Homilias, Mensajes Discursos y Audiencias de Benedicto XVI

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00domenica 30 settembre 2007 20:45
Benedicto XVI: Los pueblos hambrientos interpelan a los opulentos
CASTEL GANDOLFO, domingo, 30 septiembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI al rezar este domingo la oración mariana del Ángelus en la residencia pontificia de Castel Gandolfo.



* * *


Queridos hemanos y hermanas:

Hoy el Evangelio de Lucas presenta la parábola del hombre rico y del pobre Lázaro (Lucas 16, 19-31). El rico personifica el uso inicuo de las riquezas para un lujo desenfrenado y egoísta, pensando sólo en satisfacerse a sí mismo, sin preocuparse lo más mínimo del mendigo que está a su puerta. El pobre, por el contrario, representa a la persona de la que sólo cuida Dios: a diferencia del rico, tiene un nombre, Lázaro, abreviación de Eleazar, que significa precisamente «Dios le ayuda».

A quien han olvidado todos, Dios no le olvida; quien no vale nada ante los ojos de los hombres, es precioso ante los del Señor. La narración muestra cómo la iniquidad terrena es trastocada por la justicia divina: tras la muerte, Lázaro es acogido «en el seno de Abraham», es decir, en la felicidad eterna; mientras que el rico acaba en «el infierno entre tormentos». Se trata de una nueva situación inapelable y definitiva. Por este motivo, hay que arrepentirse en vida, después ya no sirve de nada.

Esta parábola se presta también a una interpretación en clave social. Es memorable la que ofreció hace precisamente cuarenta años el Papa Pablo VI en la encíclica «Populorum progressio». Hablando de la lucha contra el hambre, escribió: «Se trata de construir un mundo en el que cada hombre… pueda vivir una vida plenamente humana…, en el que el pobre Lázaro pueda sentarse en la misma mesa del rico» (número 47).

Causan numerosas situaciones de miseria, según recuerda la encíclica, por una parte «las servidumbres de los hombres» y por otra «una naturaleza insuficientemente dominada» (ibídem). Por desgracia, ciertas poblaciones sufren de ambos factores sumados. ¿Cómo no pensar en este momento especialmente en los países del África subsahariana, afectados en días pasados por graves inundaciones?

Pero tampoco podemos olvidar a otras muchas situaciones de emergencia humanitaria en diferentes regiones del planeta, en las que los conflictos por el poder político y económico agravan realidades de sufrimiento ambiental que ya de por sí son duras.

El llamamiento que lanzó Pablo VI: «Los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos» («Populorum progressio», 3), sigue conservando hoy toda su urgencia. No podemos decir que no conocemos el camino que hay que recorrer: tenemos la Ley y los profetas, nos dice Jesús en el Evangelio. Quien no quiere escucharlos, no cambiaría aunque volviera alguien de entre los muertos para advertirle.

Que la Virgen María nos ayude a aprovechar el tiempo presente para escuchar y poner en la práctica esta palabra de Dios. Que nos permita prestar cada vez más atención a los hermanos necesitados para compartir con ellos lo mucho o lo poco que tenemos, y contribuir, comenzando por nosotros mismos, a difundir la lógica y el estilo de la auténtica solidaridad.

[Después del Ángelus, el Papa siguió diciendo en italiano:]

Sigo con gran ansiedad los gravísimos acontecimientos de estos días en Myanmar y deseo expresar mi cercanía espiritual a esa querida población en el momento de la dolorosa prueba que está atravesando. Mientras aseguro mi oración intensa y solidaria e invito a toda la Iglesia a hacer lo mismo, deseo profundamente que se encuentre una solución pacífica por el bien del país.

También encomiendo a vuestra oración la situación en la península coreana, donde desarrollos importantes en el diálogo entre las dos Coreas permiten esperar que los esfuerzos de reconciliación que tienen lugar en estos momentos puedan consolidarse a favor del pueblo coreano y en beneficio de la estabilidad y de la paz de toda la región.

[A continuación, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Saludo con afecto a los fieles de lengua española aquí presentes. Pidamos a la Virgen María que, guiados por el ejemplo y las enseñanzas de Cristo e impulsados por su amor, sepamos encontrar la fuente de la alegría y la paz en la entrega generosa y desinteresada a los demás, especialmente a los que sufren y pasan necesidad cerca de nosotros. ¡Feliz domingo!

[Traducción del original italiano realizada por Zenit
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00lunedì 1 ottobre 2007 20:12


Envía Benedicto XVI Mensaje de entronización al Patriarca Ortodoxo Rumano

1 de Octubre (VIS) - CIUDAD DEL VATICANO. El Papa Benedicto XVI ha escrito un mensaje al Metropolita Daniel de Moldova y Bucovina con motivo de la ceremonia de entronización, ayer domingo en Bucarest, como nuevo Patriarca de la Iglesia ortodoxa rumana.

La elección del Patriarca, que sucedió a Su Beatitud Teoctist, tuvo lugar el pasado 12 de Septiembre.

A la ceremonia de ayer asistió, en representación del Santo Padre, una delegación encabezada por el Cardenal Walter Kasper, Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, que entregó al Patriarca ortodoxo rumano tanto el mensaje como un cáliz, regalo del Papa.

S.S. Benedicto XVI pide al Espíritu Santo que "ayude a la Iglesia ortodoxa rumana en su desarrollo, para que afronte con una vitalidad renovada los desafíos y la reorganización material y espiritual necesarios en el período en el que vivimos, tras las dificultades vividas en el pasado reciente, donde existían numerosas limitaciones a la libertad y en ocasiones persecuciones manifiestas".

"Que el Señor os acompañe -continúa el Papa- para que vuestra Iglesia pueda responder a las expectativas del pueblo rumano y otorgue cada vez más la esperanza que necesita para caminar por la ruta de la vida y transmitir a las generaciones jóvenes los valores morales y espirituales fundamentales, para afrontar las diferentes corrientes ideológicas que actualmente atraen a un buen número de nuestros contemporáneos".

El Santo Padre manifiesta el deseo de que las relaciones entre católicos y ortodoxos "se fortalezcan para responder a las necesidades actuales en Europa y en el mundo, tanto en el ámbito religioso como en el ámbito social. Es siempre más necesario un testimonio común de los cristianos para responder a nuestra vocación y a las urgencias de nuestro tiempo".

Tras poner de relieve la voluntad de Su Beatitud Daniel de intensificar el diálogo entre ortodoxos y católicos para abordar "las cuestiones cruciales en nuestras relaciones", el Papa afirma que es necesario "resolver, con paciencia, caridad recíproca y esperanza los temas menos importantes, pero que, a nivel local, siguen obstaculizando todavía la comunión fraterna entre católicos y ortodoxos".

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00giovedì 4 ottobre 2007 04:50

Audiencia General de Benedicto XVI en la que presenta a San Cirilo de Alejandría

CIUDAD DEL VATICANO. Intervención del Papa Benedicto XVI durante la Audiencia General de este miércoles 3 de Octubre dedicada a meditar sobre la figura de San Cirilo de Alejandría.



"Queridos hermanos y hermanas:

También hoy, continuando con nuestro camino tras las huellas de los Padres de la Iglesia, nos encontramos con una gran figura: San Cirilo de Alejandría. Ligado a la controversia cristológica que llevó al Concilio de Éfeso del año 431, último representante de importancia de la tradición alejandrina, Cirilo fue definido más tarde en Oriente como «custodio de la exactitud» --que quiere decir custodio de la verdadera fe-- e incluso como «sello de los Padres». Estas antiguas expresiones manifiestan un dato de hecho que es característico de Cirilo, es decir, la constante referencia del Obispo de Alejandría a los autores eclesiásticos precedentes (entre éstos sobre todo a Atanasio) con el objetivo de mostrar la continuidad de la propia teología con la tradición. Quiso integrarse explícitamente en la tradición de la Iglesia, en la que reconoce la garantía de continuidad con los apóstoles y con el mismo Cristo.

Venerado como santo tanto en Oriente como en Occidente, en 1882 San Cirilo fue proclamado Doctor de la Iglesia por el Papa León XIII, quien al mismo tiempo atribuyó el mismo título a otro importante exponente de la patrística griega, San Cirilo de Jerusalén. Se revelaron así la atención y el amor por las tradiciones cristianas orientales de aquel Papa, que después quiso proclamar también doctor de la Iglesia a San Juan Damasceno, mostrando que tanto la tradición oriental como la occidental expresan la doctrina de la única Iglesia de Cristo.

Nos han llegado muy pocas noticias sobre la vida de Cirilo antes de su elección a la importante sed de Alejandría. Sobrino de Teófilo, que desde el año 385 como Obispo rigió con mano firme y prestigio la Diócesis de Alejandría, Cirilo nació probablemente en esa misma ciudad egipcia entre el año 370 y el 380. Pronto abrazó la vida eclesiástica y recibió una buena educación, tanto cultural como teológica. En el año 403 se encontraba en Constantinopla siguiendo a su poderoso tío y allí participó en el Sínodo conocido con el nombre de la Encina, que depuso al Obispo de la ciudad, Juan (después conocido como Crisóstomo), registrando así el triunfo de la sede de Alejandría sobre su rival tradicional, Constantinopla, done residía el emperador. Tras la muerte de su tío Teófilo, siendo todavía joven, Cirilo fue elegido en el año 412 Obispo de la influyente Iglesia de Alejandría, gobernándola con gran energía durante 32 años, buscando afirmar siempre el primado en todo Oriente, fortalecido también por los lazos tradicionales con Roma.

Dos o tres años después, en el año 417 ó 418, el Obispo de Alejandría dio pruebas de realismo al sanar la ruptura de la comunión con Constantinopla, que tenía lugar desde el año 406 tras la deposición de Crisóstomo. Pero el antiguo contraste con la sede de Constantinopla volvió a estallar diez años después, cuando en el año 428 fue elegido Nestorio, monje severo y de prestigio formado en Antioquía. El nuevo Obispo de Constantinopla suscitó pronto oposiciones pues en su predicación prefería para María el título de «Madre de Cristo» («Christotòkos»), en lugar del de «Madre de Dios» («Theotòkos»), ya entonces muy querido por la devoción popular.

El motivo de esta decisión del Obispo Nestorio era su adhesión a la cristología de la tradición de Antioquía que, para salvaguardar la importancia de la humanidad de Cristo, acababa afirmando su separación de la divinidad. De este modo ya no era una auténtica unión entre Dios y el hombre en Cristo, y por tanto ya no podía hablarse de «Madre de Dios».

La reacción de Cirilo, entonces máximo exponente de la cristología de Alejandría, que subrayaba intensamente la unidad de la persona de Cristo, fue inmediata y se desplegó con todos los medios ya a partir del año 429, entre otras cosas, enviando algunas cartas al mismo Nestorio.

En la segunda misiva (PG 77,44-49) que envió Cirilo, en febrero del 430, leemos una clara afirmación del deber de los pastores de preservar la fe del Pueblo de Dios. Este era su criterio, válido también para hoy: la fe del Pueblo de Dios es expresión de la tradición, es garantía de la sana doctrina. Escribe estas líneas a Nestorio: «Es necesario exponer al pueblo de Dios la enseñanza y la interpretación de la fe de la manera más irreprensible y recordar que quien escandaliza aunque sea a uno sólo de los pequeños que creen en Cristo sufrirá un castigo intolerable».

En la misma carta a Nestorio, carta que más tarde, en el año 451, habría sido aprobado por el Concilio de Calcedonia, cuarto concilio ecuménico, Cirilo describe con claridad su fe cristológica: «Son diversas las naturalezas que se han unido en una verdadera unidad, pero de ambas resultó un sólo Cristo e Hijo, no porque a causa de la unidad se haya eliminado la diferencia de las naturalezas humana y divina, sino porque humanidad y divinidad reunidas de forma inefable han producido al único Señor, Cristo, el Hijo de Dios».

Y esto es importante: realmente la verdadera humanidad y la verdadera divinidad se unen en una sola Persona, nuestro Señor Jesucristo. Por ello, sigue diciendo el obispo de Alejandría, «profesamos un solo Cristo y Señor, no sólo en el sentido de que adoramos al hombre junto con el “Logos”, para no insinuar la idea de la separación diciendo “junto”, sino en el sentido de que adoramos a uno solo, pues su cuerpo no es algo ajeno al “Logos”, con el que está sentado a la diestra del Padre. No están sentados a su lado dos hijos, sino uno solo unido con la propia carne».

Muy pronto el Obispo de Alejandría, gracias a agudas alianzas, logró que Nestorio fuera condenado repetidamente: por parte de la sede romana con una serie de doce anatemas redactados por él mismo y, finalmente, por el Concilio de Éfeso, en el año 431, el tercer concilio ecuménico.

La asamblea, que se desarrolló con vicisitudes tumultuosas, concluyó con el primer gran triunfo de la devoción a María y con el exilio del Obispo de Constantinopla que no quería reconocer a la Virgen el título de «Madre de Dios», a causa de una cristología equivocada, que metía división en el mismo Cristo. Ahora bien, después de haber prevalecido de este modo sobre el rival y su doctrina, Cirilo supo alcanzar ya en el año 433 una fórmula teológica de compromiso y de reconciliación con los de Antioquía. Y esto también es significativo: por una parte se da la claridad de la doctrina de la fe, pero por otra la intensa búsqueda de la unidad de la reconciliación. En los años siguientes se dedicó con todos los medios a defender y aclarar su posición teológica hasta la muerte, acaecida el 27 de junio del año 444.

Los escritos de Cirilo, verdaderamente muy numerosos y difundidos ampliamente incluso en diferentes traducciones latinas y orientales ya en su vida, prueba de su éxito inmediato, son de importancia primaria para la historia del cristianismo. Son importantes sus comentarios a muchos libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, entre los que destaca todo el Pentateuco, Isaías, los Salmos y los Evangelios de Juan y de Lucas. Son de gran importancia también muchas obras doctrinales, en las que aparece continuamente la defensa de la fe trinitaria contra las tesis arrianas y contra las de Nestorio. La base de la enseñanza de Cirilo es la tradición eclesiástica y, en particular, como he mencionado, los escritos de Atanasio, su gran predecesor en la sede de Alejandría. Entre los otros escritos de Cirilo hay que recordar por último los libros «Contra Juliano», última gran respuesta a las polémicas anticristianas, dictado por el obispo de Alejandría probablemente en los últimos años de vida para replicar a la obra «Contra los Galileos», compuesta muchos años antes, en 363, por el emperador que fue llamado el Apóstata por haber abandonado el cristianismo en el que había sido educado.

La fe cristiana es ante todo encuentro con Jesús, «una persona que da a la vida un nuevo horizonte» (Encíclica "Deus caritas est", 1). De Jesucrito, Verbo de Dios encarnado, san Cirilo de Alejandría fue un incansable y firme testigo, subrayando sobre todo la unidad, como repite en el año 433, en la primera carta (PG 77,228-237) al Obispo Sucenso: «Uno solo es el Hijo, uno solo el Señor Jesucristo, ya sea antes de la encarnación que después de la encarnación. De hecho, no se trata de un Hijo, el “Logos”, nacido de Dios Padre, y de otro, nacido de la santa Virgen, sino que creemos que precisamente Aquel que está antes de los tiempos nació también según la carne de una mujer». Esta afirmación, más allá de su significado doctrinal, muestra que la fe en Jesús, «Logos», nacido del Padre, está también sumamente arraigada en la historia, pues como afirma san Cirilo, este mismo Jesús entró en el tiempo con el nacimiento de María, la «Theotòkos», y estará siempre con nosotros, según su promesa Y esto es importante: Dios es eterno, nació de una mujer y sigue con nosotros cada día. En esta confianza vivimos, en esta confianza encontramos el camino de nuestra vida".


[Traducción del original italiano realizada por Zenit].

Al final de la Audiencia, S.S. Benedicto XIV saludó a los peregrinos en varios idiomas.

En español dijo:


"Queridos hermanos y hermanas:

En la catequesis de hoy nos centramos en la figura de San Cirilo de Alejandría. Era aún muy joven cuando fue elegido Obispo de esa ciudad, que gobernó durante muchos años con gran energía. Luchó contra la predicación de Nestorio, Obispo de Constantinopla, el cual, al separar en Cristo la naturaleza humana de la divina, le negaba a María el título de Madre de Dios. Cirilo, en cambio, predicaba con claridad que las dos naturalezas, humana y divina, están unidas en Cristo, sin ignorar la diferencia entre ellas, pero sin separarlas, de tal manera que hay un sólo Cristo, el Hijo de Dios, nacido de la Virgen. Nestorio fue condenado por el Concilio de Éfeso, donde se le reconoció a la Virgen el título de "Madre de Dios". Entre los numerosos e importantes escritos de San Cirilo destacan los comentarios a varios libros de la Escritura, así como las obras dedicadas a defender la fe trinitaria y a subrayar la unidad del Verbo encarnado contra las tesis arrianas y de Nestorio. San Cirilo tuvo siempre como base de su enseñanza la tradición eclesiástica, sobre todo los escritos de San Atanasio, su predecesor en la sede de Alejandría, mostrando así la continuidad de su teología con la tradición.

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En particular, a los seminaristas de la Diócesis de Jerez de la Frontera, con su Obispo, Monseñor Juan del Río, a los distintos grupos venidos de España, México, Costa Rica, Argentina, y de otros países latinoamericanos. Os animo a centrar vuestra vida en Cristo, Dios y hombre verdadero, y a dar un testimonio cada vez más alegre de la fe y el amor que alimentan vuestra existencia cotidiana. ¡Muchas gracias!.



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00venerdì 5 ottobre 2007 04:36
Pide Benedicto XVI “colaboración Estado-Iglesia por el bien del ser humano”


4 de Octubre (VIS) - CIUDAD DEL VATICANO. El Papa Benedicto XVI recibió hoy, memoria de San Francisco de Asís, patrono de Italia, las cartas credenciales del nuevo Embajador de Italia ante la Santa Sede, Antonio Zanardi Landi.

Refiriéndose en su discurso a la “colaboración recíproca entre el Estado y la Iglesia para la promoción del ser humano y del bien de toda la comunidad nacional”, el Santo Padre afirmó que “al perseguir este objetivo, la Iglesia no ambiciona el poder, ni pretende privilegios o aspira a posiciones de ventaja económica y social”.

El único objetivo de la Iglesia, continuó, “es servir al ser humano, inspirándose, como norma suprema de conducta, en las palabras y en el ejemplo de Jesucristo, que “pasó haciendo el bien y sanando a todos”. Por tanto, la Iglesia católica exige que sea considerada por su específica naturaleza y que pueda desarrollar libremente su misión peculiar por el bien no solo de los propios fieles, sino de todos los italianos”.

S.S. Benedicto XVI expresó el deseo de que la colaboración entre todos los componentes de la nación italiana contribuya “no solo a custodiar con atención el patrimonio cultural y espiritual propio que forma parte de su historia, sino que sea sobre todo un estímulo para buscar nuevas vías para afrontar de modo adecuado los grandes desafíos que caracterizan a la época post-moderna”. En este sentido, mencionó “la defensa de la vida del ser humano en todas sus fases, la tutela de todos los derechos de la persona y de la familia, la construcción de un mundo solidario, el respeto de la creación, el diálogo intercultural e interreligioso”.

Tras recordar que en 2008 se conmemora el LX aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos, el Papa señaló que esta fecha “podrá ser una ocasión útil para que Italia ofrezca su propia contribución a la creación, en campo internacional, de un orden justo en cuyo centro se halle siempre el respeto del hombre, de su dignidad y de sus derechos inalienables”.

El Santo Padre citó a continuación el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de este año, en el que escribe: “Se considera dicha Declaración como una forma de compromiso moral asumido por la humanidad entera. Esto manifiesta una profunda verdad sobre todo si se entienden los derechos descritos en la Declaración no simplemente como fundados en la decisión de la asamblea que los ha aprobado, sino en la naturaleza misma del hombre y en su dignidad inalienable de persona creada por Dios”.

“Italia, en virtud de su reciente elección como miembro del Consejo para los Derechos Humanos y sobre todo por su peculiar tradición de humanidad y generosidad -terminó- no puede sino sentirse comprometida en una obra incansable de construcción de la paz y de defensa de la dignidad de la persona humana y de todos sus derechos inalienables, incluido el de la libertad religiosa”.
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00lunedì 8 ottobre 2007 06:21

Pide Benedicto XVI: “Rezar el Rosario por la paz en las familias y en el mundo”


7 de Octubre (www.ZENIT.org) - CIUDAD DEL VATICANO. El Papa Benedicto XVI invitó este domingo a rezar el Rosario por la paz en las familias y por la paz en el mundo.

“Es la consigna que la Virgen ha dejado en sus diferentes apariciones”, explicó a los miles de peregrinos congregados e la plaza de San Pedro a mediodía para rezar el Ángelus.

“Pienso, en particular --confesó desde la ventana de su estudio--, en las de Fátima, acaecida hace 90 años, a los tres pastorcillos, Lucia, Jacinta y Francisco, en las que se presentó como “la Virgen del Rosario”, recomendó con insistencia el rezo del Rosario todos los días, para alcanzar el final de la guerra”.

“Nosotros también queremos acoger la maternal petición de la Virgen, comprometiéndonos a rezar con fe el Rosario por la paz en las familias, en las naciones y en todo el mundo”, afirmó.

En ese día, en el que la Iglesia celebraba la Virgen del Rosario, tuvo lugar la Jornada Mundial del Rosario, iniciativa surgida hace once años en México por la que millones de personas de los cinco continentes quedaron unidas por el rezo de esta oración mariana en lugares públicos (Cf. www.churchforum.org/rosario/).

“El Rosario es un medio donado por la Virgen para contemplar a Jesús y, al meditar en su vida, amarle y seguirle cada vez más fielmente”, explicó S.S. Benedicto XVI recordando el papel decisivo que desempeñó Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores (dominicos) en la difusión de esta práctica a partir del año 1214.

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00lunedì 8 ottobre 2007 20:17

Ángelus de Benedicto XVI en el que recuerda que “Octubre es el mes del Rosario y de la misión”

CIUDAD DEL VATICANO-. Palabras que pronunció el Papa Benedicto XVI este domingo 7 de Octubre a las 12:00 horas antes de rezar la oración mariana del Ángelus junto a miles de peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro.



"Queridos hermanos:

Este primer domingo de octubre nos ofrece dos motivos de oración y de reflexión: la memoria de la Virgen María del Rosario, que se celebra precisamente hoy, y el compromiso misionero, al que está dedicado de manera especial este mes.

La imagen tradicional de la Virgen del Rosario representa a María que en un brazo lleva al Niño Jesús y en el otro presenta la corona del Rosario de santo Domingo. Esta imagen significativa muestra cómo el Rosario es un medio donado por la Virgen para contemplar a Jesús y, al meditar en su vida, amarle y seguirle cada vez más fielmente.

Es la consigna que la Virgen ha dejado en sus diferentes apariciones. Pienso, en particular, en las de Fátima, acaecida hace 90 años, a los tres pastorcillos, Lucia, Jacinta y Francisco, en las que se presentó como «la Virgen del Rosario», recomendó con insistencia el rezo del Rosario todos los días, para alcanzar el final de la guerra.

Nosotros también queremos acoger la maternal petición de la Virgen, comprometiéndonos a rezar con fe el Rosario por la paz en las familias, en las naciones y en todo el mundo.

Ahora bien, sabemos que la auténtica paz se difunde allí donde los hombres y las instituciones se abren al Evangelio. El mes de octubre nos ayuda a recordar esta verdad fundamental a través de una movilización que busca promover el anhelo misionero en cada comunidad y a apoyar el trabajo de sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos que trabajan en las fronteras de la misión de la Iglesia.

Con especial cuidado nos preparamos para celebrar el próximo 21 de octubre la Jornada Misionera Mundial, que tendrá como tema «Todas las Iglesias para todo el mundo». El anuncio del Evangelio es el primer servicio de la Iglesia a la humanidad para ofrecer la salvación de Cristo al hombre de nuestro tiempo, humillado y oprimido de muchas maneras, y para orientar cristianamente las transformaciones culturales, sociales y éticas que tienen lugar en el mundo.

Este año hay un motivo más que nos lleva a un renovado compromiso misionero: el quincuagésimo aniversario de la Encíclica «Fidei donum» del siervo de Dios Pío XII, que propuso y alentó la cooperación entre las Iglesias para la misión «ad gentes» [a lo pueblos, ndt.].

Me gusta recordar también que hace 150 años partieron hacia África, precisamente hacia el actual Sudán, cinco sacerdotes y un laico del Instituto del padre Mazza de Verona. Entre ellos se encontraba san Daniele Comboni, futuro obispo de África central y patrono de esas poblaciones, cuya memoria litúrgica se celebra el próximo 10 de octubre.

A la intercesión de este pionero del Evangelio y de otros numerosos santos y beatos misioneros, en particular a la protección de la Reina del santo Rosario, encomendamos a todos los misioneros y misioneras. Que María nos ayude a recordar que todo cristiano está llamado a anunciar el Evangelio con la palabra y la vida".

Al final del Ángelus S.S. Benedicto XVI saludo a los peregrinos en varios idiomas.

En español, dijo:

"Saludo con afecto a los fieles de lengua española. Queridos hermanos: En este domingo en que celebramos la fiesta de la Virgen del Rosario os invito a rezar cada día, con más piedad y devoción, esta tradicional oración mariana, y que la contemplación de los principales misterios de la vida de Nuestro Señor Jesucristo aumente en nosotros la fe, la esperanza y la caridad. ¡Feliz domingo!"


[Traducción del original italiano realizada por Zenit.


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00giovedì 11 ottobre 2007 02:28
Benedicto XVI presenta a Hilario de Poitiers
Intervención durante la audiencia general



CIUDAD DEL VAICANO, miércoles, 10 octubre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI en la audiencia general de este miércoles dedicada a presentar la figura de san Hilario de Poitiers, padre de la Iglesia.



* * *


Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quisiera hablar de un gran padre de la Iglesia de Occidente, san Hilario de Poitiers, una de las grandes figuras de obispos del siglo IV. Ante los arrianos que consideraban el Hijo de Dios como una criatura, si bien excelente, pero sólo una criatura, Hilario consagró toda su vida a la defensa de la fe en la divinidad de Jesucristo, Hijo de Dios y Dios como el Padre, que le engendró desde la eternidad.

No contamos con datos seguros sobre la mayor parte de la vida de Hilario. Las fuentes antiguas dicen que nació en Poitiers, probablemente hacia el año 310. De familia acomodada, recibió una formación literaria, que puede reconocerse con claridad en sus escritos. Parece que no se crió en un ambiente cristiano. Él mismo nos habla de un camino de búsqueda de la verdad, que le llevó poco a poco al reconocimiento del Dios creador y del Dios encarnado, muerto para darnos la vida eterna. Bautizado hacia el año 345, fue elegido obispo de su ciudad natal en torno al 353-354.

En los años sucesivos, Hilario escribió su primera obra, el «Comentario al Evangelio de Mateo». Se trata del comentario más antiguo en latín que nos ha llegado de este Evangelio. En el año 356 asistió como obispo al sínodo de Béziers, en el sur de Francia, el «sínodo de los falsos apóstoles», como él mismo lo llama, pues la asamblea estaba dominada por obispos filo-arrianos, que negaban la divinidad de Jesucristo. Estos «falsos apóstoles» pidieron al emperador Constancio que condenara al exilio al obispo de Poitiers. De este modo, Hilario se vio obligado a abandonar Galia en el verano del año 356.

Exiliado en Frigia, en la actual Turquía, Hilario entró en contacto con un contexto religioso totalmente dominado por el arrianismo. También allí su solicitud como pastor le llevó a trabajar sin descanso a favor del restablecimiento de la unidad de la Iglesia, basándose en la recta fe formulada por el Concilio de Nicea. Con este objetivo, emprendió la redacción de su obra dogmática más importante y conocida: el «De Trinitate» (sobre la Trinidad).

En ella, Hilario expone su camino personal hacia el conocimiento de Dios y se preocupa de mostrar que la Escritura atestigua claramente la divinidad del Hijo y su igualdad con el Padre no sólo en el Nuevo Testamento, sino también en muchas páginas del Antiguo Testamento, en las que ya se presenta el misterio de Cristo. Ante los arrianos, insiste en la verdad de los nombres del Padre y del Hijo y desarrolla toda su teología trinitaria partiendo de la fórmula del Bautismo que nos entregó el mismo Señor: «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».

El Padre y el Hijo son de la misma naturaleza. Y si bien algunos pasajes del Nuevo Testamento podrían hacer pensar que el Hijo es inferior al Padre, Hilario ofrece reglas precisas para evitar interpretaciones equívocas: algunos textos de la Escritura hablan de Jesús como Dios, otros subrayan su humanidad. Algunos se refieren a Él en su preexistencia el Padre; otros toman en cuenta el estado de abajamiento («kénosis»), su descenso hasta la muerte; otros, por último, lo contemplan en la gloria de la resurrección.

En los años de su exilio, Hilario escribió también el «Libro de los Sínodos», en el que reproduce y comenta para los hermanos obispos de Galia las confesiones de fe y otros documentos de sínodos reunidos en Oriente alrededor de la mitad del siglo IV. Siempre firme en la oposición a los arrianos radicales, san Hilario muestra un espíritu conciliador ante quienes aceptaban confesar que el Hijo se asemeja al Padre en la esencia, naturalmente intentando llevarles siempre hacia la plena fe, según la cual, no se da sólo una semejanza, sino una verdadera igualdad entre el Padre y el Hijo en la divinidad.

Esto también nos parece característico: su espíritu de conciliación trata de comprender a quienes todavía no han llegado a la verdad plena y les ayuda, con gran inteligencia teológica, a alcanzar la plena fe en la divinidad verdadera del Señor Jesucristo.

En el año 360 ó 361, Hilario pudo finalmente regresar del exilio a su patria e inmediatamente volvió a emprender la actividad pastoral en su Iglesia, pero el influjo de su magisterio se extendió de hecho mucho más allá de los confines de la misma.

Un sínodo celebrado en París en el año 360 o en el 361 retomó el lenguaje del Concilio de Nicea. Algunos autores antiguos consideran que este cambio antiarriano del episcopado de Galia se debió en buena parte a la fortaleza y mansedumbre del obispo de Poitiers.

Esta era precisamente su cualidad: conjugar la fortaleza en la fe con la mansedumbre en la relación interpersonal. En los últimos años de su vida compuso los «Tratados sobre los Salmos», un comentario a 58 salmos, interpretados según el principio subrayado en la introducción: «No cabe duda de que todas las cosas que se dicen en los salmos deben entenderse según el anuncio evangélico de manera que, independientemente de la voz con la que ha hablado el espíritu profético, todo se refiere al conocimiento de la venida nuestro Señor Jesucristo, encarnación, pasión y reino, y a la gloria y a la potencia de nuestra resurrección» («Instructio Psalmorum» 5).

Ve en todos los salmos esta transparencia del misterio de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia. En varias ocasiones, Hilario se encontró con san Martín: precisamente el futuro obispo de Tours fundó un monasterio cerca de Poitiers, que todavía hoy existe. Hilario falleció en el año 367. Su memoria litúrgica se celebra el 13 de enero. En 1851 el beato Pío IX le proclamó doctor de la Iglesia.

Para resumir lo esencial de su doctrina, quisiera decir que el punto de partida de la reflexio´n teológica de Hilario es la fe bautismal. En el «De Trinitate», Hilario escribe: Jesús «mandó bautizar “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Cf. Mateo 28,19), es decir, confesando al Autor, al Unigénito y al Don. Sólo hay un Autor de todas las cosas, pues sólo hay un Dios Padre, del que todo procede. Y un solo Señor nuestro, Jesucristo, por quien todo fue hecho (1 Corintios 8,6), y un solo Espíritu (Efesios 4,4), don en todos... No puede encontrase nada que falte a una plenitud tan grande, en la que convergen en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo la inmensidad en el Eterno, la revelación en la Imagen, la alegría en el Don» («De Trinitate» 2, 1).

Dios Padre, siendo todo amor, es capaz de comunicar en plenitud su divinidad al Hijo. Me resulta particularmente bella esta formulación de san Hilario: «Dios sólo sabe ser amor, y sólo sabe ser Padre. Y quien ama no es envidioso, y quien es Padre lo es totalmente. Este nombre no admite compromisos, como si Dios sólo fuera padre en ciertos aspectos y en otros no» (ibídem 9,61).

Por este motivo, el Hijo es plenamente Dios sin falta o disminución alguna: «Quien procede del perfecto es perfecto, porque quien lo tiene todo le ha dado todo» (ibídem 2,8). Sólo en Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, encuentra salvación la humanidad. Asumiendo la naturaleza humana, unió consigo a todo hombre, «se hizo la carne de todos nosotros» («Tractatus in Psalmos» 54,9); «asumió la naturaleza de toda carne y, convertido así en la vid verdadera, es la raíz de todo sarmiento» (ibídem 51,16).

Precisamente por este motivo el camino hacia Cristo está abierto a todos, porque ha atraído a todos en su ser hombre, aunque siempre se necesite la conversión personal: «A través de la relación con su carne, el acceso a Cristo está abierto a todos, a condición de que se desnuden del hombre viejo (Cf. Efesios 4,22) y lo claven en su cruz (Cf. Colosenses 2,14); a condición de que abandonen las obras de antes y se conviertan para quedar sepultados con Él en su bautismo, de cara a la vida ( Cf. Colosenses 1,12; Romanos 6,4)» (Ibídem 91, 9).

La fidelidad a Dios es un don de su gracia. Por ello, san Hilario pide al final de su tratado sobre la Trinidad poderse mantener siempre fiel a la fe del bautismo. Es una característica de este libro: la reflexión se transforma en oración y la oración se hace reflexión. Todo el libro es un diálogo con Dios. Quisiera concluir la catequesis de hoy con una de estas oraciones, que se convierte también en oración nuestra: «Haz, Señor --reza Hilario movido por la inspiración-- que me mantenga siempre fiel a lo que profesé en el símbolo de mi regeneración, cuando fue bautizado en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo. Que te adore, Padre nuestro, y junto a ti a tu Hijo; que sea merecedor de tu Espíritu Santo, que procede de ti a través de tu Unigénito… Amén» («De Trinitate» 12, 57).

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, Benedicto XVI saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:
San Hilario de Poitiers nació a comienzos del siglo IV. Crecido en un ambiente poco cristiano fue bautizado años más tarde, después de un camino de búsqueda de la verdad que lo llevó a la fe en Cristo, el Verbo encarnado, salvador del mundo. Posteriormente, fue elegido obispo de su ciudad dedicando toda su vida a defender la fe en la divinidad de Cristo frente a los arrianos, llegando a sufrir por ello el destierro. Entonces escribió un tratado sobre la Trinidad, en el que muestra cómo la Escritura da testimonio claro de la divinidad del Hijo. En otros libros interpreta también los sucesos del Antiguo Testamento como prefiguraciones de la venida de Cristo al mundo. El punto de partida de la reflexión de Hilario es la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, recibida en el bautismo. Dios Padre, que es amor, comunica plenamente su divinidad al Hijo. Éste compartió nuestra condición humana, de tal manera que sólo en Cristo, Verbo encarnado, la humanidad encuentra la salvación. Asumiendo la naturaleza humana, Él ha unido a sí a todo hombre. Por eso, el camino hacia Cristo está abierto para todos, aunque por nuestra parte se requiere siempre la conversión personal.

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En particular, a los distintos grupos venidos de España, México, Colombia y otros países latinoamericanos. Siguiendo la enseñanza y el ejemplo de san Hilario de Poitiers, pidamos también para nosotros la gracia de permanecer siempre fieles a la fe recibida en el bautismo, y testimoniar con alegría y convicción nuestro amor a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Muchas gracias.

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00giovedì 11 ottobre 2007 06:18
Carta do Papa ao X Simpósio Intercristão entre católicos e ortodoxos

Celebrado de 16 a 18 de setembro na ilha grega de Tinos



CIDADE DO VATICANO, segunda-feira, 8 de outubro de 2007 (ZENIT.org).- Publicamos a carta que Bento XVI enviou ao cardeal Walter Kasper, presidente do Conselho Pontifício para a Promoção da Unidade dos Cristãos, com ocasião do X Simpósio Intercristão entre católicos e ortodoxos, que se celebrou de 16 a 18 de setembro na ilha grega de Tinos.


Ao Venerado Irmão Senhor Cardeal WALTER KASPER
Presidente do Pontifício Conselho para a Promoção da Unidade dos Cristãos

Foi com particular alegria que tomei conhecimento de que o X Simpósio Intercristão, promovido pelo Instituto Franciscano de espiritualidade da Pontifícia Universidade Antonianum e pelo Departamento de teologia da Faculdade teológica da Universidade Aristóteles de Tessalonica, terá lugar na Ilha de Tinos, onde ortodoxos e católicos convivem fraternalmente.

A cooperação ecuménica em âmbito universitário contribui para manter viva a propensão para a desejada comunhão entre todos os cristãos. A este propósito, o Concílio Ecuménico Vaticano II tinha vislumbrado neste âmbito uma oportuna possibilidade para envolver todo o Povo de Deus na busca da plena unidade. "De facto, da formação dos sacerdotes depende em grande medida a instituição e a formação espiritual dos fiéis e dos religiosos" (UR 10).

O tema do próximo Simpósio: "São João Crisóstomo, ponte entre o Oriente e o Ocidente", no XVI centenário da sua morte ocorrida a 14 de Setembro de 407, oferecerá a ocasião para comemorar um ilustre Padre da Igreja venerado no Oriente e no Ocidente; um corajoso, iluminado e fiel pregador da Palavra de Deus, sobre a qual fundou a sua acção pastoral; uma extraordinária hermenêutica e homilética, a ponto que lhe foi atribuído desde o século V o título de Crisóstomo, isto é Boca de ouro, e cujo contributo para a formação da liturgia bizantina todos conhecem. Pela coragem e fidelidade do seu testemunho evangélico teve que sofrer a perseguição e o exílio. Depois de complexas vicissitudes históricas, desde o dia 1 de Maio de 1626 o seu corpo repousa na Basílica de São Pedro, e a 27 de Novembro de 2004 o meu venerado predecessor João Paulo II doou parte das relíquias a Sua Santidade o Patriarca Ecuménico Bartolomeu I e, desta forma, quer na Basílica Vaticana quer na Igreja de São Jorge no Fanar é agora venerado este grande Padre da Igreja.

A reflexão do vosso Simpósio, que tratará a temática relativa a São João Crisóstomo e à comunhão com a Igreja do Ocidente analisando também algumas problemáticas actuais, há-de contribuir para apoiar e corroborar a comunhão verdadeira, mesmo se imperfeita, existente entre católicos e ortodoxos, de modo que se possa chegar àquela plenitude, que nos permitirá concelebrar um dia a única Eucaristia. E é precisamente para aquele dia bendito que todos olhamos com esperança dando também vida a providenciais iniciativas como esta.

Com estes sentimentos, invoco abundante sobre o vosso encontro e sobre todos os participantes a Bênção de Deus: o Espírito Santo ilumine as mentes, conforte os corações e encha todos da alegria da paz do Senhor.

Por fim, aproveito a ocasião para enviar uma saudação fraterna aos fiéis ortodoxos e católicos da Grécia e, de modo verdadeiramente especial, ao Arcebispo de Atenas e de Toda a Grécia, Sua Beatitude Christodoulos, desejando-lhe um imediato restabelecimento da saúde, para que possa retomar quanto antes o seu serviço pastoral, e garanto por esta intenção a minha oração. A Theotokos, amada e venerada com especial devoção na Ilha de Tinos, interceda maternalmente para que os nossos propósitos comuns sejam coroados pelos desejados sucessos espirituais.


Castel Gandolfo, 12 de Setembro de 2007.
BENEDICTUS PP. XVI

[Tradução distribuída pela Santa Sé
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00lunedì 15 ottobre 2007 07:11
]
ÁNGELUS DE BENEDICTO XVI EN EL QUE PIDE LA LIBERACIÓN DE DOS SACERDOTES SECUESTRADOS EN MOSUL


CIUDAD DEL VATICANO. A las 12:00 horas de este domingo el Papa Benedicto XVI salió a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para rezar Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.

Estas fueron sus palabras antes de rezar la plegaria mariana:




“Queridos hermanos y hermanas:

El Evangelio de este domingo presenta a Jesús que cura a diez leprosos, de los cuales sólo uno, samaritano y extranjero, se lo agradece (cfr Lc 17,11-19). A él, el Señor le dice: ¡“Levántate y ve; tu fe te ha salvado”! (Lc 17,19). Esta página evangélica nos invita a una doble reflexión. Sugiere pensar en dos grados de curación: uno, más superficial, se refiere al cuerpo, el más profundo, toca lo íntimo de la persona, a lo que la Biblia llama el "corazón", y luego se irradia a toda la existencia. La curación completa y radical es la "salvación". El mismo lenguaje común, distinguiendo entre "salud" y "salvación", nos ayuda a comprender que la salvación es mucho más que salud: es una vida nueva, plena, definitiva. Por lo tanto, aquí Jesús, como en otras circunstancias, pronuncia la expresión: "Tu fe te ha salvado". Es la fe que salva al hombre, restableciendo su relación profunda con Dios, consigo mismo y con los demás; es la fe experimentada y reconocida. Que, como el samaritano sanado, ha agradecido, demuestra que no considera todo como regalo, sino como un don que, aunque cuando viene a través de los hombres o la naturaleza, proviene finalmente de Dios. La fe se refiere ahora a la apertura del hombre a la gracia del Señor; reconocerá que todo es un don, todo es gracia. Qué tesoro escondido en una pequeña palabra: "¡Gracias!".

Jesús sana a diez enfermos de lepra, enfermedad entonces considerada como una "impuridad contagiosa ", que exigía una purificación ritual (cfr. Lv 14,1-37). En verdad, la lepra que realmente cicatriza al hombre y a la sociedad es un pecado; es el orgullo y el egoísmo que generan en el ánimo humano indiferencia, odio y violencia. Esta lepra del espíritu, que desfigura el rostro de la humanidad, nadie puede curarla si no es Dios, que es Amor. Abriendo el corazón a Dios, la persona es sanada interiormente del mal.

“Convertidse y creed el Evangelio” (cfr Mc 1,15). Jesús da inicio a su vida pública con esta invitación, que continúa resonando en la Iglesia, tanto que la Virgen Santísima en sus apariciones especialmente de los últimos tiempos, siempre ha renovado este llamamiento. Hoy, pensamos en particular en Fátima donde, apenas hace 90 años, del 13 de mayo al 13 de octubre de 1917, la Virgen se apareció a tres pastorcitos: Lucía, Jacinta y Francisco. Gracias a las conexiones de radio y televisión estoy espiritualmente presente en ese Santuario mariano, donde el Cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado, ha presidido en mi nombre la conclusión de las celebraciones de este importante aniversario. Lo saludo cordialmente a él, a los Cardenales y Obispos presentes, a los sacerdotes que trabajan en el Santuario y a los peregrinos llegados de todas partes del mundo para tal ocasión. A la Virgen pedimos para todos los cristianos el don de una verdadera conversión, porque se ha anunciado y testimoniado con coherencia y fidelidad el eterno mensaje evangélico, que indica a la humanidad el camino de la auténtica paz”.

Al finalizar el Ángelus, S.S. Benedicto XVI saludó a los peregrinos en portugués, francés, inglés, alemán, español, eslovaco, polaco e italiano.

(Portugués)

“Envío mi bendición para cuantos rezan conmigo la oración del Ángelus, presentes físicamente o unidos a través de los medios de comunicación – hago extensiva mi bendición a los peregrinos reunidos en el Santuario de Fátima, Portugal. Allí, desde donde hace 90 años, siguen los ecos del llamamiento de la Virgen Madre que invita a sus hijos a vivir su propia consagración bautismal en todos los momentos de su existencia. Todo se vuelve posible y es más fácil, viviendo entregados a María como el mismo Jesús en la cruz, cuando dijo: "Mujer, he aquí a tu hijo!”. Ella es el refugio y el camino que conduce a Dios, señal palpable de esta entrega es la oración diaria. Saludo al Señor Cardenal Tarcisio Bertone, el Señor Obispo de Leiria-Fátima y todo el Episcopado Portugués, así como a los demás Obispos presentes y a cada uno de los peregrinos de Fátima, los exhorto a todos a que renueven personalmente su propia consagración al Inmaculado Corazón de María, y que vivan este acto de culto con una vida cada vez más conforme con la Voluntad divina y con un espíritu de servicio filial y de devota imitación de su Reina celestial. ¡Nunca olvideis el Papa!”

(Español)

“Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana, especialmente al grupo de la Parroquia San Felipe Neri, de Orizaba, México. Que el gozo por la salvación, que el Señor ha traído al mundo, inunde los corazones y los hogares y nos lleve a darle gracias incesantemente por este don inigualable. ¡Feliz domingo!”.

(Eslovaco)

“Saludo cordialmente a los peregrinos provenientes de Eslovaquia, particularmente al grupo de la Parroquia de San Miguel en Naháč. Hermanos y hermanas, les deseo una buena estancia en Roma. Con afecto los bendigo a vosotros a vuestras familias. ¡Sea alabado Jesucristo!”.

(Polaco)

“Hoy la Iglesia en Polonia celebra la “Jornada del Papa”. Es un particular tiempo de oración por la beatificación del Siervo de Dios Juan Pablo II, de reflexión sobre sus enseñanzas y de acción caritativa siguiendo su solicitud. Me uno espiritualmente a esta iniciativa y de corazón los bendigo a todos”.

(Italiano)

“Continuan llegando cotidianamente las graves noticias de atentados y violencia en Irak, que conmueven a cuantos de corazón han deseado el bien del país y la paz en la región. Como la noticia de hoy del secuestro de dos buenos sacerdotes de la Arquidiócesis siro-católica de Mosul, amenazados de muerte. Hago un llamamiento a los secuestradores para que liberen rápidamente a los dos religiosos, y reitero una vez más que la violencia no resuelve las tensiones, elevo al Señor de todo corazón una oración por su liberación, por cuantos sufren de violencia y por la paz.

Por último envío un cordial saludo a los peregrinos de lengua italiana, en particular gran grupo venido de Desio en el 150 aniversario del nacimiento del Papa Pío XI. Saludo también a los fieles de Lamezia Terme, Altamura y Padua, así como a la Asociación de Músicos y Abanderados de Floridia. ¡Les deseo a todos un buen domingo!”.

(Traducción del original italiano: www.ssbenedictoxvi.org)


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00lunedì 15 ottobre 2007 07:14
DISCURSO DE BENEDICTO XVI EN SU VISITA AL PONTIFICIO INSTITUTO DE MÚSICA SACRA

CIUDAD DEL VATICANO. A las 11:00 horas de esta mañana de sábado 13 de Octubre el Papa Benedicto XVI visitó la Sede del Pontificio Instituto de Música Sacra. A su llegada fue recibido por el Gran Canciller del Pontificio Instituto, Cardenal Zenon Grocholewski, y por el Presidente Monseñor Valentín Miserachs Grau.

Esperaban el interior de la Iglesia los Docentes y Estudiantes del Instituto junto con los Benefactores invitados. Después de un momento de Adoración al Santísimo Sacramento, el Cardenal Zenon Grocholewski, dirigió un saludo al Santo Padre quien pronunció el siguiente discurso:



“Venerados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio
Queridos Profesores y Estudiantes
del Pontificio Instituto de Música Sacra:

En el memorable día del 21 de Noviembre de 1985, mi amado Predecesor, Papa Juan Pablo II, cuando visitó este "aedes Sancti Hieronymi de Urbe", que desde su fundación en 1932, por decisión del Papa Pio XI, una electa comunidad de monjes benedictinos habían trabajado arduamente en la revisión de la Biblia Vulgata. Era el momento el cual, por voluntad de la Santa Sede, el Pontificio Instituto de Música Sacra era transferido aquí, desde la vieja sede del Palacio del Apolinar en la histórica Sala Gregorio XIII, la Sala Académica o Aula Magna del Instituto, que se llama, por así decir el "santuario" donde se interpretan las solemnes academias y los conciertos. El gran órgano, donado al Papa Pio XI por Madame Justine Ward en 1932, ha sido integralmente restaurado con la generosa contribución del Gobierno de la "Generalitat de Catalunya". Saludo en este momento a los representantes del gobierno aquí presentes.

He venido con alegría a la sede didáctica del Pontificio Instituto de Música Sacra, completamente renovada. Con esta mi visita vengo a inaugurar y bendecir los imponentes trabajos de restauración efectuados en los últimos años por iniciativa de la Santa Sede con la significativa contribución de varios benefactores, como la "Fondazione Pro Musica e Arte Sacra", que ha curado la restauración integral de la Biblioteca. Intento idealmente inaugurar y bendecir las restauraciones efectuadas en la Sala Académica, el palco, el gran órgano mencionado, del magnífico pianoforte colocado, donado por Telecom Italia Mobile al amado Papa Juan Pablo II para "su" Instituto de Música Sacra.

Deseo ahora manifestar mi reconocimiento al Señor Cardenal Zenon Grocholewski, Prefecto de la Congregación para la Educación Católica y vuestro Gran Canciller, por las corteses expresiones que me dirigió en vuestro nombre al inicio. Confirmo mi voluntad y mi estimación, así como mi complacimiento por los trabajos del Cuerpo Académico y a su Presidente, por su responsabilidad y apreciada profesionalidad. Mi saludo a todos los presentes, a los familiares con los niños y los amigos que los acompañan, a los oficiales, al personal, a los alumnos y residentes al igual que a los representantes de la Consociatio Internationalis Musicae Sacrae e della Foederatio Internationalis Pueri Cantores.

Vuestro Pontificio Instituto ha avanzado a grandes pasos desde el centenario de su fundación a instancia del Santo Pontífice Pio X, el cual erigió en 1911 con el Breve Expleverunt desiderii la "Scuola Superiore di Musica Sacra"; esta, tras las intervenciones sucesivas de Benedicto XV y de Pio XI, se convirtiera con la Constitución Apostólica Deus scientiarum Dominus de Pio XI, en el Pontificio Instituto de Música Sacra, activamente empeñado hasta hoy en el cumplimento de su misión originaria de servicio de la Iglesia universal. Numerosos estudiantes, venidos aquí de todas partes del mundo para formarse en la disciplina de la música sacra, para a su vez convertirse en instructores en sus iglesias locales. ¡Y los que fueron durante casi un siglo! Me complace en esta ocasión enviar un cariñoso saludo a quienes en su espléndida longevidad, representan un poco de la "memoria histórica" del Instituto como otras tantas personas que han trabajo aquí: al Maestro Monseñor Domenico Bartolucci.

Me es grato, aquí en esta sede recordar lo que dispone en mérito a la música sacra el Concilio Vaticano II: moviéndose en la línea de tradición secular, el Concilio afirma que "constituye un tesoro de valor inestimable que sobresale entre las otras expresiones del arte, especialmente el hecho de que el canto Sacro, unido a las palabras, es parte necesaria e integrante de la solemne liturgia” (Sacrosanctum Concilium, 112). Cómo rica tradición bíblica y patrística hace hincapié en la eficacia de la música sacra para mover los corazones, elevarlos y penetrar, por así decirlo, ¡en la intimidad de la misma vida de Dios! Bien consciente de ello, Juan Pablo II observaba que, hoy como siempre, tres características que distinguen la música sagrada litúrgica: "santidad", el "verdadero arte", la "universalidad", la posibilidad de ser propuesta a cualquier pueblo o tipo de asamblea (cfr chirografo "Mosso dal vivo desiderio" del 22 novembre 2003).

Precisamente en vista de ello, la Autoridad eclesiástica debe comprometerse y guiar sabiamente el desarrollo de este exigente género de música, que es un tesoro, pero tratando de heredar del pasado la novedad del presente, para resumir en una digna síntesis la noble misión que ha sido reservada en servicio divino. Estoy seguro de que el Pontificio Instituto de Música Sacra, en armoniosa sintonía con la Congregación para el Culto Divino, no dejará de ofrecer su contribución para una "revisión" en nuestros tiempos de la preciosa tradición de la cual es rica la música sacra. A vosotros, queridísimos profesores y alumnos de este Pontificio Instituto, encomiendo esta apasionante y exigente tarea, en la conciencia de que constituye un valor de gran relevancia en la vida misma de la Iglesia.

Invoco para ustedes la protección materna de Nuestra Señora del Magnificat y la intercesión de San Gregorio Magno y de Santa Cecilia, de mi parte os aseguro mi constante recuerdo en la oración. Mientras deseo que el nuevo año académico que está a por iniciar este lleno de la gracia para cada uno de vosotros, a todos imparto de corazón mi Bendición Apostólica”.


(Traducción del original italiano: www.ssbenedictoxvi.org)


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Al terminar el discurso, S.S. Benedicto XVI, proveniente de la iglesia atravesó el claustro el Instituto y bendijo la placa que recordará la visita. En la Biblioteca le fueron mostrados algunos trabajos. Después de visitar la biblioteca, el Papa dejó el Pontificio Instituto de Música Sacra y regresó al Vaticano.

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00mercoledì 17 ottobre 2007 04:33
Mensaje del Papa con motivo de la Jornada Mundial de la Alimentación

«El derecho a la alimentación»


CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 15 octubre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que ha escrito Benedicto XVI al director general del Fondo de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), con motivo de la Jornada Mundial de la Alimentación.

* * *

Excelentísimo Señor Jacques Diouf
Director General
de la Organización de las Naciones Unidas
para la Alimentación y la Agricultura (FAO)

1. Este año la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) que usted dirige, al recordar una vez más su fundación, invita a la Comunidad internacional a tratar sobre uno de los desafíos más graves de nuestro tiempo: liberar del hambre a millones de seres humanos, cuyas vidas están en peligro por falta del pan cotidiano.

El tema elegido para esta Jornada, «El derecho a la alimentación», abre idealmente las reflexiones que la Comunidad internacional se prepara a hacer con ocasión de las celebraciones por el 60° aniversario de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. Esta coincidencia ayuda a pensar en la importancia que el derecho a la alimentación tiene para la feliz consecución de otros derechos, empezando ante todo por el derecho fundamental a la vida.

Debemos constatar que los esfuerzos realizados hasta ahora no parecen haber disminuido significativamente el número de hambrientos en el mundo, a pesar de que todos reconocen que la alimentación es un derecho primario. Esto es debido quizás a que se tiende a actuar motivados, sólo o principalmente, por consideraciones técnicas y económicas, olvidando la prioridad de la dimensión ética del «dar de comer a los hambrientos». Esta prioridad atañe al sentimiento de compasión y solidaridad propio del ser humano, que lleva a compartir unos con otros no sólo los bienes materiales, sino el amor del que todos tenemos necesidad. Efectivamente, damos demasiado poco si sólo ofrecemos cosas materiales.

2. Los datos disponibles muestran que el incumplimiento del derecho a la alimentación se debe no sólo a causas de tipo natural sino, sobre todo, a situaciones provocadas por el comportamiento de los hombres y que desembocan en un deterioro general de tipo social, económico y humano. Cada vez son más numerosas las personas que, a causa de la pobreza o de conflictos sangrientos, se ven obligadas a dejar sus casas y sus seres queridos para buscar sustento fuera de su tierra. No obstante los compromisos internacionales, muchas de ellas son rechazadas.

Es necesario, por tanto, que madure entre los miembros de la Comunidad de las Naciones una conciencia solidaria que considere la alimentación como un derecho universal de todos los seres humanos, sin distinciones ni discriminaciones.

3. El objetivo de erradicar el hambre y, al mismo tiempo, contar con una alimentación sana y suficiente, requiere también métodos y acciones específicas que permitan una explotación de los recursos que respete el patrimonio de la creación. Trabajar en esta dirección es una prioridad que conlleva no sólo beneficiarse de los resultados de la ciencia, de la investigación y de las tecnologías, sino tener también en cuenta los ciclos y el ritmo de la naturaleza conocidos por la gente de zonas rurales, así como proteger los usos tradicionales de las comunidades indígenas, dejando a un lado razones egoístas y exclusivamente económicas.

El derecho a la alimentación, por lo que implica, tiene una repercusión inmediata tanto en su dimensión individual como comunitaria, que afecta a pueblos enteros y grupos humanos. Pienso de modo particular en la situación de los niños —primeras víctimas de esta tragedia—, retrasados a veces en su desarrollo físico y psíquico y, en tantas ocasiones, obligados a un trabajo forzado o alistados entre los grupos armados a cambio de recibir unos pocos alimentos. A este respecto, pongo mi esperanza en las iniciativas que se han emprendido a nivel multilateral para favorecer la alimentación escolar y que permiten a comunidades enteras, cuya supervivencia está amenazada por el hambre, mirar con mayor confianza hacia su futuro.

Es apremiante, pues, un empeño común y concreto en el que todos los miembros de la sociedad, tanto en el ámbito individual como internacional, se sientan comprometidos a cooperar para hacer posible el derecho a la alimentación, cuyo incumplimiento constituye una violación evidente de la dignidad humana y de los derechos que derivan de ella.

4. El conocimiento de los problemas del mundo agrícola y de la inseguridad alimenticia, la capacidad demostrada para proponer planes y programas de solución, son un mérito fundamental de la FAO y dan testimonio de una aguda sensibilidad por las aspiraciones de cuantos reclaman condiciones de vida más humanas.

En este momento en el que hay tantos problemas de esta índole, aunque también se entrevén nuevas iniciativas que pueden contribuir a aliviar el drama del hambre, les aliento a ustedes a seguir trabajando para que se garantice una alimentación que responda a las necesidades actuales y así cada persona, creada a imagen de Dios, pueda crecer según su verdadera dimensión humana.

La Iglesia Católica se siente cercana a ustedes en este esfuerzo y, a través de sus diversas instituciones, desea continuar colaborando para sostener los anhelos y las esperanzas de aquellas personas y pueblos hacia los cuales se dirige la acción de la FAO.

Éstas son, Señor Director General, algunas reflexiones que deseo proponer a la atención de quienes, con diferentes responsabilidades, trabajan para ofrecer a la familia humana un porvenir libre del drama del hambre, a la vez que invoco sobre ustedes y sobre sus trabajos la constante bendición del Altísimo.

Vaticano, 4 de octubre de 2007

BENEDICTUS PP. XVI

[Texto original en español
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00mercoledì 17 ottobre 2007 21:20

Pide Benedicto XVI eliminar las causas de la pobreza y sus consecuencias

17 de Octubre (VIS) - CIUDAD DEL VATICANO. Al final de la Audiencia General, celebrada en la Plaza de San Pedro, el Papa Benedicto XVI recordó que hoy se celebra la Jornada Mundial del rechazo de la miseria, reconocida por las Naciones Unidas con el título de “Jornada Internacional para la eliminación de la pobreza”.

“¡Estas poblaciones -exclamó el Santo Padre- siguen viviendo en condiciones de extrema pobreza! La diferencia entre ricos y pobres se ha hecho más evidente e inquietante, también en los países económicamente más avanzados. Esta situación preocupante se impone a la conciencia de la humanidad, porque las condiciones en que se hallan tantas personas ofenden la dignidad del ser humano y comprometen, en consecuencia, el progreso auténtico y armónico de la comunidad mundial. Animo, por tanto -concluyó-, a multiplicar los esfuerzos para eliminar las causas de la pobreza y sus consecuencias trágicas”.

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00giovedì 18 ottobre 2007 22:29

]Benedicto XVI presenta a san Eusebio de Verceli
Intervención durante la audiencia general


CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 17 octubre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI en la audiencia general de este miércoles dedicada a presentar la figura de san Eusebio de Verceli. Al final de la intervención, el pontífice anunció la creación de veintitrés nuevos cardenales el próximo 24 de noviembre.


* * *

Queridos hermanos y hermanas:

En esta mañana os invito a reflexionar sobre san Eusebio de Verceli, primer obispo de Italia del norte del que tenemos noticias seguras. Nacido en Cerdeña a inicios del siglo IV, en su tierna edad se transfirió a Roma con su familia. Más tarde fue instituido lector: de este modo pasó a formar parte del clero de la Urbe, en tiempos en los que la Iglesia sufría la grave prueba de la herejía arriana.

La gran estima que rodeaba a Eusebio explica su elección, en el año 345, a la cátedra episcopal de Verceli. El nuevo obispo comenzó inmediatamente una intensa obra de evangelización en un territorio que todavía era en buena parte pagano, especialmente en las zonas rurales.

Inspirado por san Atanasio, que había escrito «La vida de san Antonio», iniciador del monaquismo en Oriente, fundó en Verceli una comunidad sacerdotal, semejante a una comunidad monástica. Ese cenobio dio al clero de Italia del norte un significativo carácter de santidad apostólica, y suscitó figuras de importantes obispos, como Limenio y Onorato, sucesores de Eusebio en Verceli, Gaudencio en Novara, Esuperancio en Tortona, Eustasio en Aosta, Eulogio en Ivrea, Máximo en Turín, todos ellos venerados por la Iglesia como santos.

Sólidamente formado en la fe del Concilio de Nicea, Eusebio defendió con todas sus fuerzas la plena divinidad de Jesucristo, definido por el «Credo» de Nicea «de la misma naturaleza» del Padre. Con este objetivo se alió con los grandes padres del siglo IV, sobre todo con san Atanasio, el heraldo de la ortodoxia nicena, contra la política filo-arriana del emperador.

Para el emperador la fe arriana, más sencilla, era políticamente más útil como ideología del imperio. Para él no contaba la verdad, sino la oportunidad política: quería utilizar la religión como lazo de unidad del imperio. Pero estos grandes padres resistieron defendiendo la verdad contra la dominación de la política. Por este motivo, Eusebio fue condenado al exilio, al igual que otros obispos de Oriente y de Occidente: como el mismo Atanasio, como Hilario de Poiters --de quien hablamos la semana pasada-- como Osio de Córdoba. En Escitópolis, en Palestina, donde fue confinado entre el año 355 y el 360, Eusebio escribió una página estupenda de su vida.

También allí fundó un cenobio con un pequeño grupo de discípulos y desde allí mantuvo el carteo con sus fieles de Piamonte, como demuestra sobre todo la segunda de las tres Cartas de Eusebio reconocidas como auténticas.

Posteriormente, después del año 350, fue exiliado en Capadocia y Tebaida, donde sufrió graves malos tratos físicos. En el año 361, al fallecer Constancio II, le sucedió el emperador Juliano, llamado el apóstata, a quien no le interesaba el cristianismo como religión del imperio, sino que quería más bien restaurar el paganismo. Acabó con el exilio de estos obispos y de este modo permitió también que Eusebio volviera a tomar posesión de su sede.

En el año 362 fue invitado por Anastasio a participar en el Concilio de Alejandría, que decidió el perdón a los obispos arrianos a condición de que regresaran al estado laical. Eusebio pudo seguir ejerciendo durante unos diez años su ministerio episcopal, hasta la muerte, entablando con su ciudad una relación ejemplar, que inspiró el servicio pastoral de otros obispos de Italia del norte, de quienes hablaremos en las próximas catequesis, como san Ambrosio de Milán y san Máximo de Turín.

La relación entre el obispo de Verceli y su ciudad queda iluminada sobre todo por dos testimonios epistolares. El primero se encuentra en la Carta ya citada, que Eusebio escribió desde el exilio de Escitópolis «a los queridísimos hijos y a los presbíteros tan deseados, así como a los santos pueblos firmes en la fe de Verceli, Novara, Ivrea y Tortona» («Ep. Secunda», CCL 9, p. 104). Estas expresiones iniciales, que muestran la conmoción del buen pastor ante su grey, encuentran amplia confirmación al final de la Carta, en los saludos afectuosísimos del padre a todos y a cada uno de sus hijos de Verceli, con expresiones desbordantes de cariño y amor.

Hay que destacar ante todo la relación explícita que une al obispo con las «sanctae plebes» no sólo de Verceli --la primera, y por años la única diócesis del Piamonte--, sino también con las de Novara, Ivrea y Tortona, es decir, las comunidades que, dentro de la misma diócesis, habían logrado una cierta consistencia y autonomía.

Otro elemento interesante aparece en la despedida de la Carta: Eusebio pide a sus hijos y a sus hijas que saluden «también a quienes están fuera de la Iglesia, y que se dignan amarnos: “etiam hos, qui foris sunt et nos dignantur diligere"». Signo evidente de que la relación del obispo con su ciudad no se limitaba a la población cristiana, sino que se extendía también a aquéllos que, estando fuera de la Iglesia, reconocían en cierto sentido su autoridad espiritual y amaban a este hombre ejemplar.

El segundo testimonio de la relación singular que se daba entre el obispo y su ciudad aparece en la Carta que san Ambrosio de Milán escribió a los cristianos de Verceli en torno al año 394, más de 20 años después de la muerte de Eusebio («Ep. extra collectionem 14»: Maur. 63). La Iglesia de Verceli estaba pasando un momento difícil: estaba dividida y sin pastor. Con franqueza, Ambrosio declara que le cuesta reconocer en ellos a «la descendencia de los santos padres, que dieron su aprobación a Eusebio nada más verle, sin haberle conocido antes, olvidando incluso a sus propios conciudadanos».

En la misma Carta, el obispo de Milán atestigua clarísimamente su estima por Eusebio: «Un hombre grande», escribe perentoriamente, que «mereció ser elegido por toda la Iglesia». La admiración de Ambrosio por Eusebio se basaba sobre todo en el hecho de que el obispo de Verceli gobernaba su diócesis con el testimonio de su vida: «Con la austeridad del ayuno gobernaba su Iglesia». De hecho, también Ambrosio estaba fascinado, como lo reconoce él mismo, por el ideal monástico de la contemplación de Dios, que Eusebio había buscado siguiendo las huellas del profeta Elías.

En primer lugar, escribe Ambrosio, el obispo de Verceli reunió al propio clero en «vita communis» y le educó en la «observancia de las reglas monásticas, a pesar de que vivía en medio de la ciudad». El obispo y su clero tenían que compartir los problemas de sus conciudadanos, y lo hicieron de una manera creíble cultivando al mismo tiempo una ciudadanía diferente, la del Cielo (Cf. Hebreos 13, 14). Y de este modo edificaron una auténtica ciudadanía, una auténtica solidaridad común entre los ciudadanos de Verceli.

De este modo, Eusebio, asumiendo la causa de la «sancta plebs» de Verceli, vivía en medio de la ciudad como un monje, abriendo la ciudad a Dios. Esta dimensión, por tanto, no le quitó nada a su ejemplar dinamismo pastoral. Entre otras cosas, parece que instituyó en Verceli las iglesias rurales para un servicio eclesial ordenado y estable, y promovió los santuarios marianos para la conversión de las poblaciones rurales paganas. Por el contrario, este «carácter monástico» daba una dimensión particular a la relación del obispo con su ciudad. Al igual que los apóstoles, por quienes Jesús rezaba en la Última Cena, los pastores y los fieles de la Iglesia «están en el mundo» (Juan 17, 11), pero no son «del mundo».

Por este motivo, los pastores, recordaba Eusebio, tienen que exhortar a los fieles a no considerar las ciudades del mundo como su morada estable, sino que deben buscar la Ciudad futura, la Jerusalén definitiva del cielo. Esta «dimensión escatológica» permite a los pastores y a los fieles salvaguardar la jerarquía justa de valores, sin doblegarse jamás a las modas del momento y a las injustas pretensiones del poder político. La auténtica jerarquía de valores, parece decir toda la vida de Eusebio, no la deciden los emperadores de ayer o de hoy, sino que procede de Jesucristo, el Hombre perfecto, igual al Padre en la divinidad, y al mismo tiempo hombre como nosotros.

Refiriéndose a esta jerarquía de valores, Eusebio no se cansa de «recomendar efusivamente» a sus fieles que custodien «con todos los medios la fe, que mantengan la concordia, que sean asiduos en la oración» («Ep. Secunda», cit.).

Queridos amigos, también yo os recomiendo de todo corazón estos valores perennes, y os bendigo y saludo con las mismas palabras con las que el santo obispo Eusebio concluía su segunda Carta: «Me dirijo a todo vosotros, hermanos míos y santas hermanas, hijos e hijas, fieles de los dos sexos y de toda edad, para que… llevéis nuestro saludo también a aquéllos que están fuera de la Iglesia, y que se dignan amarnos» (ibídem).

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, Benedicto XVI saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:
San Eusebio de Verceli nació en Cerdeña a comienzos del siglo IV. Trasladado a Roma, más tarde fue elegido Obispo de Vercelli. Formado sólidamente en la fe nicena, defendió la plena divinidad de Cristo frente a la política imperial filoarriana, siendo por ello desterrado a Palestina, donde escribió algunas Cartas a su grey. Una vez puesto en libertad, pudo regresar a su ciudad, en la que estableció una relación encomiable no sólo con los cristianos, sino con toda la población, lo cual fue fuente de inspiración para otros Obispos. En el ejercicio de su ministerio episcopal, su estilo monacal no mermó su dinamismo pastoral. Este Santo Pastor nos dice con su vida que la auténtica escala de valores no proviene de los Emperadores de ayer o de hoy, sino de Jesucristo, igual al Padre en la divinidad, sin dejar por ello de ser hombre. Por eso, Eusebio recomienda siempre a sus fieles «custodiar con especial esmero la fe, mantener la concordia y ser asiduos en la oración». También yo os recomiendo con todo el corazón estos valores perennes.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. En particular, a las Hermanas Agustinas Misioneras, que celebran su Capítulo General, y a los grupos venidos de España, Panamá, Puerto Rico, México, Colombia, Perú, Argentina y de otros países latinoamericanos. Siguiendo la enseñanza y ejemplo de san Eusebio de Verceli, no veamos las ciudades del mundo como nuestra morada definitiva, sino busquemos más bien la Jerusalén del cielo, fieles a Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Muchas gracias.

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00lunedì 22 ottobre 2007 04:25
Saludo del Papa a los representantes de las religiones congregados en Nápoles
Con motivo del Encuentro Internacional por la Paz



CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 21 octubre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el saludo que dirigió Benedicto XVI este domingo a las 13,00 horas en el aula magna del seminario arzobispal de Nápoles a los jefes de las delegaciones que participan en el Encuentro Internacional por la Paz, promovido por la Comunidad de San Egidio del 21 al 23 de octubre con el tema: «Por un mundo sin violencia. Religiones y culturas en diálogo».

* * *

Santidad, beatitudes,
ilustres autoridades,
representantes de las Iglesias y comunidades eclesiales,
gentiles exponentes de las grandes religiones mundiales:

Aprovecho con mucho gusto esta oportunidad para saludar a las personalidades congregadas aquí, en Nápoles, con motivo del XXI encuentro sobre el tema: «Por un mundo sin violencia. Religiones y culturas en diálogo». Vosotros representáis, en cierto sentido, los diferentes mundos y patrimonios religiosos de la humanidad, vistos por la Iglesia católica con sincero respeto y atención cordial. Expreso mi aprecio al señor cardenal Crescenzio Sepe y a la arquidiócesis de Nápoles que acoge este encuentro y a la comunidad de San Egidio, que trabaja con entrega para favorecer el diálogo entre religiones y culturas con el «espíritu de Asís».

El encuentro de hoy nos remonta al año 1986, cuando mi venerado predecesor Juan Pablo II invitó en la colina de san Francisco a altos representantes religiosos a rezar por la paz, subrayando en aquella circunstancia el lazo intrínseco que une una auténtica actitud religiosa con la aguda sensibilidad por este bien fundamental de la humanidad. En el año 2002, tras los dramáticos acontecimientos del 11 de septiembre del año precedente, el mismo Juan Pablo II volvió a convocar en Asís a los líderes religiosos para pedir a Dios que detenga las graves amenazas que se ciernen sobre la humanidad, en especial a causa del terrorismo.

En el respeto de las diferencias de las diferentes religiones, todos estamos llamados a trabajar por la paz y a vivir el compromiso concreto por promover la reconciliación entre los pueblos. Este es el auténtico «espíritu de Asís», que se opone a toda forma de violencia y al abuso de la religión como pretexto para la violencia. Ante un mundo lacerado por conflictos, en el que en ocasiones se justifica la violencia en nombre de Dios, es importante subrayar que las religiones no pueden ser nunca instrumentos de odio; nunca se puede llegar a justificar el mal y la violencia invocando el nombre de Dios.

Por el contrario, las religiones pueden y tienen que ofrecer preciosos recursos para construir una humanidad pacífica, pues hablan de paz al corazón del hombre. La Iglesia católica quiere seguir recorriendo el camino del diálogo para favorecer el entendimiento entre las diferentes culturas, tradiciones y sabidurías religiosas. Deseo vivamente que este espíritu se difunda cada vez más sobre todo allí donde las tensiones son más fuertes, allí donde la libertad y el respeto del otro son negados y donde hombres y mujeres sufren a causa de las consecuencias de la intolerancia y de la incomprensión.

Queridos amigos: que estos días de trabajo y de escucha en la oración sean fecundos para todos. Con este motivo dirijo mi oración al Eterno Dios, para que derrame sobre cada uno de los participantes en el encuentro la abundancia de sus bendiciones, de su sabiduría y de su amor. Que libere el corazón de los hombres de todo odio y de toda raíz de violencia y nos haga a todos artífices de la civilización del amor.


[Traducción del original italiano realizada por Zenit
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00lunedì 22 ottobre 2007 04:42
Intenciones de oración del Papa: La paz, los misioneros, los políticos
Intervención con motivo del Ángelus en Nápoles



CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 21 octubre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que pronunció Benedicto XVI este domingo antes de rezar el Ángelus junto a miles de peregrinos congregados en la plaza del Plebiscito de Nápoles al concluir la celebración eucarística.

* * *

Al final de esta solemne celebración, deseo renovaros a todos vosotros, queridos amigos de Nápoles, mi saludo y mi agradecimiento por la cordial acogida que me habéis brindado. Quiero dirigir un saludo particular a las delegaciones venidas de diferentes partes del mundo para participar en el Encuentro Internacional por la Paz, organizado por la Comunidad de San Egidio, que tiene por tema: «Por un mundo sin violencia. Religiones y culturas en diálogo». Que esta importante iniciativa cultural y religiosa contribuya a consolidar la paz en el mundo.

Recemos por esto. Pero recemos hoy también de manera especial por los misioneros. Se celebra la Jornada Misionera Mundial, que tiene un lema sumamente significativo: «Todas las Iglesias para todo el mundo». Cada Iglesia particular es corresponsable de la evangelización de toda la humanidad y esta cooperación entre las Iglesias fue incrementada por el Papa Pío XII con la encíclica «Fidei donum», hace cincuenta años. No dejemos que les falte nuestro apoyo material y espiritual a quienes trabajan en las fronteras de la misión: sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, que con frecuencia experimentan graves dificultades en su trabajo, y en ocasiones incluso persecuciones.

Encomendamos estas intenciones de oración a María santísima, a quien en el mes de octubre nos gusta invocar con el título con el que es venerada en el cercano santuario de Pompeya: reina del santo Rosario. Le encomendamos, en particular, los muchos migrantes reunidos en peregrinación desde Caserta.

Que proteja también la Virgen santa a quienes están comprometidos de diferentes maneras con el bien común y con el orden justo de la sociedad, como se ha subrayado durante la edición numero 45 de la Semana Social de los católicos italianos, que se ha celebrado en estos días en Pistoia y Pisa, al celebrarse los cien años de la primera semana, promovida sobre todo por Giuseppe Toniolo, ilustre figura de economista cristiano.

Ante nosotros se presentan muchos problemas y desafíos. Hace falta un fuerte compromiso por parte de todos, en particular de los fieles laicos que trabajan en el campo social y político, para asegurar a cada persona, y en particular a los jóvenes, las condiciones indispensables para desarrollar sus propios talentos naturales y para que tomen decisiones maduras de vida al servicio de sus propios familiares y de toda la comunidad.

Y ahora nos dirigimos a la Virgen con la oración del Ángelus.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit
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00giovedì 25 ottobre 2007 19:34
Bento XVI apresenta Santo Ambrósio de Milão
Intervenção durante a audiência geral da quarta-feira



CIDADE DO VATICANO, quarta-feira, 23 de outubro de 2007 (ZENIT.org).- Publicamos a intervenção de Bento XVI na audiência geral desta quarta-feira, dedicada a apresentar a figura de Santo Ambrósio, bispo de Milão.




* * *




Queridos irmãos e irmãs:

O santo bispo Ambrósio, de quem vos falarei hoje, faleceu em Milão na noite entre os dias 3 e 4 de abril do ano 397. Era o amanhecer do sábado santo. No dia anterior, por volta das 17h, ele estava rezando, prostrado no leito, com os braços abertos em forma de cruz. Deste modo, participava do solene tríduo pascal, da morte e da ressurreição do Senhor. «Nós víamos que seus lábios se mexiam, testifica Paulino, o diácono fiel que por convite de Agostinho escreveu sua ‘Vida’, mas não escutávamos sua voz».

De repente, parecia que a situação chegava a seu fim. Honorato, bispo de Vercelli, que estava ajudando Ambrósio e que dormia no andar superior, acordou ao escutar uma voz que lhe repetia: «Levanta-te logo! Ambrósio está a ponto de morrer...». Honorato desceu imediatamente – continua contando Paulino – «e lhe ofereceu o santo Corpo do Senhor. Ao acabar de recebê-lo, Ambrósio entregou o espírito, levando consigo o viático. Deste modo, sua alma, alimentada pela virtude desse alimento, goza agora da companhia dos anjos» («Vida» 47).

Naquela sexta-feira santa do ano 297, os braços abertos de Ambrósio moribundo expressavam sua participação mística na morte e ressurreição do Senhor. Era sua última catequese: no silêncio das palavras, continuava falando com o testemunho da vida.

Ambrósio não era idoso quando faleceu. Não tinha nem sequer sessenta anos, pois nasceu por volta do ano 340 em Tréveris, onde seu pai era prefeito das Gálias. A família era cristã. Quando seu pai faleceu, sua mãe o levou a Roma, sendo ainda um menino, e lhe preparou para a carreira civil, dando-lhe uma sólida educação retórica e jurídica. Por volta do ano 370, propuseram-lhe governar as províncias de Emilia e Ligúria, com sede em Milão. Precisamente lá estava a luta entre ortodoxos e arianos, sobretudo depois da morte do bispo ariano Ausêncio. Ambrósio interveio para pacificar os espíritos das duas facções enfrentadas, e sua autoridade foi tal que, apesar de que não era mais que um simples catecúmeno, foi proclamado bispo de Milão pelo povo.

Até esse momento, Ambrósio era o mais alto magistrado do Império na Itália do norte. Sumamente preparado culturalmente, mas desprovido do conhecimento das Escrituras, o novo bispo dedicou-se a estudá-las com fervor. Aprendeu a conhecer e a comentar a Bíblia através das obras de Orígenes, o indiscutível mestre da «escola de Alexandria». Deste modo, Ambrósio levou ao ambiente latino a meditação das Escrituras começadas por Orígenes, começando no Ocidente a prática da «lectio divina».

O método da «lectio» chegou a guiar toda a pregação e os escritos de Ambrósio, que surgem precisamente da escuta orante da Palavra de Deus. Um célebre início de uma catequese ambrosiana mostra egregiamente a maneira em que o santo bispo aplicava o Antigo Testamento à vida cristã: «Quando lemos as histórias dos Patriarcas e as máximas dos Provérbios, enfrentamos cada dia a moral – diz o bispo de Milão a seus catecúmenos e aos neófitos – para que, formados por eles, vos acostumeis a entrar na vida dos Padres e a seguir o caminho da obediência aos preceitos divinos» («Os mistérios» 1, 1).

Em outras palavras, os neófitos e os catecúmenos, segundo o bispo, após ter aprendido a arte de viver moralmente, podiam considerar-se que já estavam preparados para os grandes mistérios de Cristo. Deste modo, a pregação de Ambrósio, que representa o coração de sua ingente obra literária, parte da leitura dos livros sagrados («os Patriarcas», ou seja, os livros históricos, e «os Provérbios», ou seja, os livros sapienciais), para viver segundo a Revelação divina.

É evidente que o testamento pessoal do pregador e a exemplaridade da comunidade cristã condiciona a eficácia da pregação. Desde este ponto de vista, é significativa uma passagem das «Confissões» de Santo Agostinho. Ele havia ido a Milão como professor de retórica; era cético, não cristão. Estava buscando, mas não era capaz de encontrar realmente a verdade cristã. Ao jovem retórico africano, cético e desesperado, não lhe moveram a converter-se definitivamente as belas homilias de Ambrósio (apesar de que as admirava muito). Foi mais o testemunho do bispo e de sua Igreja milanesa, que rezava e cantava, unida como um só corpo. Uma Igreja capaz de resistir à prepotência do imperador e de sua mãe, que nos primeiros dias do ano 386 haviam voltado a exigir a expropriação de um edifício de culto para as cerimônias dos arianos. No edifício que tinha que ser desapropriado, conta Agostinho, «o povo devoto velava, disposto a morrer com seu próprio bispo». Este testemunho das «Confissões» é belíssimo, pois mostra que algo estava acontecendo na intimidade de Agostinho, que continua dizendo: «E nós também, apesar de que ainda éramos tíbios, participávamos do movimento de todo o povo» («Confissões» 9, 7).

Da vida e do exemplo do bispo Ambrósio, Agostinho aprendeu a crer e a pregar. Podemos fazer referência a um famoso sermão do africano, que mereceu ser citado muitos séculos depois na Constituição conciliar «Dei Verbum»: «É necessário – adverte de fato a «Dei Verbum» no número 25 –, que todos os clérigos, sobretudo os sacerdotes de Cristo e os demais que, como os diáconos e catequistas, dedicam-se legitimamente ao ministério da palavra, submergem-se nas Escrituras com assídua leitura e com estudo diligente, para que nenhum deles acabe sendo – e aqui vem a citação de Agostinho – ‘pregador vazio e supérfluo da palavra de Deus, que não a escuta em seu interior’». Havia aprendido precisamente de Ambrósio essa «escuta em seu interior», essa assiduidade com a leitura da Sagrada Escritura com atitude de oração, para acolher realmente no coração e assimilar a Palavra de Deus.

Queridos irmãos e irmãs: quero apresentar-vos uma espécie de «ícone patrístico» que, interpretado à luz do que dissemos, representa eficazmente o coração da doutrina de Ambrósio. No mesmo livro das «Confissões», Agostinho narra seu encontro com Ambrósio, certamente um encontro de grande importância para a história da Igreja. Escreve que, quando visitava o bispo de Milão, sempre o via rodeado de pessoas cheias de problemas, por quem vivia para atender suas necessidades. Sempre havia uma longa fila que estava esperando pra falar com Ambrósio, para encontrar nele consolo e esperança. Quando Ambrósio não estava com eles, com as pessoas (e isso acontecia em brevíssimos espaços de tempo), ou estava alimentando o corpo com a comida necessária, ou o espírito com as leituras. Aqui Agostinho canta suas maravilhas, porque Ambrósio lia as Escrituras com a boca fechada, só com os olhos (cf. «Confissões». 6, 3). De fato, nos primeiros séculos cristãos, a leitura só se concebia para ser proclamada, e ler em voz alta facilitava também a compreensão a quem lia. O fato de que Ambrósio pudesse passar as páginas só com os olhos é para o admirado Agostinho uma capacidade singular de leitura e de familiaridade com as Escrituras. Pois bem, nessa leitura, na qual o coração se empenha por alcançar a compreensão da Palavra de Deus – este é o «ícone» do qual estamos falando –, pode-se entrever o método da catequese de Ambrósio: a própria Escritura, intimamente assimilada, sugere os conteúdos que é necessário anunciar para levar à conversão dos corações.

Deste modo, segundo o magistério de Ambrósio e de Agostinho, a catequese é inseparável do testemunho de vida. Pode servir também para o catequista o que escrevi na «Introdução ao cristianismo» sobre os teólogos. Quem educa na fé não pode correr o risco de apresentar-se como uma espécie de «clown», que recita um papel «por ofício». Mais ainda, utilizando uma imagem de Orígenes, escritor particularmente admirado por Ambrósio, tem de ser como o discípulo amado, que apoiou a cabeça no coração do Mestre, e lá aprendeu a maneira de pensar, de falar, de atuar. No final de tudo, o verdadeiro discípulo é quem anuncia o Evangelho da maneira mais confiável e eficaz.

Como o apóstolo João, o bispo Ambrósio, que nunca se cansava de repetir: «‘Omnia Christus est nobis’!; Cristo é tudo para nós!», continua sendo uma autêntica testemunha do Senhor. Com suas próprias palavras, cheias de amor por Jesus, concluímos assim nossa catequese: «‘Omnia Christus est nobis!’ Se queres curar uma ferida, ele é o médico; se estás ardendo de febre, ele é a fonte; se estás oprimido pela iniqüidade, ele é a justiça; se tens necessidade de ajuda, ele é a força, se tens medo da morte, ele é a vida; se desejas o céu, ele é o caminho; se estás nas trevas, ele é a luz... Provai e vede que bom é o Senhor, bem-aventurado o homem que espera nele!» («De virginitate» 16, 99). Nós também esperamos em Cristo. Dessa forma seremos bem-aventurados e viveremos na paz.

[Tradução realizada por Zenit.
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00domenica 28 ottobre 2007 19:07
Benedicto XVI presenta el «luminoso» testimonio de los 498 mártires del siglo XX en España

Al rezar la oración mariana del Ángelus



CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 28 octubre 2007 (ZENIT.org).- A mediodía de este domingo, tras la beatificación de 498 mártires del siglo XX en España, presidida por el cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, Benedicto XVI se asomó a la ventana de su estudio para rezar el Ángelus con los peregrinos congregados en la plaza de San Pedro. Estas fueron las palabras que pronunció antes y después de la oración mariana.


* * *

Queridos hermanos y hermanas:

Esta mañana, aquí, en la plaza de San Pedro, han sido proclamados beatos 498 mártires asesinados en España en los años treinta del siglo pasado. Doy las gracias al cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, quien ha presidido la celebración, mientras saludo cordialmente a los peregrinos reunidos con motivo de esta alegre ocasión.

La inscripción en la lista de los beatos de un número tan grande de mártires demuestra que el supremo testimonio de la sangre no es una excepción reservada sólo a algunos individuos, sino una posibilidad realista para todo el pueblo cristiano. Se trata de hombres y mujeres de diferentes edades, vocaciones y condición social, que pagaron con su vida la fidelidad a Cristo y a su Iglesia.

Se les aplican adecuadamente las expresiones de san Pablo, que resuenan en la liturgia de este domingo: «Porque yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe» (2 Timoteo 4, 6-7). Pablo, detenido en Roma, ve cómo se aproxima la muerte y traza un balance de reconocimiento y esperanza. En paz con Dios y consigo mismo, afronta serenamente la muerte, con la conciencia de haber entregado totalmente la vida, sin ahorrar nada, al servicio del Evangelio.

El mes de octubre, dedicado de manera particular al compromiso misionero, se concluye de este modo con el luminoso testimonio de los mártires españoles, que se suman a los mártires Albertina Berkenbrock, Emmanuel Gómez González y Adilio Daronch, y Franz Jägerstätter, proclamados beatos en días pasados en Brasil y en Austria.

Su ejemplo testimonia que el Bautismo compromete a los cristianos a participar con valentía en la difusión del Reino de Dios, cooperando si es necesario con el sacrificio de la misma vida. Ciertamente no todos están llamados al martirio cruento. Existe también un «martirio» incruento, que no es menos significativo, como el de Celina Chludzinska Borzecka, esposa, madre de familia, viuda y religiosa, beatificada ayer en Roma: es el testimonio silencioso y heroico de los muchos cristianos que viven el Evangelio sin compromisos, cumpliendo su deber y dedicándose generosamente al servicio de los pobres.

Este martirio de la vida ordinaria es un testimonio particularmente importante en las sociedades secularizadas de nuestro tiempo. Es la pacífica batalla del amor que todo cristiano, como Pablo, tiene que combatir incansablemente; la carrera por difundir el Evangelio que nos compromete hasta la muerte. Que nos ayude y asista en nuestro testimonio diario la Virgen María, Reina de los Mártires y Estrella de la Evangelización.


[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Tras rezar el Ángelus, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Saludo con afecto a los fieles de lengua española. En particular, saludo a mis hermanos obispos de España, a los sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y fieles que habéis tenido el gozo de participar en la beatificación de un numeroso grupo de mártires del pasado siglo en vuestra nación, así como a los que siguen esta oración mariana a través de la radio y la televisión. Damos gracias a Dios por el gran don de estos testigos heroicos de la fe que, movidos exclusivamente por su amor a Cristo, pagaron con su sangre su fidelidad a Él y a su Iglesia. Con su testimonio iluminan nuestro camino espiritual hacia la santidad, y nos alientan a entregar nuestras vidas como ofrenda de amor a Dios y a los hermanos. Al mismo tiempo, con sus palabras y gestos de perdón hacia sus perseguidores, nos impulsan a trabajar incansablemente por la misericordia, la reconciliación y la convivencia pacífica. Os invito de corazón a fortalecer cada día más la comunión eclesial, a ser testigos fieles del Evangelio en el mundo, sintiendo la dicha de ser miembros vivos de la Iglesia, verdadera esposa de Cristo. Pidamos a los nuevos Beatos, por medio de la Virgen María, Reina de los Mártires, que intercedan por la Iglesia en España y en el mundo; que la fecundidad de su martirio produzca abundantes frutos de vida cristiana en los fieles y en las familias; que su sangre derramada sea semilla de santas y numerosas vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras. ¡Que Dios os bendiga!

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00martedì 30 ottobre 2007 02:04
Beatificación, nada de política"

Toda fiesta tiene su octava. Pero la Iglesia no ha querido esperar 8 días para dar gracias a Dios por la vida ejemplar de los 498 mártires de la guerra civil, elevados ayer a los altares. Y Roma lo hace por todo lo alto. Con una solemnísima eucaristía presidida por el número dos de la Curia romana, cardenal Tarcisio Bertone, acompañado de todos los obispos españoles presentes en Roma y los numerosos peregrinos que aún permanecen en la Ciudad Eterna.

En el imponente marco de la Basílica vaticana, bajo las columnas de Bernini, encima del primer Papa mártir, el cardenal Secretario de Estado quiso dejar claro desde el principio de su homilía que el objetivo central de la ceremonia era “elevar una ferviente acción de gracia al Señor por este acontecimiento eclesial”.

Agradecimiento y veneración. “Queremos acogernos a la intercesión de estos hermanos nuestros, cuya vida se ha convertido para nosotros y para el pueblo de Dios que peregrina en España y en otros países, en un potente foco de luz y en una apremiante invitación a vivir el Evangelio radicalmente y con sencillez, dando testimonio público y valiente de la fe”.

Pero, a diferencia de ayer, el cardenal Bertone quiso entrar, aunque sólo fuese de puntillas en el contexto en el que vivieron y fueron asesinados los mártires. “Todo martirio tiene lugar ciertamente en circunstancias históricas trágicas que, asumiendo a veces la forma de persecución, llevan a una muerte violenta por causa de la fe”, dijo el purpurado.

Lo peculiar de los mártires, añadió Bertone, es que “trascienden el momento histórico concreto” y “anteponen la confesión de la fe a su propia vida, contrarrestando así la agresión con la plegaria y la entrega heroica de sí mismo”.

Porque “amando a sus enemigos y rogando por los que los persiguen, los mártires hacen visible el misterio de la fe recibida y se convierten en un gran signo de esperanza”. Y, de esta forma, “la inmolación del mártir se transforma en ofrenda ante el trono de Dios, implorando clemencia y misericordia para sus perseguidores”.

Por eso, el Secretario de Estado subraya que “estos mártires no han sido propuestos al pueblo de Dios por su implicación política, ni por luchar contra nadie, sino por ofrecer sus vidas como testimonio de amor a Cristo”.

Por eso mismo “no son simples héroes o personajes de una época lejana”, sino “luminarias”, que enseñan a los creyentes a vivir la vida de la fe “frente a una cultura que trata de apartar o menospreciar los valores morales y humanos que nos enseña el propio Evangelio”.

Los mártires “vienen de la gran tribulación”, como dice el Apocalipsis, y “su muerte constituye para todos un importante acicate que nos estimula a superar divisiones, a revitalizar nuestro compromiso eclesial y social, buscando siempre el bien común, la concordia y la paz”.

Bertone les pidió también a los nuevos beatos que ayuden a los creyentes españoles a “no dejarse vencer por el desaliento o la confusión, evitando la inercia o el lamento estéril”. Más en concreto, el Secretario de Estado solicitó a los mártires que concedan “vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa” y se conviertan en “una constante invitación a las familias, fundadas en el sacramento del matrimonio, a que sean para sus hijos ejemplo y escuela del verdadero amor y santuario del gran don de la vida”.

Un poco antes, el cardenal Antonio Cañizares, primado de España, hizo un sentido elogio de los mártires “de la persecución que afligió a España” y recordó la “alta estima” de la Iglesia por el martirio. Tanto ayer, como hoy. Por eso, aseguró, “no queremos ni podemos olvidar el testimonio de los mártires”. Entre otras cosas, dijo el purpurado de Toledo, porque “ellos constituyen una llamada apremiante a la unidad, a la paz, al reconocimiento y respeto de cada ser humano, al diálogo, a la mano tendida, al perdón y a la reconciliación entre todos. Porque así Dios lo quiere; y ellos entregaron su vida en obediencia y en cumplimiento de la voluntad de Dios, que es misericordioso y nos llama a la misericordia y el perdón”.

Y el cardenal terminó agradeciendo al santo Padre “en nombre de España entera” el inmenso don y el “inmenso regalo” de la beatificación de los 498 mártires. Ahora, los obispos españoles y los peregrinos sólo esperan que el Papa los reciba en audiencia, para poder agradecérselo en vivo y en directo. Y es probable que Benedicto XVI tenga ese gesto especial con la católica España, cuna y semillero de mártires y santos.


José Manuel Vidal
RD
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00mercoledì 31 ottobre 2007 21:27
Benedicto XVI presenta a san Máximo, obispo de Turín
Intervención durante la audiencia general




CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 31 octubre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI en la audiencia general de este miércoles dedicada a presentar la figura de san Máximo, obispo de Turín.

* * *

Queridos hermanos y hermanas:

Entre el final del siglo IV e inicios del V, otro Padre de la Iglesia, después de san Ambrosio, contribuyó decididamente a la difusión y a la consolidación del cristianismo en Italia del norte: se trata de san Máximo, quien era obispo de Turín en el año 398 un año después de la muerte de Ambrosio. Quedan muy pocas noticias de él; ahora bien, nos ha llegado una colección de unos noventa «Sermones». En ellos se puede constatar la profunda y vital unión del obispo con su ciudad, que atestigua un punto evidente de contacto entre el ministerio episcopal de Ambrosio y el de Máximo.

En aquel tiempo graves tensiones turbaban la convivencia civil. Máximo, en este contexto, logró unir al pueblo cristiano en torno a su persona de pastor y maestro. La ciudad estaba amenazada por grupos desperdigados de bárbaros que, al penetrar por las entradas orientales, avanzaban hasta los Alpes occidentales. Por este motivo, Turín estaba constantemente rodeada de guarniciones militares, y se convirtió, en los momentos críticos, en refugio para las poblaciones que huían del campo y de los centros urbanos sin protección.

Las intervenciones de Máximo, ante esta situación, testimonian el compromiso de reaccionar ante la degradación civil y ante la disgregación. Aunque es difícil determinar la composición social de los destinatarios de los «Sermones», parece que la predicación de Máximo, para superar el riesgo de ser genérica, se dirigía específicamente a un núcleo seleccionado de la comunidad cristiana de Turín, constituido por ricos propietarios de tierras, que tenían sus fincas en el campo turinés y la casa en la ciudad. Fue una lúcida decisión pastoral del obispo, quien concibió esta predicación como el camino más eficaz para mantener y reforzar sus lazos con el pueblo.

Para ilustrar en esta perspectiva el ministerio de Máximo en su ciudad, quisiera presentar como ejemplo los «Sermones» 17 y 18, dedicados a un tema siempre actual, el de la riqueza y la pobreza en las comunidades cristianas. También en este sentido se daban agudas tensiones en la ciudad. Se acumulaban y ocultaban riquezas. «Uno no piensa en las necesidades del otro», constataba amargamente el obispo en su «Sermón» número 17.

«De hecho, muchos cristiano no sólo no distribuyen lo que tienen, sino que roban a los demás. No sólo no llevan a los pides los apóstoles lo que han recogido, sino que además apartan de los pies de los sacerdotes a sus hermanos que buscan ayuda». Y concluye: «En nuestra ciudad hay muchos huéspedes y peregrinos. Haced lo que habéis prometido» adhiriendo a la fe, «para que no se diga también de vosotros lo que se dijo de Ananías: “No habéis mentido a los hombres, sino a Dios”» («Sermón» 17, 2-3).

En el «Sermón» sucesivo, el número 18, Máximo critica las formas comunes de depredación de las desgracias de los demás. «Dime, cristiano», exhorta el obispo a sus fieles, «dime, ¿por qué has tomado la presa abandonada por los predadores? ¿Por qué has metido en tu casa una “ganancia” depredada y contaminada?». «Pero», añade, «quizá dices que la has comprado y por esto crees que evitas así la acusación de avaricia. Pero de este modo no hay relación entre lo que se compra y lo que se vende. Comprar es algo bueno, pero en tiempo de paz, cuando se vende con libertad, y no cuando se vende lo que ha sido robado en un saqueo… Compórtate, por tanto, como cristiano y como ciudadano que compra para devolver» («Sermón» 18, 3).

Sin mostrarlo mucho, Máximo predicó una relación profunda entre los deberes del cristiano y los del ciudadano. Para él, vivir la vida cristiana significa también asumir los compromisos civiles. Por el contrario el cristiano que, «a pesar de que puede vivir con su trabajo, atrapa la presa del otro con el furor de las fieras» o «acecha a su vecino, tratando cada día de arañar parte de sus confines, de adueñarse de sus productos», no le parece ni siquiera semejante a la zorra que degolla las gallinas, sino al lobo que se lanza contra los cerdos («Sermón» 41,4).

Por lo que se refiere a la prudente actitud de defensa asumida por Ambrosio para justificar su famosa iniciativa de rescatar a los prisioneros de guerra, se pueden ver con claridad los cambios históricos que tuvieron lugar en la relación entre el obispo y las instituciones ciudadanas. Contando ya con el apoyo de una legislación que pedía a los cristianos redimir a los prisioneros, Máximo, ante el derrumbe de las autoridades civiles del Imperio Romano, se sentía plenamente autorizado para ejercer en este sentido un auténtico poder de control sobre la ciudad.

Este poder se haría después cada vez más amplio y eficaz, hasta llegar a suplir la ausencia de magistrados y de las instituciones civiles. En este contexto, Máximo no sólo se dedica a alentar en los fieles al amor tradicional hacia la patria ciudadana, sino que proclama también el preciso deber de afrontar los gastos fiscales, por más pesados y desagradables que parezcan («Sermón» 26, 2).

En definitiva, el tono y la esencia de los «Sermones» implican una mayor conciencia de la responsabilidad política del obispo en las específicas circunstancias históricas. Es la «atalaya» de la ciudad. ¿Acaso no son estas atalayas, se pregunta Máximo en el «Sermón» 92, «los beatísimos obispos que, colocados por así decir en una roca elevada de sabidurías para la defensa de los pueblos, ven desde lejos los males que llegan?».

Y en el «Sermón» 89 el obispo de Turín ilustra a los fieles sus tareas, sirviéndose de una comparación singular entre la función episcopal y la de las abejas: «Como la abeja», dice, los obispos «observan la castidad del cuerpo, ofrecen la comida de la vida celestial, utilizan el aguijón de la ley. Son puros para santificar, dulces para reconfortar, severos para castigar». De este modo, san Máximo describe la tarea del obispo en su época.

En definitiva, el análisis histórico y literario demuestra una conciencia cada vez mayor de la responsabilidad política de la autoridad eclesiástica, en un contexto en el que estaba sustituyendo de hecho a la civil. Es el desarrollo del ministerio del obispo en el noroeste de Italia, a partir de Eusebio, que «como un monje», vivía en su ciudad de Verceli, hasta Máximo de Turín, que «como un centinela» se encontraba en la roca más elevada de la ciudad.

Es evidente que el contexto histórico, cultural y social hoy es profundamente diferente. El actual contexto es más bien el descrito por mi venerado predecesor, el Papa Juan Pablo II, en la exhortación postsinodal «Ecclesia in Europa», en la que ofrece un articulado análisis de los desafíos y de los signos de esperanza para la Iglesia en Europa hoy (6-22). En todo caso, independientemente del cambio de circunstancias, siguen siendo válidas las obligaciones del creyente ante su ciudad y su patria. La íntima relación entre el «ciudadano honesto» y el «buen cristiano» sigue totalmente vigente.

Para concluir quisiera recordar lo que dice la constitución pastoral «Gaudium et spes» para aclarar uno de los aspectos más importantes de la unidad de vida del cristiano: la coherencia entre la fe y el comportamiento, entre Evangelio y cultura. El Concilio exhorta a los fieles «a cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico. Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta de que la propia fe les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno» (n. 43).

Siguiendo el magisterio de san Máximo y de otros muchos Padres, hagamos nuestro el deseo del Concilio, que haya cada vez más fieles que quieran «ejercer todas sus actividades temporales haciendo una síntesis vital del esfuerzo humano, familiar, profesional, científico o técnico, con los valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios» (ibídem), y de este modo al bien de la humanidad.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:
A comienzos del siglo quinto, San Máximo de Turín contribuyó decisivamente a la consolidación del cristianismo en el norte de Italia. Se conservan pocas noticias de su vida, sin embargo, han llegado hasta nosotros unos noventa Sermones suyos. En ellos se puede constatar el vínculo profundo que unió a este insigne Obispo con la ciudad de la que fue Pastor. Frente a las graves tensiones de su tiempo, San Máximo logró congregar al pueblo cristiano a través de sus enseñanzas, atajando de este modo el deterioro de la convivencia y los conatos de dispersión. En su predicación, subrayó la coherencia entre fe y vida, entre Evangelio y cultura. Aunque el contexto social actual sea distinto, el magisterio de este Padre de la Iglesia no ha perdido su vigencia, pues hoy puede seguirse afirmando que la fe no aleja al cristiano de las tareas temporales, sino que, por el contrario, como ya señaló el Concilio Vaticano II, obliga a su perfecto cumplimiento, según la vocación personal de cada uno. Sobre esto mismo, yo pude reflexionar también hace unos años en la Nota doctrinal que escribí sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. En particular, a los grupos parroquiales, a la Hermandad de María Santísima en su Soledad, de Sevilla, a los peregrinos de Zaragoza y Menorca, así como a los venidos de México y otros países latinoamericanos. Acogiendo la exhortación de San Máximo de Turín, tratemos de afrontar nuestros deberes cívicos a la luz del Evangelio. Muchas gracias.

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00venerdì 2 novembre 2007 07:19

Benedicto XVI: “Todos los seres humanos estamos llamados a la santidad”

1 de Noviembre (www.ssbenedictoxiv.org) - CIUDAD DEL VATICANO. A las 12:00 horas de hoy 1º de Noviembre, Solemnidad de Todos los Santos, el Papa Benedicto XVI, se asomó al balcón de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para rezar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.

El Obispo de Roma dijo “En esta Solemnidad de Todos los Santos, nuestro corazón a través de los confines del tiempo y del espacio, se dilata a la dimensión del Cielo. A inicios del Cristianismo, los miembros de la iglesia eran llamados “santos”.

San Pablo, en la primera Carta a los Corintios se dirige “a quienes han sido santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, junto con todos los que invocan el nombre el Señor nuestro, Jesucristo”. El cristiano, de hecho, es ya santo, porque el Bautismo lo une a Jesús y a su misterio pascual” indicó el Santo Padre.

“(…) A veces pensamos que la santidad es una condición de privilegio reservada para pocos elegidos. En realidad, ser santo es la tarea de cada cristiano, así, podemos decir, ¡de cada hombre!, aseguró el Pontífice (…) Todos los seres humanos estamos llamados a la santidad que, en definitiva, es vivir como hijos de Dios, en “semejanza” con Él, según la cual hemos sido creados. Todos los seres humanos somos hijos de Dios. (…) El “camino” es Cristo, el Hijo, el Santo de Dios: nadie viene al Padre, sino por medio de él”

S.S. Benedicto XVI pidió “nuestras oraciones de sufragio por cuantos nos han precedido en el paso de este mundo a la vida eterna. (…) En verdad, cada día la Iglesia nos invita a orar por ellos, ofreciendo los sufrimientos y esfuerzos diarios a fin de que su alma completamente purificada, se les permita gozar de la luz eterna y la paz del Señor”.

“Al centro de la asamblea de los Santos, concluyó resplandece la Virgen María, “humilde y más alta que cualquier otra criatura” e invitó “poniendo nuestra mano en la suya, nos sentimos alentados a caminar con más entusiasmo en el camino de la santidad. A Ella confiamos nuestro cotidiano compromiso y la oración de hoy para nuestros queridos difuntos, en la íntima esperanza de que un día nos encontraremos juntos en la comunión gloriosa de los Santos”

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00domenica 4 novembre 2007 18:11
Ángelus: el Papa hace un llamamiento para multiplicar los esfuerzos y encontrar una solución pacífica a la crisis entre Turquía y el Kurdistán iraquí


Domingo, 4 nov (RV).- El Papa en un llamamiento durante el Ángelus en la plaza de san Pedro, anima cualquier esfuerzo dirigido a encontrar una solución pacífica a la crisis entre Turquía y el Kurdistán iraquí.

El Santo Padre invita también en su llamamiento a que se garanticen “los derechos y los deberes de los inmigrantes que son la base de la verdadera convivencia y encuentro entre los pueblos”.

El encuentro de Jesús con Zaqueo en Jericó y la memoria de san Carlos Borromeo han sido los argumentos centrales de la oración mariana del Ángelus este domingo.

Benedicto XVI se ha hecho eco este mediodía, tras el habitual rezo del Ángelus en la plaza de san Pedro, de la crisis entre Turquía y el Kurdistán iraquí y del peligro que corren las poblaciones que viven en aquella zona fronteriza. En un llamamiento generalizado, el Papa ha instado a que se realicen todos los esfuerzos necesarios para que se llegue a una rápida solución pacífica.

“Las noticias de estos últimos días relativas a los acontecimientos en la región fronteriza entre Turquía e Irak, son para mí y para todos, fuente de preocupación. Deseo, por tanto, apoyar cualquier esfuerzo dirigido a alcanzar una solución pacífica de los problemas que han surgido recientemente entre Turquía y el Kurdistán.No puedo olvidar que en aquella región numerosas poblaciones han encontrado refugio huyendo de la inseguridad y del terrorismo que han hecho difícil la vida en Irak en estos últimos años. Precisamente en consideración al bienestar para estas poblaciones, que comprenden también numerosos cristianos, deseo vivamente que todas las partes trabajen para favorecer soluciones de paz. Deseo, además, que las relaciones entre poblaciones de emigrantes y las poblaciones locales crezcan en el espíritu de aquella alta civilización moral que es fruto de los valores espirituales y culturales de todo pueblo y país. Que los responsables de la seguridad y de la acogida sepan usar los medios puestos a su alcance para garantizar los derechos y los deberes que son la base de la verdadera convivencia y encuentro entre los pueblos".

El encuentro de Jesús con Zaqueo en Jericó y la memoria de san Carlos Borromeo han sido los argumentos centrales de la alocución previa al rezo mariano del Ángelus este domingo. En cuanto a Zaqueo, un hombre rico que ejercía de recaudador de impuestos para la autoridad romana y que por lo tanto era considerado como un pecador público, el Papa ha querido profundizar en su encuentro con Jesús. Y sobre todo en cómo el Evangelio nos enseña que el amor que nace del corazón de Dios y se manifiesta a través del corazón del hombre, es la fuerza que renueva el mundo: “Esta verdad resplandece hoy de forma particular en el testimonio del santo cuya memoria recordamos hoy: san Carlos Borromeo, arzobispo de Milán. Su figura se enmarca en el siglo XVI como modelo de pastor ejemplar por su caridad, doctrina, celo apostólico y sobretodo por la oración: las almas –como recordaba el santo- se conquistan de rodillas”.

El Santo Padre ha recordado como san Carlos Borromeo, consagrado obispo con sólo 25 años, puso en práctica el Concilio de Trento, que imponía a los pastores residir en sus respectivas diócesis, y se dedicó completamente a la Iglesia ambrosiana. El Papa ha querido enumerar las numerosas actividades de san Carlos como la convocatoria de 6 sínodos provinciales y 11 diocesanos, la fundación de seminarios para formar una nueva generación de sacerdotes, la construcción de hospitales y el haber destinado las riquezas de familia al servicio de los pobres, la defensa de los derechos de la Iglesia contra los potentes; la renovación de la vida religiosa y la institución de una nueva Congregación de sacerdotes seculares: los oblatos.

Por último el Pontífice ha recordado de este santo que en 1576, cuando la peste asoló Milán, se dedicó a visitar, a confortar a los enfermos, por quienes gastó todos sus bienes. De hecho, ha dicho Benedicto XVI- su lema se resumía en una única palabra: “humildad”, la que le llevó como Jesús, a renunciar a sí mismo para hacerse siervo de todos.

Y como es ya habitual después del rezo de la oración mariana, como cada domingo, el Santo Padre ha saludado afectuosamente a los peregrinos en distintas lenguas. Este ha sido su saludo en español.

Saludo cordialmente a los peregrinos y visitantes de lengua española que participan en esta oración mariana, de modo particular al grupo de fieles venidos de México. El Evangelio de hoy nos presenta a Zaqueo que quiere ver a Jesús y lo hospeda en su casa. Este encuentro con el Señor transforma y purifica su vida pasada. Igual quiere hacer Él con nosotros cuando le abrimos totalmente nuestro corazón. ¡Feliz domingo!

En su saludo en lengua polaca, Benedicto XVI, señalando la memoria litúrgica del día de hoy, san Carlos Borromeo, ha recordado que el memorable arzobispo de Milán fue “patrón de bautismo de Juan Pablo II. “Doy las gracias a Dios -ha dicho- por la vida y por la obra de estos dos grandes hombres de la Iglesia, lejanos en el tiempo, pero cercanos en el Espíritu. Que Dios los bendiga”.
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00giovedì 8 novembre 2007 00:56
Audiencia General de Benedicto XVI en la que presenta la figura de San Jerónimo

CIUDAD DEL VATICANO. Intervención del Papa Benedicto XVI durante la Audiencia General de este miércoles 7 de Noviembre dedicada a presentar la figura de San Jerónimo.




"Queridos hermanos y hermanas:

Hoy concentraremos nuestra atención en san Jerónimo, un padre de la Iglesia que puso en el centro de su vida la Biblia: la tradujo al latín, la comentó en sus obras, y sobre todo se comprometió a vivirla concretamente en su larga existencia terrena, a pesar de su conocido carácter difícil y fogoso que le dio la naturaleza.

Jerónimo nació en Estridón en torno al año 347 de una familia cristiana, que le dio una fina formación, enviándole a Roma para que perfeccionara sus estudios. Siendo joven sintió el atractivo de la vida mundana (Cf. Epístola 22,7), pero prevaleció en él el deseo y el interés por la religión cristiana.

Tras recibir el bautismo, hacia el año 366, se orientó hacia la vida ascética y, al ir a vivir a Aquileya, se integró en un grupo de cristianos fervorosos, definido por el como una especie de «coro de bienaventurados» (Chron. ad ann. 374) reunido alrededor del obispo Valeriano.
Se fue después a Oriente y vivió como eremita en el desierto de Calcide, en el sur de Alepo (Cf. Epístolas 14,10), dedicándose seriamente al estudio. Perfeccionó el griego, comenzó a estudiar hebreo (Cf. Epístola 125,12), trascribió códigos y obras patrísticas (Cf. Epístolas 5, 2). La meditación, la soledad, el contacto con la Palabra de Dios maduraron su sensibilidad cristiana.

Sintió de una manera más aguda el peso de su pasado juvenil (Cf. Epístola 22, 7), y experimentó profundamente el contraste entre la mentalidad pagana y la cristiana: un contraste que se ha hecho famoso a causa de la dramática y viva «visión» que nos dejó en una narración. En ella le pareció sentir que era flagelado en presencia de Dios, porque era «ciceroniano y no cristiano» (Cf. Epístola 22, 30).

En el año 382 se fue a vivir a Roma: aquí, el Papa Dámaso, conociendo su fama de asceta y su competencia como estudioso, le tomó como secretario y consejero; le alentó a emprender una nueva traducción latina de los textos bíblicos por motivos pastorales y culturales.

Algunas personas de la aristocracia romana, sobre todo mujeres nobles como Paula, Marcela, Asela, Lea y otras, que deseaban empeñarse en el camino de la perfección cristiana y de profundizar en su conocimiento de la Palabra de Dios, le escogieron como su guía espiritual y maestro en el método de leer los textos sagrados. Estas mujeres tamben aprendieron griego y hebreo.

Después de la muerte del Papa Dámaso, Jerónimo dejó Roma en el año 385 y emprendió una peregrinación, ante todo a Tierra Santa, silenciosa testigo de la vida terrena de Cristo, y después a Egipto, tierra elegida por muchos monjes (Cf. «Contra Rufinum» 3,22; Epístola 108,6-14).

En el año 386 se detuvo en Belén, donde gracias a la generosidad de una mujer noble, Paula, se construyeron un monasterio masculino, uno femenino, y un hospicio para los peregrinos que viajaban a Tierra Santa, «pensando en que María y José no habían encontrado albergue» (Epístola 108,14).

Se quedó en Belén hasta la muerte, continuando una intensa actividad: comentó la Palabra de Dios; defendió la fe, oponiéndose con vigor a las herejías; exhortó a los monjes a la perfección; enseñó cultura clásica y cristiana a jóvenes; acogió con espíritu pastoral a los peregrinos que visitaban Tierra Santa. Falleció en su celda, junto a la gruta de la Natividad, el 30 de septiembre de 419/420.

La formación literaria y su amplia erudición permitieron a Jerónimo revisar y traducir muchos textos bíblicos: un precioso trabajo para la Iglesia latina y para la cultura occidental. Basándose e los textos originales en griego y en hebreo, comparándolos con las versiones precedentes, revisó los cuatro evangelios en latín, luego los Salmos y buena parte del Antiguo Testamento.

Teniendo en cuenta el original hebreo y el griego de los Setenta, la clásica versión griega del Antiguo Testamento que se remonta a tiempos precedentes al cristianismo, y de las precedentes versiones latinas, Jerónimo, ayudado después por otros colaboradores, pudo ofrecer una traducción mejor: constituye la así llamada «Vulgata», el texto «oficial» de la Iglesia latina, que fue reconocido como tal en el Concilio de Trento y que, después de la reciente revisión, sigue siendo el texto «oficial» de la Iglesia en latín.

Es interesante comprobar los criterios a los que se atuvo el gran biblista en su obra de traductor. Los revela él mismo cuando afirma que respeta incluso el orden de las palabras de las Sagradas Escrituras, pues en ellas, dice, «incluso el orden de las palabras es un misterio» (Epístola 57,5), es decir, una revelación.

Confirma, además, la necesidad de recurrir a los textos originales: «En caso de que surgiera una discusión entre los latinos sobre el Nuevo Testamento a causa de las lecciones discordantes de los manuscritos, recurramos al original, es decir, al texto griego en el que se escribió el Nuevo Pacto. Lo mismo sucede con el Antiguo Testamento, si hay divergencia entre los textos griegos y latinos, recurramos al texto original, el hebreo; de este modo, todo lo que surge del manantial lo podemos encontrar en los riachuelos» (Epístola 106,2).

Jerónimo, además, comentó también muchos textos bíblicos. Para él los comentarios tienen que ofrecer opiniones múltiples, «de manera que el lector prudente, después de haber leído las diferentes explicaciones y de haber conocido múltiples pareceres --que tiene que aceptar o rechazar-- juzgue cuál es el más atendible y, como un experto agente de cambio, rechaza la moneda falsa» («Contra Rufinum» 1,16).

Confutó con energía y vivacidad a los herejes que no aceptaban la tradición y la fe de la Iglesia. Demostró también la importancia y la validez de la literatura cristiana, convertida en una auténtica cultura que para entonces ya era digna de ser confrontada con la clásica: lo hico redactando «De viris illustribus», una obra en la que Jerónimo presenta las biografías de más de un centenar de autores cristianos.

Escribió biografías puras de monjes, ilustrando junto a otros itinerarios espirituales el ideal monástico; además, tradujo varias obras de autores griegos. Por último, en el importante Epistolario, auténtica obra maestra de la literatura latina, Jerónimo destaca por sus características de hombre culto, asceta y guía de las almas.

¿Qué podemos aprender de san Jerónimo? Sobre todo me parece lo siguiente: amar la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura. Dice san Jerónimo: «Ignorar las escrituras es ignorar a Cristo». Por ello es importante que todo cristiano viva en contacto y en diálogo personal con la Palabra de Dios, que se nos entrega en la Sagrada Escritura.

Este diálogo con ella debe tener siempre dos dimensiones: por una parte, tiene que darse un diálogo realmente personal, pues Dios habla con cada uno de nosotros a través de la Sagrada Escritura y tiene un mensaje para cada uno. No tenemos que leer la Sagrada Escritura como una palabra del pasado, sino como Palabra de Dios que se nos dirige también a nosotros y tratar de entender lo que nos quiere decir el Señor.

Pero para no caer en el individualismo tenemos que tener presente que la Palabra de Dios se nos da precisamente para edificar comunión, para unirnos en la verdad de nuestro camino hacia Dios. Por tanto, a pesar de que siempre es una palabra personal, es también una Palabra que edifica la comunidad, que edifica a la Iglesia. Por ello tenemos que leerla en comunión con la Iglesia viva. El lugar privilegiado de la lectura y de la escucha de la Palabra de Dios es la liturgia, en la que al celebrar la Palabra y al hacer presente en el Sacramento el Cuerpo de Cristo, actualizamos la Palabra en nuestra vida y la hacemos presente entre nosotros.

No tenemos que olvidar nunca que la Palabra de Dios trasciende los tiempos. Las opiniones humanas vienen y se van. Lo que hoy es modernísimo, mañana será viejísimo. La Palabra de Dios, por el contrario, es Palabra de vida eterna, lleva en sí la eternidad, lo que vale para siempre. Al llevar en nosotros la Palabra de Dios, llevamos por tanto en nosotros la vida eterna.

Concluyo con una frase dirigida por san Jerónimo a san Paulino de Nola. En ella, el gran exegeta expresa precisamente esta realidad, es decir, en la Palabra de Dios recibimos la eternidad, la vida eterna. San Jerónimo dice: «Tratemos de aprender en la tierra esas verdades cuya consistencia permanecerá también en el tiempo»" (Epístola 53,10).

[Traducción del original italiano realizada por Zenit].

Al final de la Audiencia, el Santo Padre saludó a los peregrinos en varios idiomas.

En español, dijo:

"Queridos hermanos y hermanas:

Dedicamos la catequesis de hoy al Padre de la Iglesia San Jerónimo, que tuvo como centro de su vida la Biblia. De familia cristiana, en Roma recibió una esmerada formación. Una vez bautizado se orientó hacia la vida ascética y partió para Oriente, viviendo como eremita en el desierto, donde perfeccionó el griego, estudió el hebreo y transcribió códices y obras patrísticas. De vuelta a Roma, el Papa Dámaso, lo tomó como secretario y consejero.

Muerto el Papa, peregrinó a Tierra Santa y Egipto, quedándose en Belén hasta su muerte. Allí desarrolló una intensa actividad: comentó la Palabra de Dios; defendió la fe, oponiéndose con vigor a los herejes; exhortó a los monjes; enseñó la cultura clásica y cristiana a los jóvenes; acogió a los peregrinos. Su gran aportación a la Iglesia latina y a la cultura occidental es la «Vulgata», traducción latina de la Biblia basada textos precedentes. En su obra «De viris illustribus», muestra la importancia de más de un centenar de autores cristianos. En su «Epistolario» se da a conocer como hombre culto, asceta y guía de almas.

Saludo a los peregrinos de lengua española, especialmente a las Religiosas que participan en un Curso para Formadoras en el Instituto Claretianum; a los sacerdotes de Valencia, así como a los peregrinos de México y de otros países latinoamericanos. Dejémonos guiar por este sabio maestro del espíritu, tratando de aprender en la tierra las verdades que perdurarán en el cielo.

¡Muchas gracias!"



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00venerdì 9 novembre 2007 18:08
DISCURSO DE BENEDICTO XVI EN LA INAUGURACIÓN DEL CURSO ACADÉMICO DE LAS UNIVERSIDADES PONTIFICIAS (Oct. 25)

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI CON OCASIÓN DE LA INAUGURACIÓN OFICIAL DEL CURSO ACADÉMICO DE LAS UNIVERSIDADES PONTIFICIAS

Jueves 25 de Octubre de 2007




"Señores Cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Doy gracias al Señor que me concede, también este año, la posibilidad de encontrarme, al inicio de un nuevo año académico, con los profesores y alumnos de las universidades pontificias y eclesiásticas presentes en Roma. Es un encuentro de oración —acaba de terminar la celebración de la santa misa, que constituye el fulcro de toda nuestra vida cristiana—; y, al mismo tiempo, es una ocasión propicia para reflexionar sobre el sentido y el valor de vuestra experiencia de estudio aquí en Roma, en el corazón de la cristiandad.

Os saludo con afecto a cada uno. Saludo, en primer lugar, al señor cardenal Zenon Grocholewski, prefecto de la Congregación para la educación católica, agradeciéndole las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros. Saludo al cardenal Ivan Dias y también a los demás prelados presentes, a los rectores de las universidades y a los miembros de los respectivos claustros de profesores, a los responsables y a los superiores de los seminarios y colegios, así como a los estudiantes, que proceden prácticamente de todas las partes del mundo.

La cita anual, en la que se reúne idealmente aquí, en la basílica vaticana, toda la familia académica de las universidades eclesiásticas romanas, os permite, queridos amigos, percibir mejor la singular experiencia de comunión y fraternidad que podéis hacer durante estos años: una experiencia que, para ser fructuosa, necesita la aportación de todos y cada uno.

Habéis participado juntos en la celebración eucarística y juntos pasaréis este nuevo año. Tratad de crear entre vosotros un clima donde el esfuerzo del estudio y la cooperación fraterna os lleven a un enriquecimiento común, no sólo por lo que atañe al aspecto cultural, científico y doctrinal, sino también al aspecto humano y espiritual. Aprovechad al máximo las oportunidades que, al respecto, se os ofrecen en Roma, ciudad realmente única también desde este punto de vista.

Roma está llena de memorias históricas, de obras maestras de arte y de cultura; y sobre todo está llena de elocuentes testimonios cristianos. A lo largo del tiempo han surgido universidades y facultades eclesiásticas, ya más que seculares, donde se han formado enteras generaciones de sacerdotes y agentes pastorales, entre los que se encuentran grandes santos e ilustres hombres de Iglesia. En esta misma línea os insertáis también vosotros, dedicando años importantes de vuestra vida a profundizar en las diferentes disciplinas humanísticas y teológicas.

Como escribía en 1979 el amado Juan Pablo II en la constitución apostólica Sapientia christiana, las finalidades de estas beneméritas instituciones son, entre otras: "Cultivar y promover, mediante la investigación científica, las propias disciplinas y, ante todo, ahondar cada vez más en el conocimiento de la Revelación cristiana y de lo relacionado con ella, estudiar a fondo sistemáticamente las verdades que en ella se contienen, reflexionar a la luz de la Revelación sobre las cuestiones que plantea cada época, y presentarlas a los hombres contemporáneos de manera adecuada a las diversas culturas" (Título I, art. 3, 1).

Este compromiso, sumamente urgente en nuestra época posmoderna, en la que existe la necesidad de una nueva evangelización, requiere maestros en la fe y heraldos y testigos del Evangelio adecuadamente preparados.

En efecto, el período de permanencia en Roma puede y debe servir para prepararos a cumplir del mejor modo posible la tarea que os espera en diversos campos de acción apostólica. La misión evangelizadora propia de la Iglesia exige, en nuestro tiempo, no sólo que se propague por doquier el mensaje evangélico, sino también que penetre a fondo en los modos de pensar, en los criterios de juicio y en los comportamientos de la gente.

En una palabra, es preciso que toda la cultura del hombre contemporáneo sea penetrada por el Evangelio. Todas las enseñanzas que os imparten en los ateneos y centros de estudio que frecuentáis quieren contribuir a responder a este amplio y urgente desafío cultural y espiritual.

La posibilidad de estudiar en Roma, sede del Sucesor de Pedro y por tanto del ministerio petrino, os ayuda a reforzar el sentido de pertenencia a la Iglesia y el compromiso de fidelidad al magisterio universal del Papa. Además, la presencia en las instituciones académicas y en los colegios y seminarios de profesores y alumnos procedentes de todos los continentes, os brinda una oportunidad ulterior de conoceros y de experimentar cuán hermoso es formar parte de la única gran familia de Dios. Aprovechadla plenamente.

Sin embargo, queridos hermanos y hermanas, es indispensable que el estudio de las ciencias humanísticas y teológicas vaya siempre acompañado de un conocimiento íntimo y profundo, cada vez mayor, de Cristo. Eso implica que, juntamente con el interés necesario por el estudio y la investigación, tengáis un deseo sincero de santidad. Por eso, estos años de formación en Roma, además de ser tiempo de un serio y asiduo compromiso intelectual, han de ser en primer lugar tiempo de intensa oración, en constante sintonía con el Maestro divino que os ha elegido para su servicio. Asimismo, el contacto con la realidad religiosa y social de la ciudad os debe servir para un enriquecimiento espiritual y pastoral.

Invoquemos la intercesión de María, Madre dócil y sabia, a fin de que os ayude a estar atentos en toda circunstancia para reconocer la voz del Señor, que os protege y acompaña en vuestro itinerario de formación y en todos los momentos de vuestra vida. Yo os aseguro un recuerdo en la oración y, a la vez que os deseo un año sereno y rico en frutos, confirmo estos anhelos con una especial bendición apostólica".




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00venerdì 9 novembre 2007 18:11
DISCURSO DE BENEDICTO XVI A LA CE DE GABÓN EN VISITA "AD LIMINA" (Oct. 26)

DISCURSO EL PAPA BENEDICTO XVI A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE GABÓN EN VISITA "AD LIMINA"

Viernes 26 de Octubre de 2007




"Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

Os acojo con alegría, pastores de la Iglesia que está en Gabón, deseando que vuestra visita ad limina sea para vosotros un tiempo fuerte de comunión eclesial y de vida espiritual. Reforzáis así vuestra misión apostólica, para ser cada vez más servidores y guías del pueblo que se os ha confiado. Agradezco a monseñor Timothée Modibo-Nzockena, obispo de Franceville y presidente de vuestra Conferencia episcopal, el cuadro que me ha trazado de los aspectos pastorales. En vuestro ministerio, con las fuerzas vivas de vuestras diócesis, estáis llamados a desarrollar una pastoral, diocesana y nacional, cada vez más orgánica. Asimismo, es preciso organizar de manera cada vez más adecuada vuestra Conferencia episcopal, en vuestros encuentros y en las estructuras que conviene poner por obra para colaborar con vosotros. Al compartir vuestras riquezas pastorales y vuestros proyectos, podréis infundir en vuestras diócesis un dinamismo renovado. Cuanto mayor sea la comunión entre vosotros y entre todos los católicos, tanto más fuerte y eficaz será la evangelización.

Los habitantes de Gabón a veces se dejan atraer por la sociedad del consumismo y la permisividad; en consecuencia, prestan menor atención a los más pobres del país. Los aliento a acrecentar su sentido fraterno y su solidaridad. Asimismo, se constata cierto relajamiento en la vida de los cristianos, arrastrados por las seducciones del mundo. Deseo que tengan una conducta cada vez más ejemplar por lo que concierne a los valores espirituales y morales.

Entre las tareas urgentes de la Iglesia en Gabón conviene citar ante todo la transmisión de la fe y la profundización del misterio cristiano. Para afrontar las tentaciones, los fieles necesitan tener una formación profunda que les permita fundamentar su vida cristiana en principios claros. Esto supone que organicéis las estructuras de formación de manera que sean realmente eficaces. No tengáis miedo de preparar para esta tarea a sacerdotes y a laicos capacitados para ello. Así, las comunidades eclesiales serán más vivas y los fieles sacarán de la liturgia, de la oración personal, familiar y comunitaria las fuerzas para ser, en todos los ámbitos de la vida social, testigos de la buena nueva, artífices de reconciliación, de justicia y de paz, que nuestro mundo necesita hoy más que nunca.

En calidad de sucesores de los Apóstoles, sois para todos vuestros diocesanos como padres, llamados a prestar una atención particular a la juventud de vuestro país. Que todos los cristianos, y en particular los padres, se movilicen para invitar a los jóvenes a abrir su corazón a Cristo y a seguirlo. El Señor quiere dar a cada uno la gracia de una vida hermosa y buena, y la esperanza que permite encontrar el sentido verdadero de la existencia, en medio de las vicisitudes de la vida diaria. Deseo que los jóvenes no tengan miedo de ser también los primeros evangelizadores de sus coetáneos. A menudo, gracias a la amistad y a la comunión, estos últimos podrán descubrir la persona de Cristo y adherirse a él.

En vuestras relaciones señaláis que las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada son aún poco numerosas. Siempre es motivo de sufrimiento para un pastor que falten jóvenes dispuestos a escuchar la llamada del Señor. La presencia de un seminario en Libreville debe ser para vosotros objeto de una atención muy particular, puesto que está en juego el futuro de la evangelización y de la Iglesia. Además, será un estímulo para que se desarrolle y se intensifique la pastoral vocacional en cada diócesis. Ojalá que los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, así como las familias, se movilicen mediante la oración, mediante el acompañamiento de los más jóvenes y mediante la solicitud por la transmisión de la llamada de Cristo, a fin de que surjan y se desarrollen las vocaciones que vuestro país necesita.

No se puede olvidar el papel de la enseñanza católica, donde los profesores y los educadores tienen como tarea la educación integral de los jóvenes, que necesita el testimonio y la transmisión de la fe, así como una atención a las vocaciones. Juntamente con vosotros, yo también quiero dar gracias por todos los misioneros, hombres y mujeres, que han permitido a vuestro país recibir la semilla del Evangelio. Agradezcámosles la obra que han realizado y siguen realizando con fidelidad, en colaboración con los pastores de Gabón.

Mi pensamiento afectuoso va a los sacerdotes, a los que felicito por su generosidad en el ministerio. Viviendo continuamente en intimidad con Cristo, tendrán una conciencia más viva de la exigencia de fidelidad a los compromisos asumidos ante Dios y ante la Iglesia, principalmente la obediencia y la castidad en el celibato. Así, vivirán cada vez más su ministerio sacerdotal como un servicio a los fieles. Deben recordar también que, en el ministerio, forman parte de un presbiterio en torno al obispo. En la fraternidad sacerdotal, confortados por vosotros, que sois para ellos padres y hermanos, encontrarán un apoyo espiritual. De este modo podréis realizar proyectos pastorales comunes, que darán nuevo impulso a la misión. Exhorto a cada sacerdote a buscar ante todo el bien de la Iglesia y no ventajas personales, conformando su vida y su misión al gesto del lavatorio de los pies (cf. Jn 13, 1-11). Este amor, vivido en una perspectiva de servicio desinteresado, suscita una alegría profunda.

Transmitid a los sacerdotes, a todas las personas que colaboran en la vida pastoral, a todos los fieles y a todos los habitantes de Gabón, el saludo afectuoso del Papa. Encomendándoos a la intercesión de la Virgen María, Estrella de la evangelización, os imparto a vosotros, así como a todos vuestros diocesanos, la bendición apostólica".




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00domenica 11 novembre 2007 20:07
Ángelus de Benedicto XVI: “Debe prevalecer un modelo mundial de auténtica solidaridad”

CIUDAD DEL VATICANO. Intervención del Papa Benedicto XVI antes y después de rezar la oración mariana del Ángelus junto a varios miles de peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro del Vaticano.


"Queridos hermanos y hermanas:

Hoy la Iglesia recuerda a San Martín, Obispo de Tours, uno de los santos más celebrados y venerados de Europa. Nacido de padres paganos en Panonia, actual Hungría, en torno al año 316, su padre le orientó hacia la carrera militar. Cuando todavía era adolescente, Martín encontró el cristianismo y, superando muchas dificultades, se inscribió entre los catecúmenos para prepararse al Bautismo. Recibió el sacramento en torno a los veinte años, pero tuvo que permanecer todavía durante mucho tiempo en el ejército, donde dio testimonio de su nuevo estilo de vida: respetuoso y comprensivo con todos, trataba a su servidor como a un hermano, y evitaba las diversiones vulgares.

Tras dejar el servicio militar, se fue a vivir a Poitiers, en Francia, junto al santo Obispo Hilario. Éste le ordenó diácono y presbítero, optó por la vida monástica y fundó, con algunos discípulos, el monasterio más antiguo conocido en Europa, en Ligugé.

Unos diez años después, los cristianos de Tours, al quedarse sin pastor, le aclamaron como Obispo. Desde entonces, Martín se dedicó con celo ardiente a la evangelización de las zonas rurales y a la formación del clero. Si bien se le atribuyen muchos milagros, Dan Martín es famoso sobre todo por un acto de caridad fraterna. Cuando todavía era un joven soldado, se encontró en el camino a un pobre aterido temblando de frío. Tomó su capa y, cortándola en dos con la espada, le dio una de las partes. En la noche se le apareció Jesús en sueños, sonriente, envuelto en esa misma capa.

Queridos hermanos y hermanas: el gesto de caridad de San Martín se enmarca en la misma lógica que llevó a Jesús a multiplicar los panes a las muchedumbres hambrientas, pero sobre todo a darse a sí mismo como alimento para la humanidad en la Eucaristía, signo supremo del amor de Dios, "Sacramentum caritatis".

Con la lógica del compartir se expresa de manera auténtica el amor al prójimo. Que San Martín nos ayude a comprender que sólo a través de un compromiso común por compartir es posible responder al gran desafío de nuestro tiempo: construir un mundo de paz y de justicia en el que cada persona pueda vivir con dignidad.

Esto puede tener lugar si prevalece el modelo mundial de auténtica solidaridad, capaz de asegurar a todos los habitantes del planeta comida, agua, los tratamientos médicos necesarios, el trabajo y los recursos energéticos, así como los bienes culturales, el saber científico y tecnológico.

Nos dirigimos ahora a la Virgen María para que ayude a todos los cristianos a ser, como San Martín, testigos generosos del Evangelio de la caridad, e incansables constructores de la solidaridad".


[Traducción del original italiano realizado por Zenit].


Después de rezar el Ángelus, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas.

En italiano, dijo:

"La Asamblea Nacional libanesa elegirá próximamente al nuevo Jefe de Estado. Como demuestran las numerosas iniciativas emprendidas en estos días, se trata de un paso crucial del que depende la misma supervivencia del Líbano y de sus instituciones. Me uno a las preocupaciones expresadas recientemente por el Patriarca maronita, su Beatitud el Cardenal Nasrallah Sfeir, y a su deseo de que en el nuevo Presidente puedan reconocerse todos los libaneses.

Suplicamos juntos a Nuestra Señora del Líbano para que inspire en todas las partes interesadas el necesario desapego de los intereses personales y una auténtica pasión por el bien común.

En español, dijo:

"Saludo con afecto a los fieles de lengua española, de modo especial a las comunidades eclesiales de Argentina y a la presente delegación de ese querido País, así como a los miembros de la gran Familia Salesiana, que celebran hoy, con inmensa alegría, la beatificación del Venerable Siervo de Dios Ceferino Namuncurá. Damos gracias al Señor por el testimonio extraordinario de este joven estudiante de diecinueve años que, animado por su devoción a la Eucaristía y por su amor a Cristo, deseaba ser salesiano y sacerdote para mostrar el camino hacia el cielo a sus hermanos mapuches. Con su vida ilumina nuestro camino hacia la santidad, invitándonos a amar a nuestros hermanos con el amor con que Dios nos ama. Pidamos a María Auxiliadora que el ejemplo del nuevo Beato, produzca abundantes frutos de vida cristiana, principalmente entre los jóvenes. ¡Feliz domingo!".



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00giovedì 15 novembre 2007 03:58
Audiencia General de Benedicto XVI en la que presenta las enseñanzas de San Jerónimo

CIUDAD DEL VATICANO. Intervención que pronunció el Papa Benedicto XVI este miércoles 14 de Noviembre, en la que concluyó la presentación de la figura de San Jerónimo (347-419/420), que había comenzado el miércoles precedente.



“Queridos hermanos y hermanas:

Continuamos hoy presentando la figura de San Jerónimo. Como dijimos el miércoles pasado, dedicó su vida al estudio de la Biblia, hasta el punto de que fue reconocido por mi predecesor, el Papa Benedicto XV, como «eminente doctor en la interpretación de las Sagradas Escrituras». Jerónimo subrayaba la alegría y la importancia de familiarizarse con los textos bíblicos: «¿No te parece que estás --ya aquí, en la tierra-- en el reino de los cielos, cuando se vive entre estos textos, cuando se medita en ellos, cuando no se busca otra cosa?» (Epístola 53, 10). En realidad, dialogar con Dios, con su Palabra, es en un cierto sentido presencia del Cielo, es decir, presencia de Dios. Acercarse a los textos bíblicos, sobre todo al Nuevo Testamento, es esencial para el creyente, pues «ignorar la Escritura es ignorar a Cristo». Es suya esta famosa frase, citada por el Concilio Vaticano II en la constitución «Dei Verbum» (n. 25).

«Enamorado» verdaderamente de la Palabra de Dios, se preguntaba: «¿Cómo es posible vivir sin la ciencia de las Escrituras, a través de las cuales se aprende a conocer al mismo Cristo, que es la vida de los creyentes?» (Epístola 30, 7). La Biblia, instrumento «con el que cada día Dios habla a los fieles» (Epístola 133, 13), se convierte de este modo en estímulo y manantial de la vida cristiana para todas las situaciones y para toda persona.

Leer la Escritura es conversar con Dios: «Si rezas --escribe a una joven noble de Roma--hablas con el Esposo; si lees, es Él quien te habla» (Epístola 22, 25). El estudio y la meditación de la Escritura hacen sabio y sereno al hombre (Cf. «In Eph.», prólogo). Ciertamente para penetrar de una manera cada vez más profunda en la Palabra de Dios se necesita una aplicación constante y progresiva. Por este motivo, Jerónimo recomendaba al sacerdote Nepociano: «Lee con mucha frecuencia las divinas Escrituras; es más, que el Libro no se caiga nunca de tus manos. Aprende en él lo que tienes que enseñar» (Epístola 52, 7). A la matrona romana, Leta, le daba estos consejos para la educación cristiana de su hija: «Asegúrate de que estudie todos los días algún pasaje de la Escritura… Que acompañe la oración con la lectura, y la lectura con la oración… Que ame los Libros divinos en vez de las joyas y los vestidos de seda» (Epístola 107,9.12). Con la meditación y la ciencia de las Escrituras se «mantiene el equilibrio del alma» («Ad Eph.», pról.). Sólo un profundo espíritu de oración y la ayuda del Espíritu Santo pueden introducirnos en la comprensión de la Biblia: «Al interpretar la Sagrada Escritura siempre tenemos necesidad de la ayuda del Espíritu Santo» («In Mich.», 1,1,10,15).

Un amor apasionado por las Escrituras caracterizó por tanto toda la vida de Jerónimo, un amor que siempre trató de suscitar en los fieles. Recomendaba a una de sus hijas espirituales: «Ama la Sagrada Escritura y la sabiduría te amará; ámala tiernamente, y te custodiará; hónrala y recibirás sus caricias. Que sea para ti como tus collares y tus pendientes» (Epístola 130, 20). Y añadía: «Ama la ciencia de la Escritura, y no amarás los vicios de la carne» (Epístola 125,11).

Para Jerónimo, un criterio metodológico fundamental en la interpretación de las Escrituras era la sintonía con el magisterio de la Iglesia. Por nosotros mismos nunca podemos leer la Escritura. Encontramos demasiadas puertas cerradas y caemos en errores. La Biblia fue escrita por el Pueblo de Dios y para el Pueblo de Dios, bajo la inspiración del Espíritu Santo. Sólo en esta comunión con el Pueblo de Dios podemos entrar realmente con el «nosotros» en el núcleo de la verdad que Dios mismo nos quiere comunicar. Para él una auténtica interpretación de la Biblia tenía que estar siempre en armonía con la fe de la Iglesia católica. No se trata de una exigencia impuesta a este libro desde el exterior; el Libro es precisamente la voz del Pueblo de Dios que peregrina y sólo en la fe de este Pueblo podemos estar, por así decir, en el tono adecuado para comprender la Sagrada Escritura. Por este motivo, Jerónimo alentaba: «Permanece firmemente unido a la doctrina de la tradición que te ha sido enseñada para que puedas exhortar según la sana doctrina y refutar a quienes la contradicen» (Epístola 52,7). En particular, dado que Jesucristo fundó su Iglesia sobre Pedro, todo cristiano, concluía, debe estar en comunión «con la Cátedra de San Pedro. Yo sé que sobre esta piedra está edificada la Iglesia» (Epístola 15, 2). Por tanto, con claridad, declaraba: «Estoy con quien esté unido a la Cátedra de San Pedro» (Epístola 16).

Jerónimo no descuida el aspecto ético. Con frecuencia reafirma el deber de acordar la vida con la Palabra divina. Una coherencia indispensable para todo cristiano y particularmente para el predicador, a fin de que sus acciones no contradigan sus discursos.

Así exhorta al sacerdote Nepociano: «Que tus acciones no desmientan tus palabras, para que no suceda que, cuando prediques en la Iglesia, alguien en su intimidad comente: “¿Por qué entonces tú no actúas así?”. Curioso maestro el que, con el estómago lleno, se poner a pronunciar discursos sobre el ayuno; incluso un ladrón puede criticar la avaricia; pero en el sacerdote de Cristo la mente y la palabra deben estar de acuerdo» (Epístola 52,7).

En otra carta, Jerónimo confirma: «Aunque tenga una espléndida doctrina, es vergonzosa la persona que se siente condenada por la propia conciencia» (Epístola 127,4). Hablando de la coherencia, observa: el Evangelio debe traducirse en actitudes de auténtica caridad, pues en todo ser humano está presente la Persona misma de Cristo. Dirigiéndose, por ejemplo, al presbítero Paulino, que después llegó a ser Obispo de Nola y santo, Jerónimo le da este consejo: «El verdadero templo de Cristo es el alma del fiel: adorna este santuario, embellécelo, deposita en él tus ofrendas y recibe a Cristo. ¿Qué sentido tiene decorar las paredes con piedras preciosas si Cristo muere de hambre en la persona de un pobre?» (Epístola 58,7).

Jerónimo concretiza: es necesario «vestir a Cristo en los pobres, visitarle en los que sufren, darle de comer en los hambrientos, cobijarle en los que no tienen un techo» (Epístola 130, 14). El amor por Cristo, alimentado con el estudio y la meditación, nos permite superar toda dificultad: «Si nosotros amamos a Jesucristo y buscamos siempre la unión con Él, nos parecerá fácil lo que es difícil» (Epístola 22,40).

Jerónimo, definido por Próspero de Aquitania, «modelo de conducta y maestro del género humano» («Carmen de ingratis», 57), nos ha dejado también una enseñanza rica y variada sobre el ascetismo cristiano. Recuerda que un valiente compromiso por la perfección requiere una constante vigilancia, frecuentes mortificaciones, aunque con moderación y prudencia, un asiduo trabajo intelectual o manual para evitar el ocio (Cf, Epístolas 125, 11 y 130, 15), y sobre todo la obediencia a Dios: «No hay nada que le agrade tanto a Dios como la obediencia…, que es la más excelsa de las virtudes» («Hom. de oboedientia»: CCL 78,552). Del camino ascético pueden formar también parte las peregrinaciones. En particular, Jerónimo las impulsó a Tierra Santa, donde los peregrinos eran acogidos y hospedados en edificios surgidos junto al monasterio de Belén, gracias a la generosidad de la mujer noble Paula, hija espiritual de Jerónimo (Cf. Epístola 108,14).

No hay que olvidar, por último, la contribución ofrecida por Jerónimo a la pedagogía cristiana (Cf. Epístolas 107 y 128). Se propone formar «un alma que tiene que convertirse en templo del Señor» (Epístola 107,4), una «gema preciosísima» a los ojos de Dios (Epístola 107, 13). Con profunda intuición aconseja preservarla del mal y de las ocasiones de pecado, evitar las amistades equívocas o que disipan (Cf. Epístola 107,4 y 8-9; Cf. también Epístola 128, 3-4). Exhorta sobre todo a los padres a crear un ambiente de serenidad y de alegría alrededor de los hijos, para que les estimulen en el estudio y en el trabajo, y les ayuden con la alabanza y la emulación (Cf. Epístolas 107,4 y 128,1) a superar las dificultades, favoreciendo en ellos las buenas costumbres y preservándoles de las malas porque --dice citando una frase de Publilio Siro que había escuchado en la escuela-- «a duras penas lograrás corregirte de las cosas a las que te vas acostumbrando tranquilamente» (Epístola 107, 8).

Los padres son los principales educadores de los hijos, los maestros de vida. Con mucha claridad Jerónimo, dirigiéndose a la madre de una muchacha y luego al padre, advierte, como expresando una exigencia fundamental de toda criatura humana que se asoma a la existencia: «Que ella encuentre en ti a su maestra y que su inexperta adolescencia se oriente hacia ti maravillada. Que nunca vea en ti ni en su padre actitudes que la lleven al pecado. Recordad que podéis educarla más con el ejemplo que con la palabra» (Epístola 107, 9).

Entre las principales intuiciones de Jerónimo como pedagogo hay que subrayar la importancia atribuida a una sana e integral educación desde la primera infancia, la peculiar responsabilidad atribuida a los padres, la urgencia de una formación moral religiosa, la exigencia del estudio para lograr una formación humana más completa.

Además, hay un aspecto bastante descuidado en los tiempos antiguos, pero que era considerado vital por nuestro autor: la promoción de la mujer, a quien reconoce el derecho a una formación completa: humana, académica, religiosa, profesional.

Y precisamente hoy vemos cómo la educación de la personalidad en su integridad, la educación en la responsabilidad ante Dios y ante los hombres, es la auténtica condición de todo progreso, de toda paz, de toda reconciliación y de toda exclusión de la violencia. Educación ante Dios y ante el hombre: la Sagrada Escritura nos ofrece la guía de la educación y, por tanto, del auténtico humanismo.

No podemos concluir estas rápidas observaciones sobre este gran padre de la Iglesia sin mencionar la eficaz contribución que ofreció a la salvaguarda de elementos positivos y válidos de las antiguas culturas judía, griega y romana en la naciente civilización cristiana. Jerónimo reconoció y asimiló los valores artísticos, la riqueza de los sentimientos y la armonía de las imágenes presentes en los clásicos, que educan el corazón y la fantasía en los nobles sentimientos.

Sobre todo, puso en el centro de su vida y de su actividad la Palabra de Dios, que indica al hombre las sendas de la vida, y le revela los secretos de la santidad. Por todo esto precisamente en nuestros días podemos sentirnos profundamente agradecidos con san Jerónimo”.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit].

Al final de la Audiencia, el Santo Padre saludó a los peregrinos en varios idiomas.

En español, dijo:


“Queridos hermanos y hermanas:

Continuamos la catequesis sobre San Jerónimo, quien por su apasionado amor al estudio de la Biblia fue declarado «doctor eminente en la interpretación de la Escritura». Un criterio metodológico fundamental para su interpretación es, según él, la sintonía con el Magisterio de la Iglesia. Por ello dice: «Yo estoy con quien esté unido a la Cátedra de san Pedro». Leer la Biblia es conversar con Dios. Su meditación frecuente hace al hombre sabio y sereno.

Desde el aspecto ético, afirma que la coherencia de la vida con la Palabra es indispensable para todo cristiano y particularmente para el predicador, a fin de que sus acciones no contradigan sus palabras. Fue modelo de conducta y maestro de ascetismo, recordando que la perfección requiere constante vigilancia, frecuentes mortificaciones, asiduo trabajo intelectual o manual para evitar el ocio, y sobre todo obediencia a Dios. Las peregrinaciones, especialmente a Tierra Santa, pueden entrar a formar parte del camino ascético.

Jerónimo hizo una gran aportación a la pedagogía cristiana. Destacó la importante responsabilidad de los padres como primeros y principales educadores de sus hijos. Consideró también vital la promoción de la mujer y contribuyó eficazmente a la salvaguardia de los elementos positivos de la cultura judía, griega y romana en la naciente civilización cristiana.

Saludo a los peregrinos españoles, especialmente a los del Arciprestazgo de Abegondo, de Santiago de Compostela, a los de la Parroquia de Serantes, de Ferrol y a los miembros de la Hermandad de Santa Marta, de Madrid. También a los estudiantes chilenos de Santiago, a los venezolanos de Maracaibo, a los mexicanos y de otros países latinoamericanos. Agradeciendo al Señor la vida de san Jerónimo, seguid sus enseñanzas y poned la Palabra de Dios en el centro de vuestra vida y actividades. Ella os guía a la santidad. ¡Gracias!”.



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00lunedì 19 novembre 2007 16:44
Ángelus de Benedicto XVI: “En cada genuino acto de amor está todo el sentido del universo”

CIUDAD DEL VATICANO. Intervención del Papa Benedicto XVI antes y después de rezar la oración mariana del Ángelus dominical del 18 de Noviembre junto a varios miles de peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro en el Vaticano.




"¡Queridos hermanos y hermanas!

En la página evangélica del hoy, San Lucas vuelve a proponer a nuestra reflexión la visión bíblica de la historia y refiere las palabras de Jesús que invitan a los discípulos a no tener miedo, sino a afrontar dificultades, incomprensiones y hasta persecuciones con confianza, perseverando en la fe en Él. «Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones –dice el Señor--, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato» (Lc 21,9). Consciente de esta advertencia, desde el inicio la Iglesia vive en la espera orante del retorno de su Señor, escrutando los signos de los tiempos y poniendo en guardia a los fieles de recurrentes mesianismos, que de vez en vez anuncian como inminente el fin del mundo. En realidad, la historia debe seguir su curso, que comporta también dramas humanos y calamidades naturales. En ella se desarrolla el proyecto de salvación al que Cristo ha dado ya cumplimiento en su encarnación, muerte y resurrección. Este misterio la Iglesia sigue anunciando y poniendo por obra con la predicación, con la celebración de los sacramentos y el testimonio de la caridad.

Queridos hermanos y hermanas: acojamos la invitación de Cristo de afrontar los sucesos diarios confiando en su amor providente. No temamos por el futuro, incluso cuando nos pueda parecer de tintes sombríos, porque el Dios de Jesucristo, que asumió la historia para abrirla a su cumplimiento trascendente, es su alfa y omega, el principio y el fin (v. Ap 1,8). Él nos garantiza que en cada pequeño pero genuino acto de amor está todo el sentido del universo, y que quien no duda en perder la propia vida por Él, la reencontrará en plenitud (v. Mt 16,25).

A tener viva tal perspectiva nos invitan, con singular eficacia, las personas consagradas, que han puesto sin reservas sus vidas al servicio del Reino de Dios. Entre éstas desearía recordar particularmente a las llamadas a la contemplación en los monasterios de clausura. A ellas la Iglesia dedica una Jornada especial el miércoles próximo, 21 de noviembre, memoria de la presentación de la Virgen María en el Templo. Mucho debemos a estas personas que viven de lo que la Providencia les procura mediante la generosidad de los fieles. El monasterio, «como oasis espiritual, indica al mundo de hoy lo más importante, más aún, al final la única cosa decisiva: existe una razón última por la que vale la pena vivir, que es Dios y su amor inescrutable» (Heiligenkreuz, 9 de septiembre de 2007). La fe que opera en la caridad es el verdadero antídoto contra la mentalidad nihilista, que en nuestra época cada vez va extendiendo más su influencia en el mundo.

Nos acompaña en la peregrinación terrena María, Madre del Verbo encarnado. A Ella le pedimos que sostenga el testimonio de todos los cristianos, para que se apoye siempre sobre una fe sólida y perseverante".

[Traducción del original italiano realizada por Zenit].

Después de rezar el Ángelus, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas.

En español dijo:

"Saludo a los peregrinos de lengua española que han participado en esta oración mariana. Invito a todos a imitar a María en su disponibilidad para acoger la palabra y la voluntad del Señor, siendo así templos vivos de su presencia entre los hombres y testigos de su amor. ¡Feliz domingo!".



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00lunedì 19 novembre 2007 16:47
Audiencias diarias de Benedicto XVI, lunes 19 de Noviembre


19 de Noviembre (VIS) - CIUDAD DEL VATICANO. El Papa Benedicto XVI recibió hoy en el Palacio Apostólico Vaticano en Audiencias Separadas a:

• Cardenal Giovanni Battista Re, Prefecto de la Congregación para los Obispos.

• Tres prelados de la Conferencia Episcopal de Kenya en visita “ad Limina Apostolorum”.

- Obispo Anthony Muheria, de Embu.

- Obispo Alfred Kipkoech Arap Rotich, Ordinario Militar.

- Obispo Anthony Ireri Mukobo, I.M.C., Vicario Apostólico de Isiolo.
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00mercoledì 21 novembre 2007 00:40
Telegrama de Benedicto XVI por las víctimas del accidente minero en Ucrania

20 de Noviembre (VIS) - CIUDAD DEL VATICANO. El Papa Benedicto XVI a través de su Secretario de Estado, Cardenal Tarcisio Bertone, ha enviado un telegrama al Presidente de la República de Ucrania, Viktor Yushchenko, con motivo de la explosión en las minas de Zasyadko, que ha causado la muerte de 88 personas.


“INFORMADO DE LA DESGRACIA ACAECIDA EN LA MINA DE ZASYADKO, EN UCRANIA ORIENTAL, EL SUMO PONTÍFICE DESEA EXPRESAR SU MÁS SENTIDO PÉSAME A LOS FAMILIARES DE LAS VÍCTIMAS, ASÍ COMO A LAS AUTORIDADES GUBERNAMENTALES Y A LA ENTERA NACIÓN Y, AL MISMO TIEMPO QUE ASEGURA LAS MÁS FERVIENTES ORACIONES DE SUFRAGIO POR LOS FALLECIDOS, INVOCA DEL SEÑOR EL CONSUELO CELESTE PARA LOS HERIDOS Y CUANTOS SUFREN LA DRAMÁTICA PÉRDIDA DE SUS SERES QUERIDOS”.
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00giovedì 22 novembre 2007 18:35
Bento XVI apresenta figura de Afraates, o «Sábio»
Intervenção durante a Audiência Geral




CIDADE DO VATICANO, quarta-feira, 21 de novembro de 2007 (ZENIT.org).- Publicamos o discurso que Bento XVI pronunciou nesta quarta-feira por ocasião da Audiência Geral na Praça São Pedro, dedicada a apresentar a figura do bispo Afraates, o «Sábio», «um dos personagens mais importantes e, ao mesmo tempo, mais enigmáticos do cristianismo sírio do século IV».




* * *




Caríssimos irmãos e irmãs,

Em nossa excursão ao mundo dos Padres da Igreja, irei hoje vos guiar a uma parte pouco conhecida deste universo da fé, que são os territórios nos quais floresceram as Igrejas de língua semítica, ainda não influenciadas pelo pensamento grego. Essas Igrejas se desenvolveram ao longo do século IV no Oriente Médio, desde a Terra Santa até o Líbano e a Mesopotâmia.

Durante aquele século, que foi um período de formação no âmbito eclesial e literário, em tais comunidades se manifestou o fenômeno ascético-monástico com características autóctones, que não experimentaram a influência do monaquismo egípcio. Deste modo, as comunidades sírias do século IV foram uma representação do mundo semítico do qual saiu a própria Bíblia, e foram expressão de um cristianismo cuja formulação teológica ainda não havia entrado em contato com correntes culturais diversas, mas que vivia de formas de pensamento próprias. Foram Igrejas nas quais o ascetismo, sob várias formas eremíticas (eremitas no deserto, nas grutas, reclusos e estilistas), e o monaquismo, sob formas de vida comunitária, desempenharam um papel de vital importância para o desenvolvimento do pensamento teológico e espiritual.

Quero apresentar este mundo através da grande figura de Afraates, conhecido também como «Sábio», um dos personagens mais importantes e, ao mesmo tempo, mais enigmáticos do cristianismo sírio do século IV.

Originário da região de Nínive-Mosul, hoje Iraque, viveu na primeira metade do século IV. Temos poucas notícias sobre sua vida; de qualquer forma, ele manteve relações estreitas com os ambientes ascético-monásticos da Igreja síria, sobre a qual nos transmitiu algumas notícias em sua obra e à qual dedicou parte de sua reflexão. Segundo algumas fontes, dirigiu inclusive um mosteiro e, por último, foi ordenado bispo. Escreveu vinte e três discursos conhecidos com o nome de «Exposições» ou «Demonstrações», nos quais tratou diversos temas de vida cristã, como a fé, o amor, o jejum, a humildade, a oração, a própria vida ascética e também a relação entre judaísmo e cristianismo, entre Antigo e Novo Testamento. Escreveu com um estilo simples, com frases breves e com paralelismos às vezes contrastantes; contudo, conseguiu fazer uma reflexão coerente, com um desenvolvimento bem articulado dos vários temas que enfrentou.

Afraates era originário de uma comunidade eclesial que se encontrava na fronteira entre o judaísmo e o cristianismo. Era uma comunidade muito unida à Igreja de Jerusalém, e seus bispos eram eleitos tradicionalmente dentre os assim chamados «familiares» de Tiago, o «irmão do Senhor» (cf. Marcos 6, 3), ou seja, eram pessoas com vínculos de sangue e de fé com a Igreja jerosolimita. A língua de Afraates era o sírio, portanto, uma língua semítica como o hebraico do Antigo Testamento e o aramaico falado pelo próprio Jesus. A comunidade eclesial na qual Afraates viveu era uma comunidade que procurava permanecer fiel à tradição judaico-cristã, da qual se sentia filha. Por isso, mantinha uma relação estreita com o mundo judaico e com seus livros sagrados. Afraates se definia significativamente como «discípulo da Sagrada Escritura» do Antigo e do Novo Testamento («Exposição» 22, 26), que considerava sua única fonte de inspiração, recorrendo a ela tão freqüentemente até o ponto de convertê-la no centro de sua reflexão.

Os argumentos que Afraates desenvolveu em suas «Exposições» são variados. Fiel à tradição síria, apresentou com freqüência a salvação realizada por Cristo como uma cura e, por conseguinte, o próprio Cristo como o médico. No entanto, considera o pecado como uma ferida, que só a penitência pode sanar: «Um homem que foi ferido em batalha – dizia Afraates –, não se envergonha de colocar-se nas mãos de um médico sábio (...); do mesmo modo, quem foi ferido por Satanás não deve envergonhar-se de reconhecer sua culpa e afastar-se dela, pedindo o remédio da penitência» («Exposição» 7, 3).

Outro aspecto importante da obra de Afraates é seu ensinamento sobre a oração e, em especial, sobre Cristo como mestre de oração. O cristão reza seguindo o ensinamento de Jesus e seu exemplo orante: «Nosso Salvador ensinou a rezar dizendo assim: ‘Ora no segredo a quem está escondido, mas vê tudo’; e também: ‘Entra em teu quarto e ora a teu Pai, que está no segredo, e teu Pai, que vê no segredo, te recompensará’ (Mateus 6, 6) (...). O que nosso Salvador quer mostrar é que Deus conhece os desejos e os pensamentos do coração» («Exposição», 4, 10).

Para Afraates, a vida cristã se centraliza na imitação de Cristo, em tomar seu jugo e em segui-lo pelo caminho do Evangelho. Uma das virtudes mais convenientes para o discípulo de Cristo é a humildade. Não é um aspecto secundário da vida espiritual do cristão: a natureza do homem é humilde, e Deus a eleva à sua própria glória. A humildade – observou Afraates – não é um valor negativo: «Se a raiz do homem está plantada na terra, seus frutos crescem ante o Senhor da grandeza» («Exposição» 9, 14). Sendo humilde, inclusive na realidade terrena que vive, o cristão pode entrar em relação com o Senhor. «O humilde é humilde, mas seu coração se eleva a alturas excelsas. Os olhos de seu rosto observam a terra e os olhos de sua mente, a altura excelsa» («Exposição» 9, 2).

A visão do homem e de sua realidade corporal que Afraates tinha é muito positiva: o corpo humano, seguindo o exemplo de Cristo humilde, está chamado à beleza, à alegria e à luz: «Deus se aproxima do homem que ama, e é justo amar a humildade e permanecer na condição de humilde. Os humildes são simples, pacientes, amados, íntegros, retos, especialistas no bem, prudentes, serenos, sábios, tranqüilos, pacíficos, misericordiosos, dispostos a converter-se, benévolos, profundos, ponderados, maravilhosos e desejáveis» («Exposição» 9, 14).

Em Afraates, a vida cristã se apresenta com freqüência com uma clara dimensão ascética e espiritual: a fé é sua base, seu fundamento; transforma o homem em um templo onde habita o próprio Cristo. Assim, pois, a fé torna possível uma caridade sincera, que se expressa no amor a Deus e ao próximo. Outro aspecto importante em Afraates é o jejum, que ele interpretava em sentido amplo. Falava do jejum do alimento como uma prática necessária para ser caridoso e virgem, do jejum constituído pela continência visando à santidade, do jejum das palavras vãs ou detestáveis, do jejum da cólera, do jejum da propriedade dos bens visando ao ministério, e do jejum do sono para dedicar-se à oração.

Queridos irmãos e irmãs, voltemos mais uma vez – para concluir – ao ensinamento de Afraates sobre a oração. Segundo este antigo «Sábio», a oração se realiza quando Cristo habita no coração do cristão, e o convida a um compromisso coerente de caridade com o próximo. Com efeito, ele escreveu: «Consola os aflitos, visita os enfermos, sê solicito com os pobres: esta é a oração. A oração é boa, e suas obras são maravilhosas. A oração é aceita quando consola o próximo. A oração é escutada quando nela se encontra também o perdão das ofensas. A oração é forte quando está cheia da força de Deus» («Exposição» 4, 14-16).

Com estas palavras, Afraates nos convida a uma oração que se converte em vida cristã, em vida realizada, em vida impregnada de fé, de abertura a Deus e, assim, de amor ao próximo.

Tradução realizada por Zenit. Ao final da audiência, o Papa saudou os peregrinos em língua portuguesa:

Saúdo o grupo de visitantes do Brasil e demais peregrinos de língua portuguesa, a quem agradeço a presença e quanto a mesma significa de confissão de fé e amor a Jesus Cristo vivo na sua Igreja. Que Deus vos guarde e abençoe!

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