os repito aquí a todos vosotros que "el eros quiere remontarnos (...) hacia lo divino, llevarnos más allá de nosotros mismos, pero precisamente por eso necesita seguir un camino de ascesis, renuncia, purificación y recuperación" (Deus caritas est, 5). En pocas palabras, requiere espíritu de sacrificio y de renuncia por un bien mayor, que es precisamente el amor de Dios sobre todas las cosas. Tratad de resistir con fortaleza a las insidias del mal existente en muchos ambientes, que os lleva a una vida disoluta, paradójicamente vacía, al hacer que perdáis el bien precioso de vuestra libertad y de vuestra verdadera felicidad. El amor verdadero "buscará cada vez más la felicidad del otro, se preocupará de él, se entregará y deseará "ser para" el otro" (ib., 7) y, por eso, será cada vez más fiel, indisoluble y fecundo.

    Para ello contáis con la ayuda de Jesucristo que, con su gracia, lo hará posible (cf. Mt 19, 26). La vida de fe y de oración os llevará por los caminos de la intimidad con Dios y de la comprensión de la grandeza de los planes que tiene para cada uno. "Por amor del reino de los cielos" (ib., 12), algunos son llamados a una entrega total y definitiva, para consagrarse a Dios en la vida religiosa, "eximio don de la gracia", como lo definió el concilio Vaticano II (Perfectae caritatis, 12).

    Los consagrados que se entregan totalmente a Dios, bajo la moción del Espíritu Santo, participan en la misión de Iglesia, testimoniando ante todos los hombres la esperanza en el reino de los cielos. Por eso, bendigo e invoco la protección divina sobre todos los religiosos que dentro de la mies del Señor se dedican a Cristo y a los hermanos. Las personas consagradas merecen verdaderamente la gratitud de la comunidad eclesial: monjes y monjas, contemplativos y contemplativas, religiosos y religiosas dedicados a las obras de apostolado, miembros de institutos seculares y de sociedades de vida apostólica, eremitas y vírgenes consagradas. "Su existencia da testimonio del amor a Cristo cuando se encaminan por su seguimiento, tal como se propone en el Evangelio y, con íntima alegría, asumen el mismo estilo de vida que él escogió para sí" (Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, instrucción Caminar desde Cristo, n. 5).

    Espero que, en este momento de gracia y de profunda comunión en Cristo, el Espíritu Santo despierte en el corazón de muchos jóvenes un amor apasionado en el seguimiento e imitación de Jesucristo casto, pobre y obediente, dirigido completamente a la gloria del Padre y al amor de los hermanos y hermanas.

    6. El Evangelio nos asegura que aquel joven, que salió al encuentro de Jesús, era muy rico. No sólo entendemos esta riqueza en sentido material, pues la misma juventud es una riqueza singular. Es necesario descubrirla y valorarla. Jesús la apreciaba tanto, que invitó a este joven a participar en su misión de salvación. Tenía todas las condiciones para una gran realización y una gran obra.

    Pero el Evangelio nos refiere que ese joven, al oír la invitación, se entristeció. Se alejó abatido y triste. Este episodio nos hace reflexionar una vez más sobre la riqueza de la juventud. No se trata, en primer lugar, de bienes materiales, sino de la propia vida, con los valores inherentes a la juventud. Proviene de una doble herencia: la vida, transmitida de generación en generación, en cuyo origen primero está Dios, lleno de sabiduría y de amor; y la educación que nos inserta en la cultura, hasta el punto de que, en cierto sentido, podemos decir que somos más hijos de la cultura, y por tanto de la fe, que de la naturaleza. De la vida brota la libertad que, sobre todo en esta etapa se manifiesta como responsabilidad. Es el gran momento de la decisión, en una doble opción: la del estado de vida y la de la profesión. Responde a la pregunta: ¿qué hacer de la propia vida?

    En otras palabras, la juventud se presenta como una riqueza porque lleva al redescubrimiento de la vida como un don y como una tarea. El joven del Evangelio percibió la riqueza de su juventud. Acudió a Jesús, el Maestro bueno, buscando una orientación. Pero a la hora de la gran opción no tuvo valentía para apostar todo por Jesucristo. En consecuencia, se marchó triste y abatido. Es lo que pasa cada vez que nuestras decisiones vacilan y se vuelven mezquinas e interesadas. Sintió que le faltaba generosidad, y eso no le permitió una realización plena. Se replegó sobre su riqueza, convirtiéndola en egoísta.

    A Jesús le dolió mucho la tristeza y la mezquindad del joven que había acudido a él. Los Apóstoles, como todos vosotros hoy, llenaron el vacío que dejó ese joven que se retiró triste y abatido. Ellos y nosotros estamos felices porque sabemos en quién creemos (cf. 2 Tm 1, 12). Sabemos y damos testimonio con nuestra propia vida de que solo él tiene palabras de vida eterna (cf. Jn 6, 68). Por eso, como san Pablo, podemos exclamar: "Estad siempre alegres en el Señor" (Flp 4, 4).

    7. La invitación que os hago a vosotros, jóvenes que habéis venido a este encuentro, es que no desaprovechéis vuestra juventud. No intentéis huir de ella. Vividla intensamente. Consagradla a los elevados ideales de la fe y de la solidaridad humana.

    Vosotros, los jóvenes, no sólo sois el futuro de la Iglesia y de la humanidad, como si fuera una especie de fuga del presente. Al contrario, sois el presente joven de la Iglesia y de la humanidad. Sois su rostro joven. La Iglesia necesita de vosotros, como jóvenes, para manifestar al mundo el rostro de Jesucristo, que se dibuja en la comunidad cristiana. Sin este rostro joven, la Iglesia se presentaría desfigurada.


    (En español)
    Queridos jóvenes, dentro de poco inauguraré la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Os pido que sigáis con atención sus trabajos; que participéis en sus debates; que recéis por sus frutos. Como ocurrió con las Conferencias anteriores, también esta marcará de modo significativo los próximos diez años de evangelización en América Latina y en el Caribe. Nadie debe quedar al margen o permanecer indiferente ante este esfuerzo de la Iglesia, y mucho menos los jóvenes. Vosotros con todo derecho formáis parte de la Iglesia, la cual representa el rostro de Jesucristo para América Latina y el Caribe.

    (En francés)
    Saludo a las personas de habla francesa que viven en el continente latinoamericano, invitándolos a ser testimonios del Evangelio y protagonistas de la vida eclesial. Rezo en particular por vosotros, los jóvenes, llamados a construir vuestra vida sobre Cristo y sobre los valores humanos fundamentales. Sentíos todos invitados a colaborar en la edificación de un mundo de justicia y de paz.

    (En inglés)
    Queridos jóvenes amigos, como el joven del Evangelio, que preguntó a Jesús: "¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?", todos vosotros buscáis el modo de responder generosamente al llamado de Dios. Rezo para que escuchéis su palabra salvífica y seáis sus testigos entre los hombres de hoy. Que Dios derrame sobre todos vosotros sus bendiciones de paz y alegría.

    (En portugués)
    Queridos jóvenes, Cristo os llama a ser santos. Él mismo os invita y quiere caminar con vosotros, para animar con su Espíritu los pasos de Brasil en este inicio del tercer milenio de la era cristiana. Pido a Nuestra Señora Aparecida que os guíe con su ayuda materna y os acompañe a lo largo de la vida.

    ¡Alabado sea nuestro Señor Jesucristo!


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    VIAJE APOSTÓLICO
    DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
    A BRASIL CON OCASIÓN DE LA V CONFERENCIA GENERAL
    DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE

    MISA DE CANONIZACIÓN
    DE FRAY ANTONIO DE SANTA ANA GALVÃO

    HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

    "Campo de Marte", São Paulo
    Viernes 11 de mayo de 2007



    Señores cardenales;
    señor arzobispo de São Paulo y obispos de Brasil y de América Latina;
    distinguidas autoridades;
    hermanas y hermanos en Cristo:

    "Bendigo al Señor en todo momento; su alabanza está siempre en mi boca" (Sal 33, 2).

    1. Alegrémonos en el Señor, en este día en el que contemplamos otra de las maravillas de Dios que, por su admirable providencia, nos permite gustar un vestigio de su presencia en este acto de entrega de Amor representado en el santo sacrificio del altar.

    Sí, no podemos menos de alabar a nuestro Dios. Alabémoslo todos, pueblos de Brasil y de América; cantemos al Señor sus maravillas, porque ha hecho grandes cosas en favor nuestro. Hoy, la divina Sabiduría permite que nos encontremos alrededor de su altar en actitud de alabanza y de acción de gracias por habernos concedido la gracia de la canonización de fray Antonio de Santa Ana Galvão.

    Quiero agradecer las afectuosas palabras del arzobispo de São Paulo, mons. Odilo Scherer, que se ha hecho portavoz de todos vosotros, y la solicitud de su predecesor, el cardenal Cláudio Hummes, que promovió con tanto empeño la causa del padre Galvão. Agradezco la presencia de cada uno de vosotros, tanto la de los habitantes de esta gran ciudad como la de los que han venido de otras ciudades y naciones. Me alegra que, a través de los medios de comunicación, mis palabras y las expresiones de mi afecto puedan entrar en cada casa y en cada corazón. Tened la certeza de que el Papa os ama, y os ama porque Jesucristo os ama.

    En esta solemne celebración eucarística se ha proclamado el pasaje del Evangelio en el que Jesús, en actitud de arrobamiento interior, proclama: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas a los sabios y entendidos y las revelaste a los pequeños" (Mt 11, 25). Por eso, me siento feliz porque la elevación de fray Galvão a los altares quedará para siempre enmarcada en la liturgia que hoy la Iglesia nos ofrece.

    Saludo con afecto a toda la comunidad franciscana y, de modo especial, a las monjas concepcionistas que, desde el Monasterio de la Luz, de la capital del Estado de São Paulo, irradian la espiritualidad y el carisma del primer brasileño elevado a la gloria de los altares.

    2. Damos gracias a Dios por los continuos beneficios alcanzados por el poderoso influjo evangelizador que el Espíritu Santo imprimió en tantas almas a través de fray Galvão. El carisma franciscano, evangélicamente vivido, ha producido frutos significativos a través de su testimonio de ferviente adorador de la Eucaristía, de prudente y sabio guía de las almas que lo buscaban y de gran devoto de la Inmaculada Concepción de María, de la que se consideraba "hijo y esclavo perpetuo".

    Dios sale a nuestro encuentro, "trata de atraernos, llegando hasta la última Cena, hasta el Corazón traspasado en la cruz, hasta las apariciones del Resucitado y las grandes obras mediante las cuales él, por la acción de los Apóstoles, ha guiado el caminar de la Iglesia naciente" (Deus caritas est, 17). Se revela a través de su Palabra, en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía. Por eso, la vida de la Iglesia es esencialmente eucarística. El Señor, en su amorosa providencia, nos dejó una señal visible de su presencia.

    Cuando contemplamos en la santa misa al Señor, elevado por el sacerdote, después de la consagración del pan y del vino, o cuando lo adoramos con devoción expuesto en la Custodia, renovamos nuestra fe con profunda humildad, como hacía fray Galvão en "laus perennis", en actitud constante de adoración. En la sagrada Eucaristía está contenido todo el bien espiritual de la Iglesia, o sea, Cristo mismo, nuestra Pascua, el Pan vivo que bajó del cielo vivificado por el Espíritu Santo y vivificante porque da la vida a los hombres.

    Esta misteriosa e inefable manifestación del amor de Dios a la humanidad ocupa un lugar privilegiado en el corazón de los cristianos. Deben poder conocer la fe de la Iglesia, a través de sus ministros ordenados, por la ejemplaridad con que estos cumplen los ritos prescritos, que en la liturgia eucarística indican siempre el centro de toda la obra de evangelización. Por su parte, los fieles deben tratar de recibir y venerar el santísimo Sacramento con piedad y devoción, deseando acoger al Señor Jesús con fe y recurriendo, cada vez que sea necesario, al sacramento de la Reconciliación para purificar el alma de todo pecado grave.

    3. Es significativo el ejemplo de fray Galvão por su disponibilidad para servir al pueblo siempre que se le pedía. Tenía fama de consejero, pacificador de las almas y de las familias, dispensador de caridad especialmente en favor de los pobres y de los enfermos. Era muy buscado para las confesiones, pues era celoso, sabio y prudente. Una característica de quien ama de verdad es no querer que el Amado sea agraviado; por eso, la conversión de los pecadores era la gran pasión de nuestro santo. La hermana Helena Maria, que fue la primera "religiosa" destinada a iniciar el "Recolhimento de Nossa Senhora da Conceição", testimonió lo que dijo fray Galvão: "Rezad para que Dios nuestro Señor, con su poderoso brazo, saque a los pecadores del abismo miserable de las culpas en que se encuentran". Que esa delicada recomendación nos sirva de estímulo para reconocer en la Misericordia divina el camino que lleva a la reconciliación con Dios y con el prójimo y a la paz de nuestra conciencia.

    4. Unidos al Señor en la comunión suprema de la Eucaristía y reconciliados con él y con nuestro prójimo, seremos portadores de la paz que el mundo no puede dar. ¿Podrán los hombres y mujeres de este mundo encontrar la paz si no toman conciencia de la necesidad de reconciliarse con Dios, con el prójimo y consigo mismos? En este sentido, fue muy significativo lo que la cámara del Senado de São Paulo escribió al ministro provincial de los franciscanos al final del siglo XVIII, definiendo a fray Galvão un "hombre de paz y de caridad". ¿Qué nos pide el Señor?: "Amaos unos a otros como yo os he amado". Pero inmediatamente añade: "Dad fruto y que vuestro fruto permanezca" (cf. Jn 15, 12.16). ¿Y qué fruto nos pide, sino el de saber amar, inspirándonos en el ejemplo del santo de Guaratinguetá?

    La fama de su inmensa caridad no tenía límites. Personas de toda la nación iban a ver a fray Galvão, que a todos acogía paternalmente. Se trataba de pobres, enfermos del cuerpo y del espíritu, que le imploraban ayuda.

    Jesús abre su corazón y nos revela el centro de todo su mensaje redentor: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Él mismo amó hasta dar su vida por nosotros en la cruz. También la acción de la Iglesia y de los cristianos en la sociedad debe poseer esta misma inspiración. Las iniciativas de pastoral social, si se orientan al bien de los pobres y de los enfermos, llevan en sí mismas este sello divino. El Señor cuenta con nosotros y nos llama amigos, pues sólo a los que amamos de esta manera somos capaces de darles la vida proporcionada por Jesús con su gracia.

    Como sabemos, la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano tendrá como tema fundamental: "Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en él tengan vida". ¿Cómo no ver, entonces, la necesidad de escuchar con renovado fervor la llamada, para responder generosamente a los desafíos que debe afrontar la Iglesia en Brasil y en América Latina?

    5. "Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os daré descanso", dice el Señor en el Evangelio, (Mt 11, 28). Esta es la recomendación final que el Señor nos dirige. ¿Cómo no ver aquí el sentimiento paterno y a la vez materno de Dios hacia todos sus hijos? María, la Madre de Dios y Madre nuestra, se encuentra particularmente unida a nosotros en este momento. Fray Galvão afirmó con voz profética la verdad de la Inmaculada Concepción. Ella, la Tota Pulchra, la Virgen purísima, que concibió en su seno al Redentor de los hombres y fue preservada de toda mancha original, quiere ser el sello definitivo de nuestro encuentro con Dios, nuestro Salvador. No hay fruto de la gracia en la historia de la salvación que no tenga como instrumento necesario la mediación de Nuestra Señora.

    De hecho, este santo se entregó de modo irrevocable a la Madre de Jesús desde su juventud, deseando pertenecerle para siempre y escogiendo a la Virgen María como Madre y Protectora de sus hijas espirituales.

    Queridos amigos y amigas, ¡qué bello ejemplo nos dejó fray Galvão! ¡Cuán actuales son para nosotros, que vivimos en una época tan llena de hedonismo, las palabras escritas en la fórmula de su consagración: "Quítame la vida antes de que ofenda a tu bendito Hijo, mi Señor". Son palabras fuertes, de un alma apasionada, que deberían formar parte de la vida normal de todos los cristianos, tanto los consagrados como los no consagrados, y que despiertan deseos de fidelidad a Dios tanto dentro como fuera del matrimonio. El mundo necesita vidas límpidas, almas claras, inteligencias sencillas, que rechacen ser consideradas criaturas objeto de placer. Es necesario decir "no" a aquellos medios de comunicación social que ridiculizan la santidad del matrimonio y la virginidad antes del casamiento.

    Precisamente ahora Nuestra Señora es la mejor defensa contra los males que afligen la vida moderna; la devoción mariana es garantía segura de protección maternal y de amparo en la hora de la tentación. Esta misteriosa presencia de la Virgen purísima se hará realidad cuando invoquemos la protección y el auxilio de la Virgen Aparecida. Pongamos en sus manos santísimas la vida de los sacerdotes y de los laicos consagrados, de los seminaristas y de todos los que han sido llamados a la vida religiosa.

    6. Queridos amigos, permitidme concluir evocando la Vigilia de oración de Marienfeld en Alemania: ante una multitud de jóvenes, presenté a los santos de nuestra época como verdaderos reformadores. Y añadí: "Sólo de los santos, solo de Dios proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo" (Homilía, 20 de agosto de 2005: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 26 de agosto de 2005, p. 11). Esta es la invitación que os hago hoy a todos vosotros, desde el primero hasta el último, en esta inmensa Eucaristía. Dios dijo: "Sed santos, como yo soy santo" (Lv 11, 44).

    Demos gracias a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo, de los cuales nos vienen, por intercesión de la Virgen María, todas las bendiciones del cielo; de los cuales nos viene este don que, juntamente con la fe, es la mayor gracia que el Señor puede conceder a una criatura: el firme deseo de alcanzar la plenitud de la caridad, con la convicción de que la santidad no sólo es posible, sino también necesaria a cada uno en su estado de vida, para revelar al mundo el verdadero rostro de Cristo, nuestro amigo. Amén.


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    VIAJE APOSTÓLICO
    DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
    A BRASIL CON OCASIÓN DE LA V CONFERENCIA GENERAL
    DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE

    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    DURANTE EL ENCUENTRO CON EL EPISCOPADO BRASILEÑO
    EN LA CATEDRAL DE SÃO PAULO

    Viernes 11 de mayo de 2007



    Amados hermanos en el episcopado:

    «A pesar de ser Hijo de Dios, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna» (Hb 5, 8-9).

    1. El texto que acabamos de escuchar en la lectura breve de estas Vísperas contiene una enseñanza profunda. También en este caso constatamos cómo la palabra de Dios es viva y más penetrante que una espada de doble filo, penetra hasta la juntura del alma, reconfortándola y estimulando a sus servidores fieles (cf. Hb 4, 12).

    Doy gracias a Dios porque me ha permitido encontrarme con un Episcopado prestigioso, que está al frente de una de las más numerosas poblaciones católicas del mundo. Os saludo con sentimientos de profunda comunión y sincero afecto, conociendo bien la dedicación con que seguís a las comunidades que os han sido confiadas. La cordial acogida del señor párroco de la Catedral da Sé y de todos los presentes me ha hecho sentirme en casa, en esta gran casa común que es nuestra santa Madre, la Iglesia católica.

    Dirijo un saludo especial a la nueva presidencia de la Conferencia nacional de los obispos de Brasil y, a la vez que agradezco las palabras de su presidente, monseñor Geraldo Lyrio Rocha, expreso mis mejores deseos de un provechoso trabajo en el cumplimiento de la tarea de consolidar cada vez más la comunión entre los obispos y promover la acción pastoral común en un territorio de dimensiones continentales.

    2. Brasil acoge con su tradicional hospitalidad a los participantes en la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano. Expreso mi agradecimiento, de parte de sus miembros, por la atenta acogida y mi profundo aprecio por las oraciones del pueblo brasileño, elevadas especialmente por el éxito del encuentro de los obispos en Aparecida.

    Es un gran acontecimiento eclesial, que se sitúa en el ámbito del esfuerzo misionero que América Latina deberá proponerse, precisamente a partir de aquí, de la tierra brasileña. Por eso he querido dirigirme inicialmente a vosotros, obispos de Brasil, evocando las palabras densas de contenido de la carta a los Hebreos: "A pesar de ser Hijo de Dios, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna" (Hb 5, 8-9). Exuberantes en su significado, estos versículos hablan de la compasión de Dios hacia nosotros, manifestada en la pasión de su Hijo; y hablan de su obediencia, de su adhesión libre y consciente a los designios del Padre, explicitada especialmente en la oración en el monte de los Olivos: "No se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22, 42).

    Así, es Jesús mismo quien nos enseña que el verdadero camino de salvación consiste en conformar nuestra voluntad a la de Dios. Es exactamente lo que pedimos en la tercera invocación de la oración del Padrenuestro: que se haga la voluntad de Dios, en la tierra como en el cielo, porque donde reina la voluntad de Dios está presente el reino de Dios. Jesús nos atrae con su voluntad, con la voluntad del Hijo, y de este modo nos guía hacia la salvación. Saliendo al encuentro de la voluntad de Dios, con Jesucristo, abrimos el mundo al reino de Dios.

    Los obispos estamos llamados a manifestar esa verdad central, pues estamos vinculados directamente a Cristo, buen Pastor. La misión que se nos ha confiado, como maestros de la fe, consiste en recordar, como escribía el mismo Apóstol de los gentiles, que nuestro Salvador "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tm 2, 4-6). Esta, y no otra, es la finalidad de la Iglesia: la salvación de las almas, una a una. Por eso envió el Padre a su Hijo, y "como el Padre me envió, también yo os envío", se dice en el evangelio según san Juan (Jn 20, 21). De aquí, el mandato de evangelizar: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 19-20).

    Son palabras sencillas y sublimes, que indican el deber de predicar la verdad de la fe, la urgencia de la vida sacramental, la promesa de la asistencia continua de Cristo a su Iglesia. Se trata de realidades fundamentales, que se refieren a la instrucción en la fe y en la moral cristiana, así como a la práctica de los sacramentos. Donde no se conoce a Dios y su voluntad, donde no existe la fe en Jesucristo y en su presencia en las celebraciones sacramentales falta lo esencial también para la solución de los urgentes problemas sociales y políticos. La fidelidad al primado de Dios y de su voluntad, conocida y vivida en comunión con Jesucristo, es el don esencial que los obispos y los sacerdotes debemos ofrecer a nuestro pueblo (cf. Populorum progressio, 21).

    3. El ministerio episcopal nos impulsa al discernimiento de la voluntad salvífica, a la búsqueda de una pastoral que ayude al pueblo de Dios a reconocer y acoger los valores trascendentes, con fidelidad al Señor y al Evangelio.

    Es verdad que los tiempos actuales son difíciles para la Iglesia y muchos de sus hijos están sufriendo. La vida social atraviesa momentos de confusión desconcertante. Se ataca impunemente la santidad del matrimonio y de la familia, comenzando por hacer concesiones ante presiones capaces de influir negativamente en los procesos legislativos; se justifican algunos crímenes contra la vida en nombre de los derechos de la libertad individual; se atenta contra la dignidad del ser humano; se extiende la herida del divorcio y de las uniones libres. Más aún, cuando en el seno de la Iglesia se cuestiona el valor del compromiso sacerdotal como entrega total a Dios a través del celibato apostólico y como disponibilidad total para servir a las almas, y se da preferencia a las cuestiones ideológicas y políticas, incluso partidarias, la estructura de la consagración total a Dios comienza a perder su significado más profundo.

    ¿Cómo no sentir tristeza en nuestra alma? Pero tened confianza: la Iglesia es santa e incorruptible (cf. Ef 5, 27). Decía san Agustín: "La Iglesia vacilará si vacila su fundamento; pero ¿podrá vacilar Cristo? Dado que Cristo no vacila, la Iglesia permanecerá intacta hasta el fin de los tiempos" (Enarrationes in Psalmos, 103, 2, 5: PL 37, 1353).

    Entre los problemas que os afligen en vuestra solicitud pastoral está, sin duda, la cuestión de los católicos que abandonan la vida eclesial. Parece claro que la causa principal de este problema, entre otras, se puede atribuir a la falta de una evangelización en la que Cristo y su Iglesia estén en el centro de toda explicación. Las personas más vulnerables al proselitismo agresivo de las sectas -que con razón constituye motivo de preocupación- e incapaces de resistir a las embestidas del agnosticismo, del relativismo y del laicismo son generalmente los bautizados no suficientemente evangelizados, fácilmente influenciables porque poseen una fe frágil y, a veces, confusa, vacilante e ingenua, aunque conserven una religiosidad innata.

    En la encíclica Deus caritas est recordé que "no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (n. 1). Por tanto, es necesario emprender la actividad apostólica como una verdadera misión en el ámbito del rebaño que constituye la Iglesia católica en Brasil, promoviendo una evangelización metódica y capilar con vistas a una adhesión personal y comunitaria a Cristo. En efecto, se trata de no escatimar esfuerzos en la búsqueda de los católicos que se han alejado y de los que conocen poco o nada a Jesucristo, a través de una pastoral de la acogida que les ayude a sentir a la Iglesia como lugar privilegiado del encuentro con Dios y mediante un itinerario catequético permanente.

    En una palabra, se requiere una misión evangelizadora que movilice todas las fuerzas vivas de este inmenso rebaño. Mi pensamiento se dirige, por tanto, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los laicos que se prodigan, muchas veces con inmensas dificultades, en favor de la difusión de la verdad evangélica. Muchos de ellos colaboran o participan activamente en las asociaciones, en los movimientos y en las otras nuevas realidades eclesiales que, en comunión con sus pastores y de acuerdo con las orientaciones diocesanas, llevan su riqueza espiritual, educativa y misionera al corazón de la Iglesia, como preciosa experiencia y propuesta de vida cristiana.

    En este esfuerzo evangelizador, la comunidad eclesial se distingue por las iniciativas pastorales, al enviar, sobre todo a las casas de las periferias urbanas y del interior, a sus misioneros, laicos o religiosos, tratando de dialogar con todos con espíritu de comprensión y de caridad delicada. Sin embargo, si las personas con quienes se encuentran viven en una situación de pobreza, es necesario ayudarlas, como hacían las primeras comunidades cristianas, practicando la solidaridad, para que se sientan amadas de verdad. La gente pobre de las periferias urbanas o del campo necesita sentir la cercanía de la Iglesia, tanto en la ayuda para sus necesidades más urgentes, como en la defensa de sus derechos y en la promoción común de una sociedad fundada en la justicia y en la paz.

    Los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio y el obispo, formado a imagen del buen Pastor, debe estar particularmente atento a ofrecer el bálsamo divino de la fe, sin descuidar el "pan material". Como puse de relieve en la encíclica Deus caritas est, "la Iglesia no puede descuidar el servicio de la caridad, como no puede omitir los sacramentos y la Palabra" (n. 22).

    La vida sacramental, especialmente a través de la confesión y de la Eucaristía, asume aquí una importancia de primera magnitud. Los pastores tenéis la tarea principal de asegurar la participación de los fieles en la vida eucarística y en el sacramento de la Reconciliación; debéis vigilar para que la confesión y la absolución de los pecados sean ordinariamente individuales, como el pecado constituye un hecho profundamente personal (cf. Reconciliatio et paenitentia, 31, III). Solamente la imposibilidad física o moral exime al fiel de esta forma de confesión, pudiendo en este caso conseguir la reconciliación por otros medios (cf. Código de derecho canónico, can. 960; Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, n. 311). Por eso, conviene inculcar en los sacerdotes la práctica de la generosa disponibilidad para atender a los fieles que recurren al sacramento de la misericordia de Dios (cf. carta apostólica Misericordia Dei, 2).

    4. Recomenzar desde Cristo en todos los ámbitos de la misión, redescubrir en Jesús el amor y la salvación que el Padre nos da, por el Espíritu Santo, es la substancia, la raíz de la misión episcopal, que hace del obispo el primer responsable de la catequesis diocesana. A él le corresponde la dirección superior de la catequesis, rodeándose de colaboradores competentes y dignos de confianza. Por tanto, es obvio que sus catequistas no son simples comunicadores de experiencias de fe, sino que deben ser auténticos transmisores, bajo la guía de su pastor, de las verdades reveladas.

    La fe es un camino, dirigido por el Espíritu Santo, que se compendia en dos palabras: conversión y seguimiento. Estas dos palabras clave de la tradición cristiana indican con claridad que la fe en Cristo implica una praxis de vida basada en el doble mandamiento del amor, a Dios y al prójimo, y expresan también la dimensión social de la vida.

    La verdad supone un conocimiento claro del mensaje de Jesús, transmitido gracias a un lenguaje inculturado comprensible, pero necesariamente fiel a la propuesta del Evangelio. En los tiempos actuales es urgente un conocimiento adecuado de la fe, como está bien sintetizada en el Catecismo de la Iglesia católica, con su Compendio. La educación en las virtudes personales y sociales del cristiano, así como la educación en la responsabilidad social, forman parte también de la catequesis esencial. Precisamente porque la fe, la vida y la celebración de la sagrada liturgia como fuente de fe y de vida son inseparables, es necesaria una aplicación más correcta de los principios indicados por el concilio Vaticano II en lo que respecta a la liturgia de la Iglesia, incluyendo las disposiciones contenidas en el Directorio para los obispos (cf. nn. 145-151), con el propósito de devolver a la liturgia su carácter sagrado.

    Con esta finalidad mi venerable predecesor en la Cátedra de Pedro, Juan Pablo II, renovó "una apremiante llamada de atención para que se observen con gran fidelidad las normas litúrgicas en la celebración eucarística. (...) La liturgia nunca es propiedad privada de alguien, ni del celebrante ni de la comunidad en que se celebran los sagrados misterios" (Ecclesia de Eucharistia, 52). Redescubrir y valorar la obediencia a las normas litúrgicas por parte de los obispos, como "moderadores de la vida litúrgica de la Iglesia", significa dar testimonio de la Iglesia misma, una y universal, que preside en la caridad.

    5. Es necesario dar un salto de calidad en la vida cristiana del pueblo, para que pueda testimoniar su fe de forma límpida y clara. Esta fe, celebrada y participada en la liturgia y en la caridad, alimenta y fortifica a la comunidad de los discípulos del Señor, y los edifica como Iglesia misionera y profética. El Episcopado brasileño posee una estructura de gran envergadura, cuyos Estatutos fueron revisados hace poco para su mejor aplicación y para una dedicación más exclusiva al bien de la Iglesia. El Papa ha venido a Brasil para pediros que, siguiendo la palabra de Dios, todos los venerables hermanos en el episcopado sean portadores de eterna salvación para todos los que obedecen a Cristo (cf. Hb 5, 9).

    Nosotros, los pastores, en la línea del compromiso asumido como sucesores de los Apóstoles, debemos ser fieles servidores de la Palabra, sin visiones reductivas ni confusiones en la misión que se nos ha confiado. No basta observar la realidad desde la fe personal; es necesario trabajar con el Evangelio en las manos y arraigados en la auténtica herencia de la Tradición apostólica, sin interpretaciones motivadas por ideologías racionalistas.

    Así, "en las Iglesias particulares corresponde al obispo custodiar e interpretar la palabra de Dios y juzgar con autoridad lo que le es conforme o no" (Congregación para la doctrina de la fe, Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo, n. 19). El obispo, como maestro de fe y de doctrina, podrá contar con la colaboración del teólogo que, "en su compromiso al servicio de la verdad, para mantenerse fiel a su oficio, deberá tener en cuenta la misión propia del Magisterio y colaborar con él" (ib., n. 20). El deber de conservar el depósito de la fe y de mantener su unidad exige una estrecha vigilancia "para que ese depósito se conserve y se transmita fielmente, y para que las posiciones particulares se unifiquen en la integridad del Evangelio de Cristo" (Directorio para el ministerio pastoral de los obispos, n. 126).

    He aquí, por tanto, la enorme responsabilidad que asumís como formadores del pueblo, especialmente de vuestros sacerdotes y religiosos. Son ellos vuestros fieles colaboradores. Conozco el empeño con que tratáis de formar las nuevas vocaciones sacerdotales y religiosas. La formación teológica y en las disciplinas eclesiásticas exige una actualización constante, pero siempre de acuerdo con el Magisterio auténtico de la Iglesia.

    Apelo a vuestro celo sacerdotal y al sentido de discernimiento de las vocaciones, también para saber completar la dimensión espiritual, psico-afectiva, intelectual y pastoral en jóvenes maduros y disponibles al servicio de la Iglesia. Un buen y asiduo acompañamiento espiritual es indispensable para favorecer la maduración humana y evita el peligro de desviaciones en el campo de la sexualidad. Tened siempre presente que el celibato sacerdotal constituye un don "que la Iglesia ha recibido y que quiere guardar, convencida de que es un bien para ella y para el mundo" (Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, n. 57).

    Quiero encomendar a vuestra solicitud también a las comunidades religiosas que se insertan en la vida de vuestra diócesis. Dan una valiosa contribución pues, "hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo" (1 Co 12, 4). La Iglesia no puede menos de manifestar alegría y aprecio por todo aquello que los religiosos están realizando mediante universidades, escuelas, hospitales y otras obras e instituciones.

    6. Conozco la dinámica de vuestras asambleas y el esfuerzo por definir los diversos planes pastorales, para que den prioridad a la formación del clero y de los agentes de la pastoral. Algunos de vosotros habéis fomentado movimientos de evangelización para facilitar la agrupación de los fieles en una línea determinada de acción. El Sucesor de Pedro cuenta con vosotros para que vuestra preparación se apoye siempre en la espiritualidad de comunión y de fidelidad a la Sede de Pedro, a fin de garantizar que la acción del Espíritu no sea vana. En efecto, la integridad de la fe, juntamente con la disciplina eclesial, es y será siempre un tema que exigirá atención y compromiso por parte de todos vosotros, especialmente cuando se trata de sacar las consecuencias del hecho de que existe "una sola fe y un solo bautismo".

    Como sabéis, entre los diversos documentos que se ocupan de la unidad de los cristianos está el Directorio para el ecumenismo, publicado por el Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos. En nuestro tiempo, en el que se está produciendo el encuentro de las culturas y el desafío del secularismo, el ecumenismo, o sea, la búsqueda de la unidad de los cristianos, se está convirtiendo en una tarea de la Iglesia católica cada vez más urgente. Sin embargo, como consecuencia de la continua multiplicación de denominaciones cristianas, y sobre todo ante ciertas formas de proselitismo, frecuentemente agresivo, el compromiso ecuménico resulta una tarea compleja. En ese contexto, es indispensable una buena formación histórica y doctrinal, que posibilite el necesario discernimiento y ayude a entender la identidad específica de cada una de las comunidades, los elementos que dividen y los que ayudan en el camino hacia la construcción de la unidad.

    El gran campo común de colaboración debería ser la defensa de los valores morales fundamentales, transmitidos por la tradición bíblica, contra su destrucción en una cultura relativista y consumista; y también la fe en Dios creador y en Jesucristo, su Hijo encarnado. Además, vale siempre el principio del amor fraterno y de la búsqueda de comprensión y de acercamiento mutuo; pero también la defensa de la fe de nuestro pueblo, confirmándolo en la gozosa certeza de que la "unica Christi Ecclesia... subsistit in Ecclesia catholica, a successore Petri et episcopis in eius communione gubernata" ("la única Iglesia de Cristo... subsiste en la Iglesia católica gobernada por el Sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él") (Lumen gentium, 8).

    En este sentido se procederá a un diálogo ecuménico franco, a través del Consejo nacional de las Iglesias cristianas, comprometiéndose al pleno respeto de las demás confesiones religiosas, deseosas de mantenerse en contacto con la Iglesia católica que está en Brasil.

    7. No es ninguna novedad la constatación de que vuestro país convive con un déficit histórico de desarrollo social, cuyos rasgos extremos son el inmenso contingente de brasileños que viven en situación de indigencia y una desigualdad en la distribución de la renta que alcanza niveles muy elevados. A vosotros, venerables hermanos, como jerarquía del pueblo de Dios, os compete promover la búsqueda de soluciones nuevas y llenas de espíritu cristiano.

    Una visión de la economía y de los problemas sociales desde la perspectiva de la doctrina social de la Iglesia lleva a considerar las cosas siempre desde el punto de vista de la dignidad del hombre, que trasciende el simple juego de los factores económicos. Por eso, es preciso trabajar incansablemente en favor de la formación de los políticos, así como de todos los brasileños que tienen algún poder de decisión, grande o pequeño, y en general de todos los miembros de la sociedad, de modo que asuman plenamente sus propias responsabilidades y sepan dar un rostro humano y solidario a la economía.

    Es necesario formar en las clases políticas y empresariales un auténtico espíritu de veracidad y de honradez. Quienes asuman un papel de liderazgo en la sociedad deben tratar de prever las consecuencias sociales, directas e indirectas, a corto y a largo plazo, de sus propias decisiones, actuando según criterios de maximización del bien común, en vez de buscar ganancias personales.

    8. Queridos hermanos, si Dios quiere, encontraremos otras oportunidades para profundizar las cuestiones que interpelan nuestra solicitud pastoral conjunta. Esta vez, he querido exponer, ciertamente no de manera exhaustiva, los temas más relevantes que se imponen a mi consideración de Pastor de la Iglesia universal.

    Os transmito mi afectuoso aliento, que es al mismo tiempo una fraterna y sentida súplica, para que prosigáis y trabajéis siempre, como venís haciendo, en concordia, teniendo como vuestro fundamento una comunión que en la Eucaristía encuentra su momento cumbre y su manantial inagotable.

    Os encomiendo a todos a María santísima, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, a la vez que de todo corazón os imparto a cada uno de vosotros y a vuestras respectivas comunidades la bendición apostólica.

    ¡Gracias!


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    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    A LAS CLARISAS AL INICIO DE LA VISITA A LA HACIENDA DE LA ESPERANZA

    Sábado 12 de mayo de 2007



    «Alabado seas, mi Señor, por todas tus criaturas».

    Con este saludo al Omnipotente y Buen Señor, el santo "Poverello" de Asís reconocía la bondad única de Dios Creador y la dulzura, la fuerza y la belleza que serenamente se esparcen en todas las criaturas, haciendo de ellas espejo de la omnipotencia del Creador.

    Nuestro encuentro, queridas hermanas hijas de santa Clara, en esta Hacienda de la Esperanza, quiere ser la manifestación de un gesto de afecto del Sucesor de Pedro a las religiosas de clausura y también una serena manifestación de amor que resuena en estas colinas y valles de la Sierra de la Mantiqueira y se difunde por toda la tierra: «Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje» (Sal 18, 4-5). Desde este lugar las hijas de santa Clara proclaman; «¡Alabado seas, mi Señor, por todas tus criaturas!».

    Donde la sociedad no ve ya futuro o esperanza, los cristianos están llamados a anunciar la fuerza de la Resurrección: precisamente aquí, en esta Hacienda de la Esperanza, donde se encuentran tantas personas, principalmente jóvenes, que tratan de superar el problema de la droga, del alcohol y de la dependencia de sustancias químicas, se testimonia el Evangelio de Cristo en medio de una sociedad consumista alejada de Dios.

    ¡Cuán diversa es la perspectiva del Creador en su obra! Las hermanas Clarisas y los demás religiosos de clausura —que, en la vida contemplativa, escrutan la grandeza de Dios y descubren también la belleza de las criaturas— pueden contemplar, juntamente con el autor sagrado, a Dios mismo, arrobado, maravillado ante su obra, ante su criatura amada: «Dios contempló todo lo que había hecho y todo estaba muy bien» (Gn 1, 31).

    Cuando el pecado entró en el mundo, y con él la muerte, la criatura amada de Dios —aun estando herida— no perdió totalmente su belleza; al contrario, recibió un amor mayor: «¡Oh feliz culpa, que nos mereció tan gran Redentor!», proclama la Iglesia en la noche misteriosa y clara de la Pascua (Exultet). Es Cristo resucitado quien cura las heridas y salva a los hijos e hijas de Dios, salva a la humanidad de la muerte, del pecado y de la esclavitud de las pasiones. La Pascua de Cristo une la tierra y el cielo. En esta Hacienda de la Esperanza se unen las oraciones de las Clarisas y el arduo trabajo de la medicina y de la laborterapia para vencer las prisiones y romper las cadenas de las drogas que hacen sufrir a los hijos amados de Dios.

    Así se restaura la belleza de las criaturas, que encanta y maravilla a su Creador, el Padre todopoderoso, el único cuya esencia es el amor y cuya gloria es el hombre vivo, como dijo san Ireneo. «Tanto amó Dios al mundo, que le dio a a su Hijo» (Jn 3, 16) para levantar al caído en el camino, asaltado y herido por los ladrones en la senda de Jerusalén a Jericó. En los caminos del mundo, Jesús es "la mano que el Padre tiende a los pecadores; es el camino por el cual nos llega la paz" (anáfora eucarística).

    Sí, aquí descubrimos que la belleza de las criaturas y el amor de Dios son inseparables. San Francisco y santa Clara de Asís también descubren este secreto y proponen a sus hijos e hijas amados una sola cosa, y muy simple: vivir el Evangelio. Esta es su norma de conducta y su regla de vida. Santa Clara lo expresó muy bien, cuando dijo a sus hermanas: «Tened entre vosotras, hijas mías, el mismo amor con el cual Cristo os amó» (Testamento).

    Con este amor fray Hans las invitó a ser garantes de todo el trabajo realizado en la Hacienda de la Esperanza. Con la fuerza de la oración silenciosa, con los ayunos y las penitencias, las hijas de santa Clara viven el mandamiento del amor a Dios y al prójimo, en el gesto supremo de amar hasta el extremo.

    Esto significa que nunca se debe perder la esperanza. De ahí el nombre de esta obra de fray Hans: "Hacienda de la Esperanza". En efecto, es necesario edificar, construir la esperanza, tejiendo el entramado de una sociedad que, al extender los hilos de la vida, pierde el verdadero sentido de la esperanza. Esta pérdida, como dijo san Pablo, es una maldición que la persona humana se impone a sí misma: «Personas sin amor» (cf. Rm 1, 31).

    Queridas hermanas, proclamad que «la esperanza no defrauda» (Rm 5, 5). El dolor de Cristo crucificado, que traspasó el alma de María al pie de la cruz, consuela a muchos corazones maternos y paternos que lloran de dolor por sus hijos aún dependientes de las drogas. Anunciad con el silencio oblativo de la oración, silencio elocuente que el Padre escucha; anunciad el mensaje del amor que vence el dolor, la droga y la muerte. Anunciad a Jesucristo, hombre como nosotros, que sufrió como nosotros, que cargó sobre sí nuestros pecados para librarnos de ellos.

    Dentro de poco iniciaremos la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe en el santuario de Aparecida, muy cerca de esta Hacienda de la Esperanza. Confío también en vuestras oraciones, para que nuestros pueblos tengan vida en Jesucristo y todos seamos sus discípulos y misioneros. Ruego a María, la Madre Aparecida, la Virgen de Nazaret, que, siguiendo a su Hijo, guardaba todas las cosas en su corazón, que os guarde en el silencio fecundo de la oración.

    A todas las religiosas de clausura, de manera especial a las Clarisas presentes en esta Obra, va mi bendición y mi afecto.


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    CON OCASIÓN DE LA V CONFERENCIA GENERAL
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    DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
    A LA COMUNIDAD DE LA HACIENDA DE LA ESPERANZA

    Sábado 12 de mayo de 2007



    Queridos amigos y amigas, por fin me encuentro en la Hacienda de la Esperanza.

    1. Con particular afecto saludo a fray Hans Stapel, fundador de la Obra Social Nuestra Señora de la Gloria, también conocida como Hacienda de la Esperanza. Ante todo, deseo congratularme con todos vosotros por haber creído en el ideal de bien y de paz que este lugar significa.

    A todos los que estáis en fase de recuperación, así como a los rehabilitados, a los voluntarios, a las familias, a los ex internos y a los bienhechores de todas las "Haciendas" representadas en esta ocasión para encontrarse con el Papa, os digo: ¡Paz y bien!

    Sé que aquí os encontráis reunidos representantes de diversos países, donde tiene sedes la Hacienda de la Esperanza. Habéis venido a ver al Papa. Habéis venido a escuchar y asimilar lo que él os quiere decir.

    2. La Iglesia de hoy debe reavivar en sí misma la conciencia de la tarea de volver a proponer al mundo la voz de Aquel que dijo: "Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12). Por su parte, el Papa tiene la misión de renovar en los corazones esa luz que no ofusca, pues quiere iluminar lo más íntimo de las almas que buscan el verdadero bien y la paz, que el mundo no puede dar. Una luz como esta sólo necesita un corazón abierto a los anhelos divinos. Dios no fuerza, no oprime la libertad individual; únicamente pide la apertura del sagrario de nuestra conciencia, por donde pasan todas las aspiraciones más nobles, pero también los afectos y las pasiones desordenadas que ofuscan el mensaje del Altísimo.

    3. "Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3, 20). Son palabras divinas que llegan al fondo del alma y que mueven hasta sus raíces más profundas.

    En un momento determinado de la vida, Jesús viene y llama, con toques suaves, en el fondo de los corazones bien dispuestos. Con vosotros, lo hizo a través de una persona amiga o de un sacerdote; quizá, su providencia dispuso una serie de coincidencias para daros a entender que sois objeto de predilección divina. Mediante la institución que os alberga, el Señor os ha proporcionado esta experiencia de recuperación física y espiritual de vital importancia para vosotros y vuestros familiares. Además, la sociedad espera que sepáis divulgar entre vuestros amigos y entre los miembros de toda la comunidad el bien precioso de la salud.

    Debéis ser los embajadores de la esperanza. Brasil posee una de las estadísticas más notables en lo que respecta a dependencia química de drogas y estupefacientes. Y América Latina no se queda atrás. Por eso, digo a los que comercian con la droga que piensen en el mal que están provocando a una multitud de jóvenes y de adultos de todas las clases sociales: Dios les pedirá cuentas de lo que han hecho. No se puede pisotear de esta manera la dignidad humana. El mal provocado recibe el mismo reproche que hizo Jesús a los que escandalizaban a los "más pequeños", los preferidos de Dios (cf. Mt 18, 7-10).

    4. Mediante una terapia, que incluye la asistencia médica, psicológica y pedagógica, pero también mucha oración, trabajo manual y disciplina, ya son numerosas las personas, sobre todo jóvenes, que han conseguido librarse de la dependencia química y del alcohol, y recobrar el sentido de la vida.

    Deseo manifestar mi aprecio por esta Obra, que tiene como base espiritual el carisma de san Francisco y la espiritualidad del Movimiento de los Focolares.

    La reinserción en la sociedad constituye, sin duda, una prueba de la eficacia de vuestra iniciativa. Pero lo que más llama la atención, y confirma la validez del trabajo, son las conversiones, el reencuentro con Dios y la participación activa en la vida de la Iglesia. No basta curar el cuerpo; es necesario adornar el alma con los dones divinos más preciosos recibidos en el bautismo.

    Demos gracias a Dios por haber puesto tantas almas en el camino de una esperanza renovada, con la ayuda del sacramento del perdón y de la celebración de la Eucaristía.

    5. Queridos amigos, no puedo dejar pasar esta oportunidad de dar gracias también a todos los que colaboran material o espiritualmente para dar continuidad a la Obra Social Nuestra Señora de la Gloria. Que Dios bendiga a fray Hans Stapel y a Nelson Giovanelli Ros por haber acogido su invitación para dedicar su vida a vosotros. Que bendiga también a todos los que trabajan en esta Obra: consagrados y consagradas, voluntarios y voluntarias. Una bendición especial va a todas las personas amigas que la sostienen: autoridades, grupos de apoyo y todos los que aman a Cristo presente en estos sus hijos predilectos.

    Mi pensamiento va ahora a otras muchas instituciones del mundo entero que trabajan para restituir la vida, una vida nueva, a estos nuestros hermanos presentes en nuestra sociedad, y que Dios ama con un amor preferencial. Pienso también en los numerosos grupos de alcohólicos anónimos y de drogadictos anónimos, y en la pastoral de la sobriedad, que ya trabaja en muchas comunidades, prestando sus generosos auxilios en favor de la vida.

    6. La proximidad del santuario de Aparecida nos asegura que la Hacienda de la Esperanza nació bajo su bendición y su mirada materna. Desde hace mucho tiempo pido a la Madre, Reina y Patrona de Brasil, que extienda su manto protector sobre los que participarán en la V Conferencia general del Episcopado de América Latina y del Caribe. Vuestra presencia aquí supone una ayuda considerable para el éxito de esta gran asamblea; poned vuestras oraciones, vuestros sacrificios y vuestras renuncias en el altar de la capilla, con la seguridad de que, en el santo Sacrificio del altar estas ofrendas subirán a los cielos como un suave aroma en la presencia del Altísimo. Cuento con vuestra ayuda. Que san fray Galvão y santa Crescencia os amparen y protejan a cada uno. A todos os bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.


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    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    AL FINAL DEL REZO DEL SANTO ROSARIO
    EN EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA APARECIDA

    Sábado 12 de mayo de 2007



    Señores cardenales, venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado; amados religiosos y todos vosotros que, impulsados por la voz de Jesucristo, lo habéis seguido por amor; estimados seminaristas, que os estáis preparando para el ministerio sacerdotal; queridos representantes de los Movimientos eclesiales, y todos vosotros, laicos que lleváis la fuerza del Evangelio al mundo del trabajo y de la cultura, en el seno de las familias, así como a vuestras parroquias:

    1. Como los Apóstoles, juntamente con María, "subieron a la estancia superior" y allí "perseveraban en la oración, con un mismo espíritu" (Hch 1, 13-14), así también nos reunimos hoy aquí, en el santuario de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, que en este momento es para nosotros "la estancia superior", donde María, la Madre del Señor, se encuentra en medio de nosotros. Hoy es ella quien orienta nuestra meditación; ella nos enseña a rezar. Es ella quien nos muestra el modo de abrir nuestra mente y nuestro corazón a la fuerza del Espíritu Santo, que viene para ser comunicado al mundo entero.

    Acabamos de rezar el rosario. A través de sus ciclos de meditación, el divino Consolador quiere introducirnos en el conocimiento de Cristo, que brota de la fuente límpida del texto evangélico. Por su parte, la Iglesia del tercer milenio se propone dar a los cristianos la capacidad de "conocer el misterio de Dios, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia" (Col 2, 2-3). María santísima, la Virgen pura y sin mancha, es para nosotros escuela de fe destinada a guiarnos y a fortalecernos en el camino que lleva al encuentro con el Creador del cielo y de la tierra. El Papa ha venido a Aparecida con gran alegría para deciros en primer lugar: "Permaneced en la escuela de María". Inspiraos en sus enseñanzas. Procurad acoger y guardar dentro del corazón las luces que ella, por mandato divino, os envía desde lo alto.

    ¡Qué hermoso es estar aquí reunidos en nombre de Cristo, en la fe, en la fraternidad, en la alegría, en la paz, "en la oración con María, la Madre de Jesús"! (cf. Hch 1, 14). ¡Qué hermoso es, queridos presbíteros, diáconos, consagrados y consagradas, seminaristas y familias cristianas, estar aquí en el santuario nacional de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, que es morada de Dios, casa de María y casa de los hermanos, y que en estos días se transforma también en sede de la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe! ¡Qué hermoso es estar aquí, en esta basílica mariana hacia la que, en este tiempo, convergen las miradas y las esperanzas del mundo cristiano, de modo especial las de América Latina y del Caribe!

    2. Me siento muy feliz de estar aquí con vosotros, en medio de vosotros. El Papa os ama. El Papa os saluda afectuosamente. Reza por vosotros. Y suplica al Señor las más valiosas bendiciones para los Movimientos, las asociaciones y las nuevas realidades eclesiales, expresión viva de la perenne juventud de la Iglesia. Que Dios os bendiga en abundancia. Os saludo con afecto a vosotras, familias aquí congregadas, que representáis a todas las amadísimas familias cristianas presentes en el mundo entero. Me alegro de modo especialísimo con vosotros y os doy mi abrazo de paz.

    Agradezco la acogida y la hospitalidad del pueblo brasileño. Desde que llegué he sido recibido con mucho cariño. Las diversas manifestaciones de aprecio y los saludos demuestran lo mucho que queréis, estimáis y respetáis al Sucesor del apóstol san Pedro. Mi predecesor el siervo de Dios Papa Juan Pablo II se refirió varias veces a vuestra simpatía y espíritu de acogida fraterna. Tenía toda la razón.

    3. Saludo a los estimados presbíteros aquí presentes; pienso y oro por todos los sacerdotes diseminados por el mundo entero, de modo particular por los de América Latina y del Caribe, incluyendo a los sacerdotes fidei donum. ¡Cuántos desafíos, cuántas situaciones difíciles afrontáis! ¡Cuánta generosidad, cuánta donación, sacrificios y renuncias! La fidelidad en el ejercicio del ministerio y en la vida de oración, la búsqueda de la santidad, la entrega total a Dios al servicio de los hermanos y hermanas, gastando vuestra vida y vuestras energías, promoviendo la justicia, la fraternidad, la solidaridad, el compartir: todo eso habla fuertemente a mi corazón de pastor. El testimonio de un sacerdocio bien vivido ennoblece a la Iglesia, suscita admiración en los fieles, es fuente de bendición para la Comunidad, es la mejor promoción vocacional, es la más auténtica invitación para que también otros jóvenes respondan positivamente a la llamada del Señor. Es la verdadera colaboración para la construcción del reino de Dios.

    Os doy las gracias sinceramente y os exhorto a que continuéis viviendo de modo digno la vocación que habéis recibido. Que el fervor misionero, el entusiasmo por una evangelización cada vez más actualizada, el espíritu apostólico auténtico y el celo por las almas estén siempre presentes en vuestra vida. Mi afecto, mis oraciones y mi agradecimiento se dirigen también a los sacerdotes ancianos y enfermos. Vuestra configuración con Cristo doliente y resucitado es el apostolado más fecundo. ¡Muchas gracias!

    4. Queridos diáconos y seminaristas, también a vosotros, que ocupáis un lugar especial en el corazón del Papa, va un saludo muy fraterno y cordial. La jovialidad, el entusiasmo, el idealismo, el ánimo para afrontar con audacia los nuevos desafíos, renuevan la disponibilidad del pueblo de Dios, hacen a los fieles más dinámicos y ayudan a la comunidad cristiana a crecer, a progresar, a ser más confiada, feliz y optimista. Os agradezco el testimonio que dais, colaborando con vuestros obispos en las actividades pastorales de las diócesis. Tened siempre ante los ojos la figura de Jesús, el buen Pastor, que "no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 28). Sed como los primeros diáconos de la Iglesia: hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo, de sabiduría y de fe (cf. Hch 6, 3-5).

    Y vosotros, seminaristas, dad gracias a Dios por la llamada que os dirige. Recordad que el seminario es la "cuna de vuestra vocación y el gimnasio de la primera experiencia de comunión" (Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, n. 32). Rezo para que, con la ayuda de Dios, seáis sacerdotes santos, fieles y felices de servir a la Iglesia.

    5. Me dirijo ahora a vosotros, estimados consagrados y consagradas, reunidos aquí, en el santuario de la Madre, reina y patrona del pueblo brasileño, y también diseminados por todas las partes del mundo.

    Vosotros, religiosos y religiosas, sois un regalo, una dádiva, un don divino que la Iglesia ha recibido de su Señor. Agradezco a Dios vuestra vida y el testimonio que dais al mundo de un amor fiel a Dios y a los hermanos. Este amor sin reservas, total, definitivo, incondicional y apasionado se manifiesta en el silencio, en la contemplación, en la oración y en las múltiples actividades que realizáis, en vuestras familias religiosas, en favor de la humanidad y principalmente de los más pobres y abandonados. Todo esto suscita en el corazón de los jóvenes el deseo de seguir más de cerca y radicalmente a Cristo, el Señor, y entregar la vida para testimoniar ante los hombres y mujeres de nuestro tiempo que Dios es Amor y que vale la pena dejarse conquistar y fascinar para dedicarse exclusivamente a él (cf. Vita consecrata, 15).

    La vida religiosa en Brasil siempre ha sido significativa y ha desempeñado un papel destacado en la obra de la evangelización, desde los inicios de la colonización. Ayer mismo tuve la gran alegría de presidir la concelebración eucarística en la que fue canonizado san Antonio de Santa Ana Galvão, presbítero y religioso franciscano, primer santo nacido en Brasil. A su lado, otro testimonio admirable de persona consagrada es santa Paulina, fundadora de las Hermanitas de la Inmaculada Concepción. Podría citar otros muchos ejemplos. Que todos ellos os sirvan de estímulo para vivir una consagración total. ¡Dios os bendiga!

    6. Hoy, en vísperas de la apertura de la V Conferencia general de los obispos de América Latina y del Caribe, que tendré el gusto de presidir, siento el deseo de deciros a todos vosotros cuán importante es el sentido de nuestra pertenencia a la Iglesia, que hace a los cristianos crecer y madurar como hermanos, hijos de un mismo Dios y Padre. Queridos hombres y mujeres de América Latina sé que tenéis una gran sed de Dios. Sé que seguís a aquel Jesús, que dijo: "Nadie va al Padre sino por mí" (Jn 14, 6). Por eso el Papa quiere deciros a todos: La Iglesia es nuestra casa. Esta es nuestra casa. En la Iglesia católica tenemos todo lo que es bueno, todo lo que es motivo de seguridad y de consuelo. Quien acepta a Cristo, "camino, verdad y vida", en su totalidad, tiene garantizada la paz y la felicidad, en esta y en la otra vida. Por eso, el Papa vino aquí para rezar y confesar con todos vosotros: vale la pena ser fieles, vale la pena perseverar en la propia fe. Pero la coherencia en la fe necesita también una sólida formación doctrinal y espiritual, contribuyendo así a la construcción de una sociedad más justa, más humana y cristiana. El Catecismo de la Iglesia católica, incluso en su versión más reducida, publicada con el título de Compendio, ayudará a tener nociones claras sobre nuestra fe. Vamos a pedir, ya desde ahora, que la venida del Espíritu Santo sea para todos como un nuevo Pentecostés, a fin de iluminar con la luz de lo alto nuestros corazones y nuestra fe.

    7. Con gran esperanza me dirijo a vosotros que os encontráis dentro de esta majestuosa basílica o habéis participado en el santo rosario desde fuera, para invitaros a ser profundamente misioneros y a llevar la buena nueva del Evangelio a todos los puntos cardinales de América Latina y del mundo.
    Pidamos a la Madre de Dios, Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, que cuide la vida de todos los cristianos. Ella, que es la Estrella de la evangelización, guíe nuestros pasos en el camino al reino celestial:

    Madre nuestra, protege la familia
    brasileña y latinoamericana.
    Ampara bajo tu manto protector
    a los hijos de esta patria querida
    que nos acoge.

    Tú que eres la Abogada
    ante tu Hijo Jesús,
    da al pueblo brasileño paz constante
    y prosperidad completa.

    Concede a nuestros hermanos
    de toda la geografía latinoamericana
    un verdadero celo misionero
    irradiador de fe y de esperanza.

    Haz que tu llamada desde Fátima
    para la conversión de los pecadores
    se haga realidad
    y transforme la vida
    de nuestra sociedad.

    Y tú,
    que desde el santuario de Guadalupe
    intercedes por el pueblo
    del continente de la esperanza,
    bendice sus tierras y sus hogares.

    Amén.


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    VIAJE APOSTÓLICO A BRASIL
    CON OCASIÓN DE LA V CONFERENCIA GENERAL
    DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE

    MISA DE INAUGURACIÓN
    DE LA V CONFERENCIA DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO

    HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

    Explanada del Santuario de Aparecida
    VI Domingo de Pascua, 13 de mayo de 2007



    Venerables hermanos en el episcopado;
    queridos sacerdotes y vosotros todos, hermanas y hermanos en el Señor:

    No hay palabras para expresar la alegría de encontrarme con vosotros para celebrar esta solemne eucaristía con ocasión de la apertura de la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe. Saludo muy cordialmente a todos, en particular al arzobispo de Aparecida, monseñor Raymundo Damasceno Assis, al que agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de toda la asamblea, y a los cardenales presidentes de esta Conferencia general.

    Saludo con deferencia a las autoridades civiles y militares que nos honran con su presencia. Desde este santuario extiendo mi pensamiento, con mucho afecto y oración, a todos los que están unidos espiritualmente a nosotros en este día, de modo especial a las comunidades de vida consagrada, a los jóvenes comprometidos en movimientos y asociaciones, a las familias, así como a los enfermos y a los ancianos. A todos les quiero decir: "Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo" (1 Co 1, 3).

    Considero un don especial de la Providencia que esta santa misa se celebre en este tiempo y en este lugar. El tiempo es el litúrgico del sexto domingo de Pascua: ya está cerca la fiesta de Pentecostés y la Iglesia es invitada a intensificar la invocación al Espíritu Santo. El lugar es el santuario nacional de Nuestra Señora Aparecida, corazón mariano de Brasil: María nos acoge en este cenáculo y, como Madre y Maestra, nos ayuda a elevar a Dios una plegaria unánime y confiada.

    Esta celebración litúrgica constituye el fundamento más sólido de la V Conferencia, porque pone en su base la oración y la Eucaristía, Sacramentum caritatis. En efecto, sólo la caridad de Cristo, derramada por el Espíritu Santo, puede hacer de esta reunión un auténtico acontecimiento eclesial, un momento de gracia para este continente y para el mundo entero.

    Esta tarde tendré la posibilidad de tratar sobre los contenidos sugeridos por el tema de vuestra Conferencia. Ahora demos espacio a la palabra de Dios, que con alegría acogemos, con el corazón abierto y dócil, a ejemplo de María, Nuestra Señora de la Concepción, a fin de que, por la fuerza del Espíritu Santo, Cristo pueda "hacerse carne" nuevamente en el hoy de nuestra historia.
    La primera lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles, se refiere al así llamado "Concilio de Jerusalén", que afrontó la cuestión de si a los paganos convertidos al cristianismo se les debería imponer la observancia de la ley mosaica. El texto, dejando de lado la discusión entre "los Apóstoles y los ancianos" (Hch 15, 4-21), refiere la decisión final, que se pone por escrito en una carta y se encomienda a dos delegados, a fin de que la entreguen a la comunidad de Antioquía (cf. Hch 15, 22-29).

    Esta página de los Hechos de los Apóstoles es muy apropiada para nosotros, que hemos venido aquí para una reunión eclesial. Nos habla del sentido del discernimiento comunitario en torno a los grandes problemas que la Iglesia encuentra a lo largo de su camino y que son aclarados por los "Apóstoles" y por los "ancianos" con la luz del Espíritu Santo, el cual, como nos narra el evangelio de hoy, recuerda la enseñanza de Jesucristo (cf. Jn 14, 26) y así ayuda a la comunidad cristiana a caminar en la caridad hacia la verdad plena (cf. Jn 16, 13). Los jefes de la Iglesia discuten y se confrontan, pero siempre con una actitud de religiosa escucha de la palabra de Cristo en el Espíritu Santo. Por eso, al final pueden afirmar: "Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros..." (Hch 15, 28).

    Este es el "método" con que actuamos en la Iglesia, tanto en las pequeñas asambleas como en las grandes. No es sólo una cuestión de modo de proceder; es el resultado de la misma naturaleza de la Iglesia, misterio de comunión con Cristo en el Espíritu Santo. En el caso de las Conferencias generales del Episcopado latinoamericano y del Caribe, la primera, realizada en Río de Janeiro en 1955, recurrió a una carta especial enviada por el Papa Pío XII, de venerada memoria; en las demás, hasta la actual, fue el Obispo de Roma quien se dirigió a la sede de la reunión continental para presidir las fases iniciales.

    Con sentimientos de devoción y agradecimiento dirigimos nuestro pensamiento a los siervos de Dios Pablo VI y Juan Pablo II que, en las Conferencias de Medellín, Puebla y Santo Domingo, testimoniaron la cercanía de la Iglesia universal a las Iglesias que están en América Latina y que constituyen, en proporción, la mayor parte de la comunidad católica.

    "Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros...". Esta es la Iglesia: nosotros, la comunidad de fieles, el pueblo de Dios, con sus pastores, llamados a hacer de guías del camino; junto con el Espíritu Santo, Espíritu del Padre enviado en nombre del Hijo Jesús, Espíritu de Aquel que es el "mayor" de todos y que nos fue dado mediante Cristo, que se hizo el "menor" por nuestra causa. Espíritu Paráclito, Ad-vocatus, Defensor y Consolador. Él nos hace vivir en la presencia de Dios, en la escucha de su Palabra, sin inquietud ni temor, teniendo en el corazón la paz que Jesús nos dejó y que el mundo no puede dar (cf. Jn 14, 26-27).

    El Espíritu acompaña a la Iglesia en el largo camino que se extiende entre la primera y la segunda venida de Cristo: "Me voy y volveré a vosotros" (Jn 14, 28), dijo Jesús a los Apóstoles. Entre la "ida" y la "vuelta" de Cristo está el tiempo de la Iglesia, que es su Cuerpo; están los dos mil años transcurridos hasta ahora; están también estos poco más de cinco siglos en los que la Iglesia se ha hecho peregrina en las Américas, difundiendo en los fieles la vida de Cristo a través de los sacramentos y sembrando en estas tierras la buena semilla del Evangelio, que ha producido el treinta, el sesenta e incluso el ciento por uno. Tiempo de la Iglesia, tiempo del Espíritu Santo: Él es el Maestro que forma a los discípulos: los hace enamorarse de Jesús; los educa para que escuchen su palabra, para que contemplen su rostro; los configura con su humanidad bienaventurada, pobre de espíritu, afligida, mansa, sedienta de justicia, misericordiosa, pura de corazón, pacífica, perseguida a causa de la justicia (cf. Mt 5, 3-10).

    Así, gracias a la acción del Espíritu Santo, Jesús se convierte en el "camino" por donde avanza el discípulo. "El que me ama guardará mi palabra", dice Jesús al inicio del pasaje evangélico de hoy. "La palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado" (Jn 14, 23-24). Como Jesús transmite las palabras del Padre, así el Espíritu recuerda a la Iglesia las palabras de Cristo (cf. Jn 14, 26). Y como el amor al Padre llevaba a Jesús a alimentarse de su voluntad, así nuestro amor a Jesús se demuestra en la obediencia a sus palabras. La fidelidad de Jesús a la voluntad del Padre puede transmitirse a los discípulos gracias al Espíritu Santo, que derrama el amor de Dios en sus corazones (cf. Rm 5, 5).

    El Nuevo Testamento nos presenta a Cristo como misionero del Padre. Especialmente en el evangelio de san Juan, Jesús habla muchas veces de sí mismo en relación con el Padre que lo envió al mundo. Del mismo modo, también en el texto de hoy. Jesús dice: "La palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado" (Jn 14, 24). En este momento, queridos amigos, somos invitados a fijar nuestra mirada en él, porque la misión de la Iglesia subsiste solamente en cuanto prolongación de la de Cristo: "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20, 21).

    El evangelista pone de relieve, incluso de forma plástica, que esta transmisión de consignas acontece en el Espíritu Santo: "Sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo..."" (Jn 20, 22). La misión de Cristo se realizó en el amor. Encendió en el mundo el fuego de la caridad de Dios (cf. Lc 12, 49). El Amor es el que da la vida; por eso la Iglesia es enviada a difundir en el mundo la caridad de Cristo, para que los hombres y los pueblos "tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10). También a vosotros, que representáis a la Iglesia en América Latina, tengo la alegría de entregaros de nuevo idealmente mi encíclica Deus caritas est, con la cual quise indicar a todos lo que es esencial en el mensaje cristiano.

    La Iglesia se siente discípula y misionera de este Amor: misionera sólo en cuanto discípula, es decir, capaz de dejarse atraer siempre, con renovado asombro, por Dios que nos amó y nos ama primero (cf. 1 Jn 4, 10). La Iglesia no hace proselitismo. Crece mucho más por "atracción": como Cristo "atrae a todos a sí" con la fuerza de su amor, que culminó en el sacrificio de la cruz, así la Iglesia cumple su misión en la medida en que, asociada a Cristo, realiza su obra conformándose en espíritu y concretamente con la caridad de su Señor.

    Queridos hermanos y hermanas, este es el rico tesoro del continente latinoamericano; este es su patrimonio más valioso: la fe en Dios Amor, que reveló su rostro en Jesucristo. Vosotros creéis en el Dios Amor: esta es vuestra fuerza, que vence al mundo, la alegría que nada ni nadie os podrá arrebatar, la paz que Cristo conquistó para vosotros con su cruz. Esta es la fe que hizo de Latinoamérica el "continente de la esperanza".

    No es una ideología política, ni un movimiento social, como tampoco un sistema económico; es la fe en Dios Amor, encarnado, muerto y resucitado en Jesucristo, el auténtico fundamento de esta esperanza que produjo frutos tan magníficos desde la primera evangelización hasta hoy.

    Así lo atestigua la serie de santos y beatos que el Espíritu suscitó a lo largo y ancho de este continente. El Papa Juan Pablo II os convocó para una nueva evangelización, y vosotros respondisteis a su llamado con la generosidad y el compromiso que os caracterizan. Yo os lo confirmo y con palabras de esta V Conferencia os digo: sed discípulos fieles, para ser misioneros valientes y eficaces.

    La segunda lectura nos ha presentado la grandiosa visión de la Jerusalén celeste. Es una imagen de espléndida belleza, en la que nada es simplemente decorativo, sino que todo contribuye a la perfecta armonía de la ciudad santa. Escribe el vidente Juan que esta "bajaba del cielo, enviada por Dios trayendo la gloria de Dios" (Ap 21, 10). Pero la gloria de Dios es el Amor; por tanto, la Jerusalén celeste es icono de la Iglesia entera, santa y gloriosa, sin mancha ni arruga (cf. Ef 5, 27), iluminada en el centro y en todas partes por la presencia de Dios-Caridad. Es llamada "novia", "la esposa del Cordero" (Ap 20, 9), porque en ella se realiza la figura nupcial que encontramos desde el principio hasta el fin en la revelación bíblica. La Ciudad-Esposa es patria de la plena comunión de Dios con los hombres; ella no necesita templo alguno ni ninguna fuente externa de luz, porque la presencia de Dios y del Cordero es inmanente y la ilumina desde dentro.

    Este icono estupendo tiene un valor escatológico: expresa el misterio de belleza que ya constituye la forma de la Iglesia, aunque aún no haya alcanzado su plenitud. Es la meta de nuestra peregrinación, la patria que nos espera y por la cual suspiramos. Verla con los ojos de la fe, contemplarla y desearla, no debe ser motivo de evasión de la realidad histórica en que vive la Iglesia compartiendo las alegrías y las esperanzas, los dolores y las angustias de la humanidad contemporánea, especialmente de los más pobres y de los que sufren (cf. Gaudium et spes, 1).

    Si la belleza de la Jerusalén celeste es la gloria de Dios, o sea, su amor, es precisamente y solamente en la caridad como podemos acercarnos a ella y, en cierto modo, habitar en ella. Quien ama al Señor Jesús y observa su palabra experimenta ya en este mundo la misteriosa presencia de Dios uno y trino, como hemos escuchado en el evangelio: "Vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14, 23). Por eso, todo cristiano está llamado a ser piedra viva de esta maravillosa "morada de Dios con los hombres". ¡Qué magnífica vocación!

    Una Iglesia totalmente animada y movilizada por la caridad de Cristo, Cordero inmolado por amor, es la imagen histórica de la Jerusalén celeste, anticipación de la ciudad santa, resplandeciente de la gloria de Dios. De ella brota una fuerza misionera irresistible, que es la fuerza de la santidad.

    Que la Virgen María alcance para América Latina y el Caribe la gracia de revestirse de la fuerza de lo alto (cf. Lc 24, 49) para irradiar en el continente y en todo el mundo la santidad de Cristo. A él sea dada gloria, con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.


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    VIAJE APOSTÓLICO A BRASIL
    CON OCASIÓN DE LA V CONFERENCIA GENERAL
    DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE

    BENEDICTO XVI

    "REGINA CAELI"

    Explanada del Santuario de Aparecida
    VI Domingo de Pascua, 13 de mayo de 2007



    Queridos hermanos y hermanas:

    Os saludo con mucho afecto a todos vosotros que habéis venido de todas las partes de Brasil, de América Latina y del Caribe, así como a los que me escuchan por la radio o la televisión. Durante la celebración de la santa misa, he invocado al Espíritu Santo pidiendo por los frutos de la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe, que dentro de poco tendré la ocasión de inaugurar. Pido a todos que recen por los frutos de esta gran Asamblea, que abre a la esperanza el futuro de la familia latinoamericana. Sois los protagonistas del destino de vuestras naciones. ¡Que Dios os bendiga y os acompañe!

    (En español)
    Saludo con afecto a los grupos y comunidades de lengua española aquí presentes, así como a todos los que desde España y Latinoamérica se unen espiritualmente a esta celebración. Que la Virgen María os ayude a mantener viva la llama de la fe, el amor y la concordia, para que mediante el testimonio de vuestra vida y la fidelidad a vuestra vocación de bautizados seáis luz y esperanza de la humanidad. Pidamos también para que la celebración de esta V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe produzca abundantes frutos de auténtica renovación espiritual y de incansable evangelización. ¡Que Dios os bendiga!

    (En inglés)
    Saludo cordialmente a todos los grupos de habla inglesa aquí presentes. Las familias ocupan el centro de la misión evangelizadora de la Iglesia, pues es principalmente en la vida familiar donde nuestra vida de fe se expresa y alimenta. Queridos padres, vosotros sois los primeros testigos ante vuestros hijos de las verdades y los valores de nuestra fe: rezad con vuestros hijos y por vuestros hijos; enseñadles con vuestro ejemplo de fidelidad y alegría. Ciertamente, todo discípulo, impulsado por la Palabra y fortalecido por los sacramentos, está llamado a la misión. Es un deber al que nadie puede renunciar, pues no hay nada más hermoso que conocer a Cristo y darlo a conocer a los demás. Que Nuestra Señora de Guadalupe sea vuestro modelo y vuestra guía. ¡Que Dios os bendiga a todos!

    (En francés)
    Queridas familias y grupos de habla francesa, os saludo de todo corazón a vosotros que vivís en el continente sudamericano, particularmente en Haití, en la Guyana Francesa y en las Antillas. Construid, juntamente con todos los demás, una sociedad cada vez más solidaria y fraterna, con la preocupación de hacer que los jóvenes descubran la grandeza de los valores familiares.

    (En portugués)
    Hoy se celebra el 90° aniversario de las apariciones de Nuestra Señora en Fátima. Con su apremiante llamamiento a la conversión y a la penitencia es, sin duda, la más profética de las apariciones modernas. Pidamos a la Madre de la Iglesia, que conoce los sufrimientos y las esperanzas de la humanidad, que proteja nuestros hogares y nuestras comunidades.

    Saludo especialmente a las madres, que hoy celebran su día. ¡Que Dios las bendiga, juntamente con sus seres queridos!

    De modo especial encomendamos a María los pueblos y naciones que tienen particular necesidad, y lo hacemos con la certeza de que escuchará las súplicas que con filial devoción le dirigimos.
    Pienso en particular en los hermanos y hermanas que padecen hambre y, por eso, deseo recordar la "Marcha contra el hambre" promovida por el Programa alimentario mundial, organismo de las Naciones Unidas encargado de la ayuda alimentaria. Esta iniciativa se realiza hoy en numerosas ciudades del mundo, entre las cuales Ribeirão Preto, aquí en Brasil.

    También rezamos por la comunidad afro-brasileña, que conmemora este domingo la abolición de la esclavitud en Brasil. Que este recuerdo estimule la conciencia evangelizadora de esta realidad sociocultural de gran importancia en la Tierra de la Santa Cruz.

    Dirijo igualmente mi cordial saludo, así como mi sincero agradecimiento, a todos los grupos y asociaciones reunidos aquí. Que Dios os recompense y os mantenga firmes en la fe.

    Aclamemos con alegría el inicio de nuestra salvación.


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    VIAJE APOSTÓLICO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A BRASIL

    SESIÓN INAUGURAL DE LOS TRABAJOS
    DE LA V CONFERENCIA GENERAL
    DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE

    DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

    Salón de Conferencias, Santuario de Aparecida
    Domingo 13 de mayo de 2007


    Queridos hermanos en el episcopado,
    amados sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos.
    Queridos observadores de otras confesiones religiosas:

    Es motivo de gran alegría estar hoy aquí con vosotros para inaugurar la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe, que se celebra junto al santuario de Nuestra Señora Aparecida, Patrona del Brasil. Quiero que mis primeras palabras sean de acción de gracias y de alabanza a Dios por el gran don de la fe cristiana a las gentes de este continente.

    Deseo agradecer igualmente las amables palabras del señor cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa, arzobispo de Santiago de Chile y presidente del CELAM, pronunciadas en nombre también de los otros dos presidentes de esta Conferencia general y de los participantes en la misma.

    1. La fe cristiana en América Latina

    La fe en Dios ha animado la vida y la cultura de estos pueblos durante más de cinco siglos. Del encuentro de esa fe con las etnias originarias ha nacido la rica cultura cristiana de este continente expresada en el arte, la música, la literatura y, sobre todo, en las tradiciones religiosas y en la idiosincrasia de sus gentes, unidas por una misma historia y un mismo credo, y formando una gran sintonía en la diversidad de culturas y de lenguas. En la actualidad, esa misma fe ha de afrontar serios retos, pues están en juego el desarrollo armónico de la sociedad y la identidad católica de sus pueblos. A este respecto, la V Conferencia general va a reflexionar sobre esta situación para ayudar a los fieles cristianos a vivir su fe con alegría y coherencia, a tomar conciencia de ser discípulos y misioneros de Cristo, enviados por él al mundo para anunciar y dar testimonio de nuestra fe y amor.

    Pero, ¿qué ha significado la aceptación de la fe cristiana para los pueblos de América Latina y del Caribe? Para ellos ha significado conocer y acoger a Cristo, el Dios desconocido que sus antepasados, sin saberlo, buscaban en sus ricas tradiciones religiosas. Cristo era el Salvador que anhelaban silenciosamente. Ha significado también haber recibido, con las aguas del bautismo, la vida divina que los hizo hijos de Dios por adopción; haber recibido, además, el Espíritu Santo que ha venido a fecundar sus culturas, purificándolas y desarrollando los numerosos gérmenes y semillas que el Verbo encarnado había puesto en ellas, orientándolas así por los caminos del Evangelio. En efecto, el anuncio de Jesús y de su Evangelio no supuso, en ningún momento, una alienación de las culturas precolombinas, ni fue una imposición de una cultura extraña. Las auténticas culturas no están cerradas en sí mismas ni petrificadas en un determinado punto de la historia, sino que están abiertas, más aún, buscan el encuentro con otras culturas, esperan alcanzar la universalidad en el encuentro y el diálogo con otras formas de vida y con los elementos que puedan llevar a una nueva síntesis en la que se respete siempre la diversidad de las expresiones y de su realización cultural concreta.

    En última instancia, sólo la verdad unifica y su prueba es el amor. Por eso Cristo, siendo realmente el Logos encarnado, "el amor hasta el extremo", no es ajeno a cultura alguna ni a ninguna persona; por el contrario, la respuesta anhelada en el corazón de las culturas es lo que les da su identidad última, uniendo a la humanidad y respetando a la vez la riqueza de las diversidades, abriendo a todos al crecimiento en la verdadera humanización, en el auténtico progreso. El Verbo de Dios, haciéndose carne en Jesucristo, se hizo también historia y cultura.

    La utopía de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia universal, no sería un progreso, sino un retroceso. En realidad sería una involución hacia un momento histórico anclado en el pasado.

    La sabiduría de los pueblos originarios les llevó afortunadamente a formar una síntesis entre sus culturas y la fe cristiana que los misioneros les ofrecían. De allí ha nacido la rica y profunda religiosidad popular, en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos:

    — El amor a Cristo sufriente, el Dios de la compasión, del perdón y de la reconciliación; el Dios que nos ha amado hasta entregarse por nosotros;

    — el amor al Señor presente en la Eucaristía, el Dios encarnado, muerto y resucitado para ser Pan de vida;

    — el Dios cercano a los pobres y a los que sufren;

    — la profunda devoción a la Santísima Virgen de Guadalupe, de Aparecida o de las diversas advocaciones nacionales y locales. Cuando la Virgen de Guadalupe se apareció al indio san Juan Diego le dijo estas significativas palabras: "¿No estoy yo aquí que soy tu madre?, ¿no estás bajo mi sombra y resguardo?, ¿no soy yo la fuente de tu alegría?, ¿no estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?" (Nican Mopohua, nn. 118-119).

    — Esta religiosidad se expresa también en la devoción a los santos con sus fiestas patronales, en el amor al Papa y a los demás pastores, en el amor a la Iglesia universal como gran familia de Dios que nunca puede ni debe dejar solos o en la miseria a sus propios hijos. Todo ello forma el gran mosaico de la religiosidad popular que es el precioso tesoro de la Iglesia católica en América Latina, y que ella debe proteger, promover y, en lo que fuera necesario, también purificar.

    2. Continuidad con las otras Conferencias
    Esta V Conferencia general se celebra en continuidad con las otras cuatro que la precedieron en Río de Janeiro, Medellín, Puebla y Santo Domingo. Con el mismo espíritu que las animó, los pastores quieren dar ahora un nuevo impulso a la evangelización, a fin de que estos pueblos sigan creciendo y madurando en su fe, para ser luz del mundo y testigos de Jesucristo con la propia vida.
    Después de la IV Conferencia general, en Santo Domingo, muchas cosas han cambiado en la sociedad. La Iglesia, que participa de los gozos y esperanzas, de las penas y alegrías de sus hijos, quiere caminar a su lado en este período de tantos desafíos, para infundirles siempre esperanza y consuelo (cf. Gaudium et spes, 1).

    En el mundo de hoy se da el fenómeno de la globalización como un entramado de relaciones a nivel planetario. Aunque en ciertos aspectos es un logro de la gran familia humana y una señal de su profunda aspiración a la unidad, sin embargo comporta también el riesgo de los grandes monopolios y de convertir el lucro en valor supremo. Como en todos los campos de la actividad humana, la globalización debe regirse también por la ética, poniendo todo al servicio de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios.

    En América Latina y el Caribe, igual que en otras regiones, se ha evolucionado hacia la democracia, aunque haya motivos de preocupación ante formas de gobierno autoritarias o sujetas a ciertas ideologías que se creían superadas, y que no corresponden con la visión cristiana del hombre y de la sociedad, como nos enseña la doctrina social de la Iglesia. Por otra parte, la economía liberal de algunos países latinoamericanos ha de tener presente la equidad, pues siguen aumentando los sectores sociales que se ven probados cada vez más por una enorme pobreza o incluso expoliados de los propios bienes naturales.

    En las Comunidades eclesiales de América Latina es notable la madurez en la fe de muchos laicos y laicas activos y entregados al Señor, junto con la presencia de muchos abnegados catequistas, de tantos jóvenes, de nuevos movimientos eclesiales y de recientes Institutos de vida consagrada. Se demuestran fundamentales muchas obras católicas educativas, asistenciales y hospitalarias. Se percibe, sin embargo, un cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad y de la propia pertenencia a la Iglesia católica debido al secularismo, al hedonismo, al indiferentismo y al proselitismo de numerosas sectas, de religiones animistas y de nuevas expresiones seudorreligiosas.

    Todo ello configura una situación nueva que será analizada aquí, en Aparecida. Ante la nueva encrucijada, los fieles esperan de esta V Conferencia una renovación y revitalización de su fe en Cristo, nuestro único Maestro y Salvador, que nos ha revelado la experiencia única del amor infinito de Dios Padre a los hombres. De esta fuente podrán surgir nuevos caminos y proyectos pastorales creativos, que infundan una firme esperanza para vivir de manera responsable y gozosa la fe e irradiarla así en el propio ambiente.

    3. Discípulos y misioneros

    Esta Conferencia general tiene como tema: "Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en él tengan vida" (Jn 14, 6).

    La Iglesia tiene la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del pueblo de Dios, y recordar también a los fieles de este continente que, en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo. Esto conlleva seguirlo, vivir en intimidad con él, imitar su ejemplo y dar testimonio. Todo bautizado recibe de Cristo, como los Apóstoles, el mandato de la misión: "Id por todo el mundo y proclamad la buena nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará" (Mc 16, 15). Pues ser discípulos y misioneros de Jesucristo y buscar la vida "en él" supone estar profundamente enraizados en él.

    ¿Qué nos da Cristo realmente? ¿Por qué queremos ser discípulos de Cristo? Porque esperamos encontrar en la comunión con él la vida, la verdadera vida digna de este nombre, y por esto queremos darlo a conocer a los demás, comunicarles el don que hemos hallado en él. Pero, ¿es esto así? ¿Estamos realmente convencidos de que Cristo es el camino, la verdad y la vida?

    Ante la prioridad de la fe en Cristo y de la vida "en él", formulada en el título de esta V Conferencia, podría surgir también otra cuestión: Esta prioridad, ¿no podría ser acaso una fuga hacia el intimismo, hacia el individualismo religioso, un abandono de la realidad urgente de los grandes problemas económicos, sociales y políticos de América Latina y del mundo, y una fuga de la realidad hacia un mundo espiritual?

    Como primer paso podemos responder a esta pregunta con otra: ¿Qué es esta "realidad"? ¿Qué es lo real? ¿Son "realidad" sólo los bienes materiales, los problemas sociales, económicos y políticos? Aquí está precisamente el gran error de las tendencias dominantes en el último siglo, error destructivo, como demuestran los resultados tanto de los sistemas marxistas como incluso de los capitalistas. Falsifican el concepto de realidad con la amputación de la realidad fundante y por esto decisiva, que es Dios. Quien excluye a Dios de su horizonte falsifica el concepto de "realidad" y, en consecuencia, sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas.

    La primera afirmación fundamental es, pues, la siguiente: Sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano. La verdad de esta tesis resulta evidente ante el fracaso de todos los sistemas que ponen a Dios entre paréntesis.

    Pero surge inmediatamente otra pregunta: ¿Quién conoce a Dios? ¿Cómo podemos conocerlo? No podemos entrar aquí en un complejo debate sobre esta cuestión fundamental. Para el cristiano el núcleo de la respuesta es simple: Sólo Dios conoce a Dios, sólo su Hijo que es Dios de Dios, Dios verdadero, lo conoce. Y él, "que está en el seno del Padre, lo ha contado" (Jn 1, 18). De aquí la importancia única e insustituible de Cristo para nosotros, para la humanidad. Si no conocemos a Dios en Cristo y con Cristo, toda la realidad se convierte en un enigma indescifrable; no hay camino y, al no haber camino, no hay vida ni verdad.

    Dios es la realidad fundante, no un Dios sólo pensado o hipotético, sino el Dios de rostro humano; es el Dios-con-nosotros, el Dios del amor hasta la cruz. Cuando el discípulo llega a la comprensión de este amor de Cristo "hasta el extremo", no puede dejar de responder a este amor si no es con un amor semejante: "Te seguiré adondequiera que vayas" (Lc 9, 57).

    Todavía nos podemos hacer otra pregunta: ¿Qué nos da la fe en este Dios? La primera respuesta es: nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión: el encuentro con Dios es, en sí mismo y como tal, encuentro con los hermanos, un acto de convocación, de unificación, de responsabilidad hacia el otro y hacia los demás. En este sentido, la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8, 9).

    Pero antes de afrontar lo que comporta el realismo de la fe en el Dios hecho hombre, tenemos que profundizar en la pregunta: ¿Cómo conocer realmente a Cristo para poder seguirlo y vivir con él, para encontrar la vida en él y para comunicar esta vida a los demás, a la sociedad y al mundo? Ante todo, Cristo se nos da a conocer en su persona, en su vida y en su doctrina por medio de la palabra de Dios. Al iniciar la nueva etapa que la Iglesia misionera de América Latina y del Caribe se dispone a emprender, a partir de esta V Conferencia general en Aparecida, es condición indispensable el conocimiento profundo de la palabra de Dios.

    Por esto, hay que educar al pueblo en la lectura y meditación de la palabra de Dios: que ella se convierta en su alimento para que, por propia experiencia, vean que las palabras de Jesús son espíritu y vida (cf. Jn 6, 63). De lo contrario, ¿cómo van a anunciar un mensaje cuyo contenido y espíritu no conocen a fondo? Hemos de fundamentar nuestro compromiso misionero y toda nuestra vida en la roca de la palabra de Dios. Para ello, animo a los pastores a esforzarse en darla a conocer.

    Un gran medio para introducir al pueblo de Dios en el misterio de Cristo es la catequesis. En ella se transmite de forma sencilla y substancial el mensaje de Cristo. Convendrá por tanto intensificar la catequesis y la formación en la fe, tanto de los niños como de los jóvenes y adultos. La reflexión madura de la fe es luz para el camino de la vida y fuerza para ser testigos de Cristo. Para ello se dispone de instrumentos muy valiosos como son el Catecismo de la Iglesia católica y su versión más breve, el Compendio del Catecismo de la Iglesia católica.

    En este campo no hay que limitarse sólo a las homilías, conferencias, cursos de Biblia o teología, sino que se ha de recurrir también a los medios de comunicación: prensa, radio y televisión, sitios de internet, foros y tantos otros sistemas para comunicar eficazmente el mensaje de Cristo a un gran número de personas.

    En este esfuerzo por conocer el mensaje de Cristo y hacerlo guía de la propia vida, hay que recordar que la evangelización ha ido unida siempre a la promoción humana y a la auténtica liberación cristiana. "Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios" (Deus caritas est, 15). Por lo mismo, será también necesaria una catequesis social y una adecuada formación en la doctrina social de la Iglesia, siendo muy útil para ello el Compendio de la doctrina social de la Iglesia. La vida cristiana no se expresa solamente en las virtudes personales, sino también en las virtudes sociales y políticas.

    El discípulo, fundamentado así en la roca de la palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la buena nueva de la salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo él nos salva (cf. Hch 4, 12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro.

    4. "Para que en él tengan vida"
    Los pueblos latinoamericanos y caribeños tienen derecho a una vida plena, propia de los hijos de Dios, con unas condiciones más humanas: libres de las amenazas del hambre y de toda forma de violencia. Para estos pueblos, sus pastores han de fomentar una cultura de la vida que permita, como decía mi predecesor Pablo VI, "pasar de la miseria a la posesión de lo necesario, a la adquisición de la cultura... a la cooperación en el bien común... hasta el reconocimiento, por parte del hombre, de los valores supremos y de Dios, que de ellos es la fuente y el fin" (Populorum progressio, 21).

    En este contexto me es grato recordar la encíclica Populorum progressio, cuyo 40° aniversario recordamos este año. Este documento pontificio pone en evidencia que el desarrollo auténtico ha de ser integral, es decir, orientado a la promoción de todo el hombre y de todos los hombres (cf. n. 14), e invita a todos a suprimir las graves desigualdades sociales y las enormes diferencias en el acceso a los bienes. Estos pueblos anhelan, sobre todo, la plenitud de vida que Cristo nos ha traído: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10). Con esta vida divina se desarrolla también en plenitud la existencia humana, en su dimensión personal, familiar, social y cultural.

    Para formar al discípulo y sostener al misionero en su gran tarea, la Iglesia les ofrece, además del Pan de la Palabra, el Pan de la Eucaristía. A este respecto nos inspira e ilumina la página del Evangelio sobre los discípulos de Emaús. Cuando éstos se sientan a la mesa y reciben de Jesucristo el pan bendecido y partido, se les abren los ojos, descubren el rostro del Resucitado, sienten en su corazón que es verdad todo lo que él ha dicho y hecho, y que ya ha iniciado la redención del mundo. Cada domingo y cada Eucaristía es un encuentro personal con Cristo. Al escuchar la palabra divina, el corazón arde porque es él quien la explica y proclama. Cuando en la Eucaristía se parte el pan, es a él a quien se recibe personalmente. La Eucaristía es el alimento indispensable para la vida del discípulo y misionero de Cristo.

    La misa dominical, centro de la vida cristiana

    De aquí la necesidad de dar prioridad, en los programas pastorales, a la valorización de la misa dominical. Hemos de motivar a los cristianos para que participen en ella activamente y, si es posible, mejor con la familia. La asistencia de los padres con sus hijos a la celebración eucarística dominical es una pedagogía eficaz para comunicar la fe y un estrecho vínculo que mantiene la unidad entre ellos. El domingo ha significado, a lo largo de la vida de la Iglesia, el momento privilegiado del encuentro de las comunidades con el Señor resucitado.

    Es necesario que los cristianos experimenten que no siguen a un personaje de la historia pasada, sino a Cristo vivo, presente en el hoy y el ahora de sus vidas. Él es el Viviente que camina a nuestro lado, descubriéndonos el sentido de los acontecimientos, del dolor y de la muerte, de la alegría y de la fiesta, entrando en nuestras casas y permaneciendo en ellas, alimentándonos con el Pan que da la vida. Por eso la celebración dominical de la Eucaristía ha de ser el centro de la vida cristiana.

    El encuentro con Cristo en la Eucaristía suscita el compromiso de la evangelización y el impulso a la solidaridad; despierta en el cristiano el fuerte deseo de anunciar el Evangelio y testimoniarlo en la sociedad para que sea más justa y humana. De la Eucaristía ha brotado a lo largo de los siglos un inmenso caudal de caridad, de participación en las dificultades de los demás, de amor y de justicia. ¡Sólo de la Eucaristía brotará la civilización del amor, que transformará Latinoamérica y el Caribe para que, además de ser el continente de la esperanza, sea también el continente del amor!

    Los problemas sociales y políticos

    Llegados a este punto podemos preguntarnos: ¿Cómo puede contribuir la Iglesia a la solución de los urgentes problemas sociales y políticos, y responder al gran desafío de la pobreza y de la miseria? Los problemas de América Latina y del Caribe, así como del mundo de hoy, son múltiples y complejos, y no se pueden afrontar con programas generales. Sin embargo, la cuestión fundamental sobre el modo como la Iglesia, iluminada por la fe en Cristo, deba reaccionar ante estos desafíos, nos concierne a todos. En este contexto es inevitable hablar del problema de las estructuras, sobre todo de las que crean injusticia. En realidad, las estructuras justas son una condición sin la cual no es posible un orden justo en la sociedad. Pero, ¿cómo nacen?, ¿cómo funcionan? Tanto el capitalismo como el marxismo prometieron encontrar el camino para la creación de estructuras justas y afirmaron que éstas, una vez establecidas, funcionarían por sí mismas; afirmaron que no sólo no habrían tenido necesidad de una precedente moralidad individual, sino que ellas fomentarían la moralidad común. Y esta promesa ideológica se ha demostrado que es falsa. Los hechos lo ponen de manifiesto. El sistema marxista, donde ha gobernado, no sólo ha dejado una triste herencia de destrucciones económicas y ecológicas, sino también una dolorosa opresión de las almas. Y lo mismo vemos también en Occidente, donde crece constantemente la distancia entre pobres y ricos y se produce una inquietante degradación de la dignidad personal con la droga, el alcohol y los sutiles espejismos de felicidad.

    Las estructuras justas son, como he dicho, una condición indispensable para una sociedad justa, pero no nacen ni funcionan sin un consenso moral de la sociedad sobre los valores fundamentales y sobre la necesidad de vivir estos valores con las necesarias renuncias, incluso contra el interés personal.

    Donde Dios está ausente —el Dios del rostro humano de Jesucristo— estos valores no se muestran con toda su fuerza, ni se produce un consenso sobre ellos. No quiero decir que los no creyentes no puedan vivir una moralidad elevada y ejemplar; digo solamente que una sociedad en la que Dios está ausente no encuentra el consenso necesario sobre los valores morales y la fuerza para vivir según la pauta de estos valores, aun contra los propios intereses.

    Por otro lado, las estructuras justas han de buscarse y elaborarse a la luz de los valores fundamentales, con todo el empeño de la razón política, económica y social. Son una cuestión de la recta ratio y no provienen de ideologías ni de sus promesas. Ciertamente existe un tesoro de experiencias políticas y de conocimientos sobre los problemas sociales y económicos, que evidencian elementos fundamentales de un Estado justo y los caminos que se han de evitar. Pero en situaciones culturales y políticas diversas, y en el cambio progresivo de las tecnologías y de la realidad histórica mundial, se han de buscar de manera racional las respuestas adecuadas y debe crearse —con los compromisos indispensables— el consenso sobre las estructuras que se han de establecer.

    Este trabajo político no es competencia inmediata de la Iglesia. El respeto de una sana laicidad —incluso con la pluralidad de las posiciones políticas— es esencial en la tradición cristiana. Si la Iglesia comenzara a transformarse directamente en sujeto político, no haría más por los pobres y por la justicia, sino que haría menos, porque perdería su independencia y su autoridad moral, identificándose con una única vía política y con posiciones parciales opinables. La Iglesia es abogada de la justicia y de los pobres precisamente al no identificarse con los políticos ni con los intereses de partido. Sólo siendo independiente puede enseñar los grandes criterios y los valores inderogables, orientar las conciencias y ofrecer una opción de vida que va más allá del ámbito político. Formar las conciencias, ser abogada de la justicia y de la verdad, educar en las virtudes individuales y políticas, es la vocación fundamental de la Iglesia en este sector. Y los laicos católicos deben ser conscientes de su responsabilidad en la vida pública; deben estar presentes en la formación de los consensos necesarios y en la oposición contra las injusticias.

    Las estructuras justas jamás serán completas de modo definitivo; por la constante evolución de la historia, han de ser siempre renovadas y actualizadas; han de estar animadas siempre por un ethos político y humano, por cuya presencia y eficiencia se ha de trabajar siempre. Con otras palabras, la presencia de Dios, la amistad con el Hijo de Dios encarnado, la luz de su Palabra, son siempre condiciones fundamentales para la presencia y eficiencia de la justicia y del amor en nuestras sociedades.

    Por tratarse de un continente de bautizados, conviene colmar la notable ausencia, en el ámbito político, comunicativo y universitario, de voces e iniciativas de líderes católicos de fuerte personalidad y de vocación abnegada, que sean coherentes con sus convicciones éticas y religiosas. Los movimientos eclesiales tienen aquí un amplio campo para recordar a los laicos su responsabilidad y su misión de llevar la luz del Evangelio a la vida pública, cultural, económica y política.

    5. Otros campos prioritarios
    Para llevar a cabo la renovación de la Iglesia a vosotros confiada en estas tierras, quisiera fijar la atención con vosotros sobre algunos campos que considero prioritarios en esta nueva etapa.

    La familia

    La familia, "patrimonio de la humanidad", constituye uno de los tesoros más importantes de los pueblos latinoamericanos. Ella ha sido y es escuela de la fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en el que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente. Sin embargo, en la actualidad sufre situaciones adversas provocadas por el secularismo y el relativismo ético, por los diversos flujos migratorios internos y externos, por la pobreza, por la inestabilidad social y por legislaciones civiles contrarias al matrimonio que, al favorecer los anticonceptivos y el aborto, amenazan el futuro de los pueblos.

    En algunas familias de América Latina persiste aún por desgracia una mentalidad machista, ignorando la novedad del cristianismo que reconoce y proclama la igual dignidad y responsabilidad de la mujer respecto al hombre.

    La familia es insustituible para la serenidad personal y para la educación de los hijos. Las madres que quieren dedicarse plenamente a la educación de sus hijos y al servicio de la familia han de gozar de las condiciones necesarias para poderlo hacer, y para ello tienen derecho a contar con el apoyo del Estado. En efecto, el papel de la madre es fundamental para el futuro de la sociedad.
    El padre, por su parte, tiene el deber de ser verdaderamente padre, que ejerce su indispensable responsabilidad y colaboración en la educación de sus hijos. Los hijos, para su crecimiento integral, tienen el derecho de poder contar con el padre y la madre, para que cuiden de ellos y los acompañen hacia la plenitud de su vida. Es necesaria, pues, una pastoral familiar intensa y vigorosa. Es indispensable también promover políticas familiares auténticas que respondan a los derechos de la familia como sujeto social imprescindible. La familia forma parte del bien de los pueblos y de la humanidad entera.

    Los sacerdotes

    Los primeros promotores del discipulado y de la misión son aquellos que han sido llamados "para estar con Jesús y ser enviados a predicar" (cf. Mc 3, 14), es decir, los sacerdotes. Ellos deben recibir, de manera preferencial, la atención y el cuidado paterno de sus obispos, pues son los primeros agentes de una auténtica renovación de la vida cristiana en el pueblo de Dios. A ellos les quiero dirigir una palabra de afecto paterno, deseando que el Señor sea el lote de su heredad y su copa (cf. Sal 16, 5). Si el sacerdote tiene a Dios como fundamento y centro de su vida, experimentará la alegría y la fecundidad de su vocación. El sacerdote debe ser ante todo un "hombre de Dios" (1 Tm 6, 11) que conoce a Dios directamente, que tiene una profunda amistad personal con Jesús, que comparte con los demás los mismos sentimientos de Cristo (cf. Flp 2, 5). Sólo así el sacerdote será capaz de llevar a los hombres a Dios, encarnado en Jesucristo, y de ser representante de su amor.

    Para cumplir su elevada tarea, el sacerdote debe tener una sólida estructura espiritual y vivir toda su vida animado por la fe, la esperanza y la caridad. Debe ser, como Jesús, un hombre que busque, a través de la oración, el rostro y la voluntad de Dios, y que cuide también su preparación cultural e intelectual.

    Queridos sacerdotes de este continente y todos los que habéis venido aquí como misioneros a trabajar, el Papa os acompaña en vuestra actividad pastoral y desea que estéis llenos de alegría y esperanza, y sobre todo reza por vosotros.

    Religiosos, religiosas y consagrados

    Quiero dirigirme también a los religiosos, a las religiosas y a los laicos consagrados. La sociedad latinoamericana y caribeña necesita vuestro testimonio: en un mundo que muchas veces busca ante todo el bienestar, la riqueza y el placer como objetivo de la vida, y que exalta la libertad prescindiendo de la verdad sobre el hombre creado por Dios, vosotros sois testigos de que hay una manera diferente de vivir con sentido; recordad a vuestros hermanos y hermanas que el reino de Dios ya ha llegado; que la justicia y la verdad son posibles si nos abrimos a la presencia amorosa de Dios nuestro Padre, de Cristo nuestro hermano y Señor, y del Espíritu Santo nuestro Consolador.

    Con generosidad, e incluso con heroísmo, seguid trabajando para que en la sociedad reine el amor, la justicia, la bondad, el servicio y la solidaridad, según el carisma de vuestros fundadores. Abrazad con profunda alegría vuestra consagración, que es medio de santificación para vosotros y de redención para vuestros hermanos.

    La Iglesia de América Latina os da las gracias por el gran trabajo que habéis realizado a lo largo de los siglos por el Evangelio de Cristo en favor de vuestros hermanos, sobre todo de los más pobres y marginados. Os invito a todos a colaborar siempre con los obispos, trabajando unidos a ellos, que son los responsables de la pastoral. Os exhorto también a la obediencia sincera a la autoridad de la Iglesia. Tened como único objetivo la santidad, de acuerdo con las enseñanzas de vuestros fundadores.

    Los laicos

    En estos momentos en que la Iglesia de este continente se entrega plenamente a su vocación misionera, recuerdo a los laicos que también ellos son Iglesia, asamblea convocada por Cristo para llevar su testimonio al mundo entero. Todos los bautizados deben tomar conciencia de que han sido configurados con Cristo sacerdote, profeta y pastor, por el sacerdocio común del pueblo de Dios. Deben sentirse corresponsables en la edificación de la sociedad según los criterios del Evangelio, con entusiasmo y audacia, en comunión con sus pastores.

    Muchos de vosotros pertenecéis a movimientos eclesiales, en los que podemos ver signos de la multiforme presencia y acción santificadora del Espíritu Santo en la Iglesia y en la sociedad actual. Estáis llamados a llevar al mundo el testimonio de Jesucristo y a ser fermento del amor de Dios en la sociedad.

    Los jóvenes y la pastoral vocacional

    En América Latina, la mayoría de la población está formada por jóvenes. A este respecto, debemos recordarles que su vocación consiste en ser amigos de Cristo, sus discípulos, centinelas de la mañana, como solía decir mi predecesor Juan Pablo II. Los jóvenes no tienen miedo del sacrificio, sino de una vida sin sentido. Son sensibles a la llamada de Cristo que les invita a seguirle. Pueden responder a esa llamada como sacerdotes, como consagrados y consagradas, o como padres y madres de familia, dedicados totalmente a servir a sus hermanos con todo su tiempo y capacidad de entrega, con su vida entera. Los jóvenes afrontan la vida como un descubrimiento continuo, sin dejarse llevar por las modas o las mentalidades en boga, sino procediendo con una profunda curiosidad sobre el sentido de la vida y sobre el misterio de Dios, Padre creador, y de Dios Hijo, nuestro redentor dentro de la familia humana. Deben comprometerse también en una continua renovación del mundo a la luz de Dios. Más aún, deben oponerse a los fáciles espejismos de la felicidad inmediata y de los paraísos engañosos de la droga, del placer, del alcohol, así como a todo tipo de violencia.

    6. "Quédate con nosotros"

    Los trabajos de esta V Conferencia general nos llevan a hacer nuestra la súplica de los discípulos de Emaús: "Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado" (Lc 24, 29).

    Quédate con nosotros, Señor, acompáñanos aunque no siempre hayamos sabido reconocerte. Quédate con nosotros, porque en torno a nosotros se van haciendo más densas las sombras, y tú eres la Luz; en nuestros corazones se insinúa la desesperanza, y tú los haces arder con la certeza de la Pascua. Estamos cansados del camino, pero tú nos confortas en la fracción del pan para anunciar a nuestros hermanos que en verdad tú has resucitado y que nos has dado la misión de ser testigos de tu resurrección.

    Quédate con nosotros, Señor, cuando en torno a nuestra fe católica surgen las nieblas de la duda, del cansancio o de la dificultad: tú, que eres la Verdad misma como revelador del Padre, ilumina nuestras mentes con tu Palabra; ayúdanos a sentir la belleza de creer en ti.

    Quédate en nuestras familias, ilumínalas en sus dudas, sostenlas en sus dificultades, consuélalas en sus sufrimientos y en la fatiga de cada día, cuando en torno a ellas se acumulan sombras que amenazan su unidad y su naturaleza. Tú que eres la Vida, quédate en nuestros hogares, para que sigan siendo nidos donde nazca la vida humana abundante y generosamente, donde se acoja, se ame, se respete la vida desde su concepción hasta su término natural.

    Quédate, Señor, con aquellos que en nuestras sociedades son más vulnerables; quédate con los pobres y humildes, con los indígenas y afroamericanos, que no siempre han encontrado espacios y apoyo para expresar la riqueza de su cultura y la sabiduría de su identidad. Quédate, Señor, con nuestros niños y con nuestros jóvenes, que son la esperanza y la riqueza de nuestro continente, protégelos de tantas insidias que atentan contra su inocencia y contra sus legítimas esperanzas. ¡Oh buen Pastor, quédate con nuestros ancianos y con nuestros enfermos! ¡Fortalece a todos en su fe para que sean tus discípulos y misioneros!

    Conclusión

    Al concluir mi permanencia entre vosotros, deseo invocar la protección de la Madre de Dios y Madre de la Iglesia sobre vuestras personas y sobre toda América Latina y el Caribe. Imploro de modo especial a Nuestra Señora —bajo la advocación de Guadalupe, Patrona de América, y de Aparecida, Patrona de Brasil— que os acompañe en vuestra hermosa y exigente labor pastoral. A ella confío el pueblo de Dios en esta etapa del tercer milenio cristiano. A ella le pido también que guíe los trabajos y reflexiones de esta Conferencia general, y que bendiga con abundantes dones a los queridos pueblos de este continente.

    Antes de regresar a Roma, quiero dejar a la V Conferencia general del Episcopado de Latinoamérica y el Caribe un recuerdo que la acompañe y la inspire. Se trata de este hermoso tríptico que proviene del arte cuzqueño del Perú. En él se representa al Señor poco antes de ascender a los cielos, dando a quienes lo seguían la misión de hacer discípulos a todos los pueblos. Las imágenes evocan la estrecha relación de Jesucristo con sus discípulos y misioneros para la vida del mundo. El último cuadro representa a san Juan Diego evangelizando con la imagen de la Virgen María en su tilma y con la Biblia en la mano. La historia de la Iglesia nos enseña que la verdad del Evangelio, cuando se asume su belleza con nuestros ojos y es acogida con fe por la inteligencia y el corazón, nos ayuda a contemplar las dimensiones de misterio que provocan nuestro asombro y nuestra adhesión.

    Me despido muy cordialmente de todos vosotros con esta firme esperanza en el Señor. ¡Muchísimas gracias!


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    Papa Ratzi Superstar









    "CON IL CUORE SPEZZATO... SEMPRE CON TE!"
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    Paparatzifan
    Post: 2.616
    Città: VENEZIA
    Età: 63
    Sesso: Femminile
    00 03/06/2013 21:18

    VIAJE APOSTÓLICO A BRASIL
    CON OCASIÓN DE LA V CONFERENCIA GENERAL
    DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE

    CEREMONIA DE DESPEDIDA

    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

    Aeropuerto de São Paulo
    Domingo 13 de mayo de 2007



    Señor vicepresidente:

    Al dejar esta tierra bendita de Brasil, se eleva en mi alma un himno de acción de gracias al Altísimo, que me ha permitido vivir aquí horas intensas e inolvidables, con la mirada dirigida a la Señora Aparecida que, desde su santuario, ha presidido el inicio de la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe.

    En mi memoria quedarán grabadas para siempre las manifestaciones de entusiasmo y de profunda piedad de este pueblo de la Tierra de la Santa Cruz que, junto a la multitud de peregrinos provenientes de todo el continente de la esperanza, ha sabido dar una fuerte demostración de fe en Cristo y de amor al Sucesor de Pedro. Pido a Dios que ayude a los responsables, tanto en el ámbito religioso como en el civil, a impulsar decididamente las iniciativas que todos esperan para el bien común de la gran familia latinoamericana.

    Mi saludo final, lleno de gratitud, va al señor presidente de la República, al Gobierno de esta nación y del Estado de São Paulo, así como a las demás autoridades brasileñas, que me han dispensado tantos gestos de delicadeza durante estos días.

    También expreso mi agradecimiento a las autoridades consulares, cuya diligente actuación facilitó en gran medida la participación de las respectivas naciones en estos días de reflexión, oración y compromiso por el bien común de los participantes en este gran acontecimiento.

    Dirijo un pensamiento particular de estima fraterna, con profundo reconocimiento, a los señores cardenales, a mis hermanos en el episcopado, a los sacerdotes y los diáconos, a los religiosos y las religiosas, y a los organizadores de la Conferencia. Todos han contribuido a hacer espléndidas estas jornadas, dejando a quienes han participado en ellas llenos de alegría y de esperanza —"gaudium et spes"— en la familia cristiana y en su misión en medio de la sociedad.

    Tened la certeza de que os llevo a todos en mi corazón, del que brota la bendición que os imparto y que hago extensiva a todos los pueblos de América Latina y del mundo.

    ¡Muchas gracias!


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    Papa Ratzi Superstar









    "CON IL CUORE SPEZZATO... SEMPRE CON TE!"